Escucho decir a ciertos analistas cuando hablan de las elecciones de julio en México: “esta película ya la ví”. Por el contrario, yo me siento completamente sorprendido por todas las novedades de este proceso. Enumero las que más me han llamado la atención y que han comenzado a producir un cambio profundo en la configuración de las fuerzas de nuestro país; un cambio que aún no comprendemos del todo.
En primer lugar, tenemos seis candidatos a la presidencia. Lo novedoso aquí es la presencia de tres independientes, quienes jugarán sin estructura partidista y con gran desventaja en cuanto a los recursos legales para las campañas. ¿Compensarán esta desventaja con otros recursos? ¿Su imagen ciudadana les ayudará? Bueno, se trata de independientes pero todos ellos hicieron carrera en partidos políticos; no son novatos ni tampoco desconocidos de la clase política. Incluso, entre el electorado, tampoco son del todo desconocidos.
En segundo lugar, está la aparición de MORENA. Un partido nuevo en varios sentidos: es de reciente creación, con una disciplina férrea en torno a su líder -como no se había visto en el pasado reciente- y es la primera escisión de gran calado del PRD. Aunque las candidaturas morenas para 2018 no son exclusivamente eso. Son una fuerza integrada por petistas, líderes ex-priistas, ex-panistas y ex-sentistas, en donde destaca, claro está, la maestra Elba Esther Gordillo.
Además, MORENA entraña una paradoja: el partido es nuevo pero el candidato no lo es. En materia de campañas es el más experimentado de los seis candidatos a la presidencia.
En la historia reciente no se habían registrado tantas elecciones a gobernador convergentes con las elecciones presidenciales. Algunas entidades estatales modificaron su calendario electoral para empatar la elección de ejecutivo nacional con la de ejecutivo local. Destacan en este caso, por el volumen de su electorado, Puebla y Veracruz. ¿Esta situación producirá mayores niveles de participación en comparación a las últimas elecciones presidenciales?
Tercer punto. Por primera vez el PRI postula a un candidato a la presidencia que no pertenece al partido. En cierta forma, es el cuarto candidato “sin partido” que estará presente en la boleta electoral. Aunque éste si cuenta con estructura partidista. ¿Lo mejor de dos mundos? ¿Imagen ciudadana y recursos partidistas?
La postulación de Meade es producto de una estrategia de la cúpula priista y una parte de la panista. Por primera vez el PRI aprovechará el desgajamiento de uno de sus mayores rivales, Acción Nacional.
Pero no todo pinta bien para el PRI. De hecho, una parte importante de su militancia se ha mudado a MORENA.
José Antonio Meade es el candidato de la Presidencia de la República, con el pedazo del PRI que se ha quedado en el partido, de los autores de un desgajamiento en el PAN y de sus aliados formales, el PANAL y el PVEM. Pero estos dos partidos no son lo que solían ser. Meade, en realidad, es postulado por tres cuartos del PANAL y medio PVEM -debido el conflicto de Chiapas-.
En cuarto lugar, el PAN, ha sufrido tres desgajamientos, uno que favorece al PRI, otro a MORENA y otro más, a la candidata independiente Margarita Zavala. El blanquiazul ha compensado la salida de tantos militantes con dos alianzas, la de Movimiento Ciudadano y la del PRD. De nuevo es pertinente matizar. Es una alianza con medio PRD y con un Movimiento Ciudadano que vive sus mejores momentos, sobre todo en ciertas regiones del país. Anaya es entonces, el candidato de medio PAN, medio PRD y Movimiento Ciudadano.
En quinto lugar, y también a propósito del candidato del blanquiazul, Ricardo Anaya, destaca una situación sin precedentes: en el pasado reciente no se recuerda que ningún candidato a la presidencia estuviera tan seriamente implicado en acusaciones que pueden llevarlo a cárcel.
Los puntos anteriores muestran ya una reconfiguración de las fuerzas políticas, visible ya desde las campañas, pero que se presentará más dramáticamente en la composición de los próximos órganos de gobierno. Las traiciones están y seguirán estando a la orden del día. Muchas heridas se han abierto. ¿Se cerrarán con curitas de pragmatismo? O bien ¿se polarizará aún más la política en nuestro país? ¿Los ex-priistas postulados por MORENA al Congreso se mantendrán fieles a su nuevo partido aun cuando López Obrador no gane la presidencia? ¿Los perredistas serán aliados incondicionales del PAN en el Congreso si Anaya pierde la presidencia? Peor aún, ¿si gana la presidencia un (a) independiente? ¿Logrará conformar una mayoría? Y si lo logra ¿a qué precio será? A estas preguntas pueden sumarse muchas otras, pero no es el momento ni el espacio para hacerlo.
Finalmente, una última novedad de esta elección. Será la primera en mucho tiempo en la cual la televisión tendrá muy poca influencia. En su lugar, Internet tendrá un gran peso. A un público fragmentado corresponde una estrategia de propaganda fragmentada, dirigida a auditorios específicos. El modelo de comunicación social ha cambiado por completo. Los viejos gurús, los encuestólogos, los fabricantes de imagen, han sido sustituidos por jóvenes audaces, sin doctorados en Harvard pero que conocen a los electores; jóvenes capaces de reaccionar rápidamente a todo argumento, a todo contraargumento, a toda imagen y lema.
Mientras tanto, sigamos siendo testigos del surgimiento del nuevo sistema político mexicano.
Jorge Federico Márquez Muñoz. Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Doctor en Ciencia Política, ganador del Reconocimiento Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en el área de Docencia en Ciencias Sociales. (2012) y es autor, entre otros, de los libros: Envidia y Política en la Antigua Grecia, Más allá del Homo Oeconomicus y las Claves de la Gobernabilidad.