AMLO sabe que de llegar al poder no será un Presidente muy diferente.
Las expresiones de “montoneros”, “achichintles” y “paleros” que en las últimas semanas ha vertido el líder nacional de MORENA, Andrés Manuel López Obrador, a sus adversarios políticos por la candidatura presidencial del PRI, PAN y PRD me llevan a una reflexión: ¿realmente quiere ser Presidente? ¿Está preparado para dejar a un lado su inmaculada imagen de salvador del país para ser juzgado como ahora él lo hace con todos los expresidentes que, independientemente de la corrupción en que han caído, han tenido un desgate lógico por gobernar este país?
El tabasqueño se ha instalado desde 2006, cuando emprendió su primera campaña presidencial, en un lugar de la política de México que no quisiera perder: el de dirigente de izquierda más importante que ha logrado construir, mediante la traición, la mentira y la manipulación de mentes perezosas, su figura de “mesías” con el que quiere quedar en la historia.
AMLO sabe que de llegar al poder en los comicios federales del año entrante no será un Presidente muy diferente a los que nos han gobernado; deberá, en primer lugar, pagar los apoyos de empresarios como Ricardo Salinas, dueño de TV Azteca, y Alfonso Romo, dueño de Oxxo, le están dando. ¿O alguien cree que esta dupla lo haya hecho por amor a México?
El tabasqueño sabe que de llegar a la Presidencia someterá a su autoritarismo a todos los mexicanos que hoy lo ven como el “hacedor de milagros”, como lo hizo cuando fue Jefe de Gobierno, donde no permitió que nadie de sus cercanos colaboradores lo contradijera: hacerlo significaba estar en su contra, por lo que obedecían ciegamente renunciando a sus principios y dignidad. ¡Marcelo Ebrard es uno de ellos!
Indiscutiblemente sabe que de ponerse ahora sí la banda presidencial callará a los medios de comunicación que por años lo han criticado, actuará para silenciar a los columnistas que lo han exhibido y llevará a su derecha a los que le han servido fielmente, como el diario La Jornada y la revista Proceso.
López Obrador Sabe que no le conviene ganar la elección del 1 de julio de 2018 porque a la mañana siguiente iniciará su otra historia: dejará de ser el “rey” para convertirse en el Presidente que no podrá acabar con la delincuencia, con los feminicidios, con la impunidad, con la corrupción de gobernadores y funcionarios, con la pobreza y la marginación, con la ignorancia, con el desempleo.
Si algo le reconozco a López Obrador es su habilidad para chuparles el cerebro a los que no quieren esforzarse por pensar por sí mismos: es más fácil dejarle su destino a un hombre que como orador, pleiterio y populista se pinta solo, pero como gobernante ya dejó huella en uno de los temas que más nos preocupan: la terrible inseguridad.
Remontémonos a la mañana del 27 de junio de 2004: el líder de MORENA en ese entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, vio desde sus oficinas del antiguo ayuntamiento la “marcha blanca”, que aglutinó a miles y miles de personas vestidas de blanco en protesta por la ola de violencia que nos golpeaba, principalmente secuestros.
La reacción ante la protesta ciudadana fue minimizarla y calificar a los protagonistas, entre ellos María Elena Moreira, como “pirruris” manejados por el sistema que estaba en su contra. De nada sirvieron las reuniones mañaneras del gabinete de seguridad que ahora como candidato único de su partido vuelve a proponer aderezado con paz, serenidad y concordia.
Meses después, el 24 de noviembre de 2004, nos acostamos con las terribles imágenes de dos policías federales quemados vivos por pobladores del pueblo de San Juan Ixtayopan, suceso que de nuevo fue tema “sin importancia” para AMLO al declarar que eran “usos y costumbres” normales en la delegación Tláhuac.
La misma práctica que hoy tiene hasta el hartazgo a los mexicanos las llevó a cabo el abanderado presidencial morenista al arropar a su secretario de Seguridad Pública, Marcelo Ebrard, quien en los instantes del linchamiento no estaba en su oficina, andaba de romance con la actriz y ahora exesposa, Mariagna Pratss. La orden a sus subordinados en la procuración de justicia, Bernardo Bátiz, su procurador, fue deslindar a Ebrard de cualquier responsabilidad porque sería su candidato a sucederlo en la Jefatura de Gobierno en 2006.
Con estos antecedentes hay millones de personas que creen que Andrés Manuel López Obrador transformará al país… Habría que preguntarle directamente si quiere seguir siendo el eterno candidato salvador o si tendrá el arrojo para ser juzgado como él lo hace ahora con los que han sido presidentes: su historia puede cambiar.
Elena Chávez. Estudió periodismo en la universidad Carlos Septién García. Ha escrito los libros “Ángeles Abandonados” y “Elisa, el diagnóstico final”. Reportera en diversos diarios como Excélsior, Ovaciones, UnomásUno; cubrió diferentes fuentes de información. Servidora Pública en el Gobierno del Distrito Federal y Diputada Constituyente externa por el PRD.