No quiero arruinarle a nadie el disfrute de la segunda temporada de The Crown en Netflix.
Así que por favor absténgase de esta lectura si se encuentra en espera de consumir algún pendiente o toda la serie.
Porque si bien trataré de no sumarme a los enfadosos spoilers, la mera referencia al personaje obliga a adelantar la trama.
Lo que me importa ahora es destacar tres reflexiones que la segunda entrega de la serie deja sobre el poder, la vida matrimonial y la felicidad.
Y es que la reina Isabel proyectada por Netflix es una mujer que aprende a entender la fuerza de la corona que carga, como tal cosa, una carga.
Se trata de una metáfora del ejercicio de la representación del poder como una carga. Y de la importancia que tiene el hecho de comprender esa condición.
De manera que la serie nos permite gozar de una biografía política que se va armando sobre la marcha, gracias a la manera personal en que se asimila el significado y el alcance de ese poder.
Tratándose del retrato de una de las mujeres que más años han ejercido la representación de una monarquía, The Crown es también una mirada a la singularidad de la política cuando ésta se conjuga desde el género femenino.
Y esa es quizá la aportación cultural más hermosa y conmovedora de la serie: se hace cargo de la doble carga que el poder le genera a una mujer.
Así, la historia muestra las dificultades que entraña para una reina la vida de pareja, por la obligada inversión de los roles masculino y femenino, toda vez que el marido es un servidor más de la monarca.
Lo sorprendente de este relato es que la tensión entre la mujer poderosa y su cónyuge logra superarse porque siempre se antepone la voluntad del entendimiento, rasgo finalmente clave para quien convierte al poder y a la política en un talento.
De manera que la serie logra momentos de apología incluso sobre las cualidades de una buena relación matrimonial.
Y eso resulta encantador en medio de los lugares comunes que pretenden ridiculizar la exaltación de la vida conyugal.
Sobre todo porque el matrimonio que The Crown ofrece también es un espejo para la sociedad actual, donde hay una creciente población femenina que busca conciliar el éxito laboral y social con parejas amorosas felices.
Porque ese, el de la felicidad, es otro tema magistralmente abordado en la serie, justo porque la protagonista igualmente lo aprende a dilucidar en medio del ejercicio del poder y de las dificultades que éste conlleva en la vida doméstica de quienes lo ostentan.
Varias son las lecciones que el personaje de la reina otorga a los espectadores sobre la condición de padecer o gozar la existencia. Al respecto, la Reina Isabel Segunda reivindica esa idea clave de que el mundo se divide entre quienes viven buscando culpables y aquellos que se responsabilizan de las consecuencias de su libre albedrio.
Uno de los capítulos más significativos sobre el valor de asumir nuestras circunstancias con el deseo genuino de construir felicidad retrata los encuentros de la reina con la esposa del Presidente Kennedy.
Queda en ese episodio el registro de una de las citas más hermosas de la serie: “Ese es el problema de ser infeliz. Solo hace falta que suceda algo peor para darte cuenta de que, después de todo, en realidad eras feliz”.