“Estamos solos” decía una y otra vez el periodista Javier Valdez Cárdenas antes de ser asesinado, hace 8 meses en Culiacán, Sinaloa. Y le sobraba razón, “estamos muy solos”.
El fin de semana pasado fue ejecutado otro periodista en México. El sábado 13 de enero, el periodista independiente Carlos Domínguez Rodríguez fue acribillado de 21 puñaladas, frente a su familia, en Nuevo Laredo, Tamaulipas.
La Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos condenó el homicidio. Señaló que el crimen es una muestra del riesgo que implica ser periodista en México, especialmente en Tamaulipas, donde hay 14 colegas muertos en los últimos 17 años.
El representante de esa oficina en nuestro país exhortó a las autoridades estatales y federales a investigar el caso y que una de las principales líneas de investigación sea la labor periodística.
Sabemos que de inmediato, para contener el tema, las autoridades lanzan suposiciones (casi siempre erróneas) para minimizar la gravedad del problema.
Cada vez que el horror del asesinato de un periodista ocurre en México, organismos internacionales se pronuncian y hacen llamados para poner un alto, pero aquí, las autoridades son de oídos sordos.
Aquí no les gusta escuchar, no les gusta saber, no se quieren enterar y mucho menos atender. Para ellos una condena, una declaración y una publicación de condolencia, pagada por cierto, resuelve el tema.
Pero no, ni han llegado a las últimas consecuencias ni los han esclarecido.
Obviamente ante esa terrible omisión, las ejecuciones han aumentado.
Durante esta administración han matado a 39 periodistas, 12 el año pasado. La mayoría en Veracruz.
En cada periodista abatido hay un caso de impunidad.
Para las autoridades, cada nueva tragedia, echa al olvido las anteriores. Para la sociedad, no, para el gremio menos.
La organización de periodistas ‘Reporteros Sin Frontera’, ha insistido en que el único país en supuesta paz, México, es al mismo tiempo, el país más peligroso del mundo para los periodistas.
La ola de violencia contra el gremio, en la antesala de las elecciones, no es ningún buen augurio.
Casi 40 periodistas muertos en cinco años y otros tantos, que debido a su incisiva, crítica, dura y denunciante pluma, han tenido que dejar sus entidades e incluso el país por amenazas y miedo.
Así de frágil es el periodismo en México.
Hace unos meses, aquí mismo lo escribí, el asesinato de periodistas en el país, no ha sido prioridad en la agenda para ninguno de los Presidentes de la República, ni mucho menos para los gobernadores o presidentes municipales. Para nadie, ni para ningún partido. Simplemente no les importa.
Ya son ocho meses del asesinato de Javier Valdez, homicidio que sigue impune. Igual que los de Jesús Adrián, Cecilio, Ricardo y tantos más.
A penas hace un par de días el reportero Carlos Domínguez Rodríguez fue asesinado en Tamaulipas. Un caso más que lamentablemente, ya sabemos el futuro que le depara: inacción, omisión y olvido.
Las recomendaciones de la CNDH para que las autoridades generen las condiciones para que los periodistas ejerzan la libertad de expresión sin verse sometidos a amenazas de ningún tipo, a nadie le importa, son como las llamadas a misa.
El panorama para nuestro lastimado gremio no es nada halagüeño y si muy preocupante.
Ya lo advierte “Reporteros sin Frontera”, se avecina una ola de violencia, muy preocupante para la prensa en México. Ojalá y no sea así.
Ante el miedo no nos podemos echar para atrás, por eso, nuevamente mi solidaridad con las familias de tantos colegas asesinados.