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«VÍA LIBRE»: Todos nos hicimos uno solo

En 1985 tuve miedo; en el 2017, pánico. 

Tú no puedes opinar sobre México porque no vives aquí!!!

Frase que he escuchado infinidad de veces; de amigos, de vecinos y hasta de un par de miembros de mi familia.

Me fui hace 21 años a vivir a Toronto, Canadá, y aunque ya soy portador de la ciudadanía de ese país, aún conservo la mía, la original, la mexicana. La que me vio nacer.

Después de 32 años, la tierra nos metió una jalada de patas en la misma fecha de hace 32 inolvidables años.

Era yo estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales Campus C.U., y el mismo día del terremoto organizamos brigadas para ir a los hospitales o a donde hiciera falta.

Los jóvenes de aquella época sólo teníamos entusiasmo y mucho ánimo de ayudar. A diferencia de los de ahora que, apoyados en la tecnología, a los 35 minutos del sismo ya estaban en los sitios afectados y se coordinaban como si fuesen los mejores astronautas o capitanes del barco.

La fecha, karmática y recurrente, llegó a abrir llagas, recuerdos, miedos, angustias, pérdidas, llanto.

Yo caminaba por La Calzada de Tlalpan y Periférico Sur, cuando sentí que todo iba en sentido contrario a mí. Las plantas gigantes del hotel La Luna venían y se iban de mí. Los cables de luz se movían como si fueran a encontrarse entre ellos mismos y estallar.

Mi vista se nubló. Miraba a la gente salir de un banco, de un colegio, pero en mi mente solo apareció la imagen de mi mamá. La había dejado sola, con 87 años y un brazo roto.

Corrí contra el movimiento (me dijo un médico que perdí mi eje de gravedad y por eso sufrí muchos mareos) y no veía nada a mi alrededor.

Supongo que muchos hijos, muchas madres, muchos padres, corrieron igual que yo por sus seres amados.

La encontré a salvo y no pude más que agradecer a la vida tenerla de nuevo conmigo y que la fatídica cita del mismo día nos hallara lejos de sus deseos de llevarnos.

Mi hermana y hermano llegaron un poco después y ya a salvo la familia, buscamos velas y cobijas y decidimos acampar en la sala de la casa, tal y como hace 32 años. Con el mismo miedo y la misma incertidumbre.

Las historias de los vecinos eran una tras otra. Las noticias que traían quienes sí tenían servicio de red, nos asustaban más. Se cayó un edifico en Álvaro Obregón, otro en Taxqueña y un Colegio al sur: ¡Los niños! El Rébsamen.

Dos días después pude llorar y sentir lo mismo que sintieron todos los mexicanos que padecieron el temblor. Dos días de tener los sentimientos atorados y de preguntarme qué le había pasado a mi piel o a mi corazón que sintieron algo que nunca habían sentido antes.

En 1985 tuve miedo; en el 2017 tuve pánico. 

Lo tuve como todos los mexicanos. Y a mí nadie me viene a decir que NO soy mexicano y que no tengo derecho a opinar, a sentir en mi alma lo mismo que sienten los de mi raza.

Desde mi trinchera, organicé ayuda como todos. Teníamos el corazón estrujado, pero era el tiempo, el momento de ponerse la camiseta y ser uno solo.

He llorado mucho, he escuchado la alerta sísmica sin estar ya en México. Duermo mejor pero sigo pensando que en México está mi familia, mis amigos, mis vecinos, mi país.

Cuando subí al avión para regresar a Toronto, ya no era el mismo. Dejaba más que la mitad de mi vida. Dejaba mi vida entera.

Soy como todos los mexicanos.

Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a nadie”. 

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