Juan Soriano, un hombre políticamente incorrecto.
Aunque han pasado muchos años aún recuerdo con claridad cuando mi entonces jefe Jacobo Zabludovsky me dijo: “Busca a Juan Soriano de mi parte y dile que lo vas a entrevistar sobre la próxima exposición de esculturas monumentales en el Zócalo”. Llamé a la casa del maestro y una voz de hombre con acento extranjero me dijo: “Juan acepta la entrevista, pero antes de que vayan al taller a Ecatepec, te invita a desayunar”. Ese hombre era Marek Keller, el compañero de Juan Soriano de los últimos años.
Llegué a su casa en la Condesa, una de las más bellas que he visto. Cada objeto, mueble, color y planta en perfecta armonía y de una pulcritud impresionante. Desayunamos y de ahí me fui con Soriano en el coche con los camarógrafos. Fue recomendación de Marek de que antes de entrevistarlo, conviviera con él. En el trayecto de dos horas hacia Ecatepec pude conversar prácticamente de todo con Soriano quien me sorprendió por la sencillez y sus respuestas sin rubor de algunos aspectos de su vida. Ahí me habló de su estancia en París, de las Elena y Helena Garro y Paz, “unas auténticas desquiciadas que cómo hicieron sufrir al pobre de Paz”. “Nunca tenían un quinto y siempre andaban con sus locuras”. De algunos intelectuales que “eran insufribles”. No hizo grandes comentarios sobre sus obras. Sí me habló de las interminables fiestas con alcohol. Le dije: “oiga Juan, pero si usted se ve muy bien, muy cuidado. – ¡Ah!, me dijo, Pues dejé de beber. ¿Y eso? –Pues un día traía yo tal borrachera que me subí a la mesa y oriné a las personas que estaban ahí- Me quedé atónita.
Traje a mi mente esta anécdota porque acabo de leer el libro de Elena Poniatowska “Juan Soriano, niño de mil años”. Además de que hace referencia a esa última fiesta etílica de Soriano, pude conocer y entender más al hombre detrás del gran pintor y escultor jalisciense. Su enorme talento mostrado desde niño, pero también de su sobrevivencia en una sociedad de machos borrachos y violentos como su padre allá en Jalisco; la asfixia de las mujeres de su familia, cómo comenzó a crear figuras con el pan y por supuesto de cómo sorprendía con sus dibujos. Su físico pequeño y delgado no le impidió defenderse ante todos. Nunca se preocupó por esconder su homosexualidad. Me contó de la bohemia en la que convivió con otros grandes como Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Octavio Paz, Lupe Marín… También conocí que cuando el equilibrio llegó a su vida, Soriano llegó realmente a resplandecer. Según Poniatowska, la presencia de Marek Keller trajo al maestro el sosiego y la disciplina. Supe que bajo el mecenazgo de Emilio Azcárraga Milmo “El Tigre”, Soriano pudo dedicarse al arte sin pasar por las penurias económicas.
Regreso al humilde taller de Ecatepec. Ahí me enteré que las esculturas monumentales partían de una pequeña a escala; de que se necesitaba del esfuerzo de varias personas. Vi convivir a Soriano con esos humildes obreros. “Juan Soriano, niño de mil años”, es una biografía donde se resalta más al hombre que al artista, uno de los grandes de la plástica mexicana. La leí sin parar, tal vez porque en el poco tiempo que conviví con Soriano me habló de muchas cosas de su vida con ese humor ácido que lo caracterizó. Un hombre políticamente incorrecto y que se tuvo que reír del sufrimiento para no decaer.