Son mujeres en una época en la que la paridad por género se utiliza como bandera democrática.
“Soy baterista, soy comunicóloga. He participado en movimientos sociales, por ejemplo el 132 (#YoSoy132). Tengo experiencia en organización, en estar en la calle con la gente, en caminar esta ciudad, en luchas como el movimiento feminista”, expresó Lucía Riojas al presentarse con medios de comunicación. La joven es aspirante independiente a la Jefatura de Gobierno de la CDMX, auspiciada por el grupo político Ahora.
En días previos, la indígena jalisciense María de Jesús Patricio anotó ante el Instituto Nacional Electoral (INE) su aspiración para ser candidata a la Presidencia de la República. El registro de “Marichuy” se da luego de un año de que el Congreso Nacional Indígena (CNI) retomó la iniciativa del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) para participar en la elección presidencial de 2018.
También Margarita Zavala Gómez del Campo formalizó ante el INE sus aspiraciones para buscar la Presidencia por la vía independiente en 2018. Abogada, desde 1990 alterna su labor política con el trabajo en diversos bufetes jurídicos; también fue docente, y ha tenido diferentes encomiendas a nivel nacional dentro de su partido o ante el Congreso. Y como es archisabido, fue Primera Dama cuando su cónyuge, el panista Felipe Calderón, fue Presidente de la República de 2006 a 2012.
Las tres reúnen una característica: han sido candidaturas polémicas desde su origen. Son mujeres en una época en la que la paridad por género se utiliza como bandera democrática, aunque las agendas legislativas no lo reflejen. Por lo mismo, sus aspiraciones han sufrido una dualidad. Por un lado, sus impulsores destacan características como “ser mujer”, “joven” o “indígena“ como un plus. Y, en sentido opuesto, hay quienes cuestionan a una de ellas por su relación matrimonial, negando su pasado profesional y político y reduciéndola a ser un mero apéndice de su marido.
Así, el debate sobre los factores positivos y negativos de estas candidatas se ha atorado en la corrección política. Una conocida periodista festejaba el prerregistro de Lucía resaltando como virtudes el “ser mujer, joven y echada para adelante”. Habría que recordar que una batalla de la lucha feminista es dejar de resaltar el género como una ventaja o desventaja cualitativa.
Asimismo, la discriminación por envejecimiento es otra batalla en la trinchera feminista. Entender que la edad no resta méritos implica comprender que la juventud no los otorga tampoco. Que empoderarnos va más allá de ser mujer y joven. Y que, sin importar etiquetas de género y edad, lo esencial es que nuestros derechos puedan ser ejercidos a plenitud.
Marichuy, la candidata zapatista, debió enfrentar una andanada discriminatoria y racista por su apariencia física, sin que los políticamente correctos asumieran una defensa firme. Pero, al menos, ella ha tenido claro que su objetivo no es ganar (es claro que eso no ocurrirá), sino fortalecer la organización de las comunidades étnicas. Su meta es visibilizar la situación indígena en un país donde serlo parece signo de debilidad, con independencia del género.
Y en el tercer caso está la paradoja de que la mujer que cuenta con las mayores posibilidades de prosperar en su aspiración como candidata sea descalificada por su estado civil: ser esposa de un expresidente de filiación conservadora. Uno que fue detestado siempre por la izquierda que supuestamente comulga con los valores del feminismo.
Esta vez no ha sido el machismo, sino las propias feministas las que nos hemos complicado la discusión. Olvidamos que no hay luchas mejores que otras ni diferentes varas para luchar por los derechos de las mujeres. La defensa del género es un asunto de principios y no tiene por qué estar condicionada a preferencias partidistas o ideológicas.
Y también es pertinente recordar que, en esta lucha por la igualdad, también es justo que estemos sujetas a escrutinio y se nos demande algo más que sólo “ser jóvenes” y “estar echadas para adelante”.
El reto es trascender la polémica por las cualidades e ir más allá, para exigir a las mujeres que demandan nuestras firmas y votos un compromiso con una agenda sólida de género y apoyarlas para su concreción. Y esto pasa por no permitir que el feminismo se convierta en bandera de oportunismos o en misil en contra de nosotras mismas.