Prefería solo tomar los dulces y seguir trabajando.
Los terremotos de septiembre pasado dejaron en nuestro país cientos de muertos, hasta este martes 3 de octubre, 225 en la CDMX. Tales siniestros, de los días 7 y 19, también dejaron constancia de la lentitud del gobierno federal para reaccionar ante la tragedia y una vez más, como ocurrió en 1985, el ciudadano común y corriente lo rebasó y realizó las tareas que le correspondían al primero.
Y no solo eso, la población denunció y sigue luchando contra las autoridades de los gobiernos de Oaxaca y Morelos para que la ayuda a los afectados llegue directamente y no sea utilizado como propaganda, a unos meses de la elección presidencial.
Aquí, en el imperio de Mancera se ha sacado a la luz una serie de abusos e irregularidades, como la del negocio que ahora mismo hace el presidente nacional de la Cruz Roja Mexicana, quien comercia con la ayuda humanitaria y las del ya famoso colegio Rébsamen, donde murieron 25 personas, entre ellas 21 niños y cuyos permisos diversos y su manejo tienen un tufo a vil tranza.
Sin embargo, no todas son malas noticias. A través de los medios y de las redes sociales nos enteramos de hechos heroicos de rescatistas y voluntarios; entre los primeros está el caso del soldado de la Fuerzas Armadas, que en Jojutla, Morelos, rescató sin vida a una madre y su hija y que, con lágrimas en los ojos, su imagen dio la vuelta a México y al mundo.
En la Ciudad de México acaparó la atención el trabajo realizado por la joven Al Barreiro, quien luego del terremoto se trasladó por la noche a casa de sus padres en la Colonia Del Valle para el día siguiente levantarse a las 6:30 de la mañana y dirigirse a la calle Heriberto Frías, donde convocaban voluntarios.
Cuenta que ese sitio, al que llamaban Zona Cero, la tarea de las mujeres consistía en pasar cubetas vacías a los miembros del Ejército, quienes a su vez las llenaban de cascajo para después regresarlas a dos filas de hombres que estaban detrás de ellas.
Explica: A las mujeres nos equipaban debidamente con casco, guantes, chaleco, tapabocas, anotaban nuestro nombre y nos vacunaban contra el tétanos.
Luego comparte su primera impresión al entrar a la Zona Cero, en silencio y con el celular apagado: “Mis ojos no daban crédito a lo que veía. No lo podía creer, un edificio caído. Es impresionante cómo una estructura tan robusta de pronto es una montaña de cascajo y recuerdos”.
Añade: “Cuando trabajaban se les daba agua, electrolitos, dulces, tamales y huevos duros regalados por la gente, pero los voluntarios preferían no comer, solo tomaban dulces y le dejaban la comida a los médicos, al Ejército y a los ingenieros”.
Advierte que pasar cubetas vacías parece sencillo, pero conforme avanzaba el tiempo se hacen ampollas en las manos y dan calambres. Los hombres alentaban y se buscaba mantener la fuerza y el coraje a pesar de que se veían pasar pedazos de vida, zapatos, imágenes familiares, ropa, cuadros…
Y aquí empalma mejor que nunca un fragmento del poema “Fuego de Pobres” del poeta veracruzano Rubén Bonifaz Nuño:
“Para los que saben con amargura
que de la mujer que quieren les queda
nada más que un clavo fijo en la espalda
y algo tenue y acre, como el aroma
que guarda el revés de un guante olvidado”.
Al Barreiro refiere que vio una bandera de México en el área de trabajo, que nunca hubo fotos, ni bromas, pero sí mucho silencio y respeto. “Cuando se aceleraba el trabajo, la garganta me molestaba, los ojos me lloraban y el corazón me dolía, pero el alma se engrandecía al ver el esfuerzo de todos por ayudar a los demás”.
Pasan las horas, destaca, y un ingeniero dice que es hora de sacarnos. Son casi las 3 de la tarde y nos deben relevar para evitar un incidente. Dejamos las cubetas y nos enfilamos sobre Escocia rumbo a Eugenia. Mientras nos quitamos el equipo de trabajo, la gente nos aplaude. Los demás voluntarios, los paramédicos, ingenieros, los albañiles y un soldado del Ejército gritan: ¡Vivan las mujeres mexicanas valientes! A lo lejos alguien dice: “Ellas vencen porque no se dejan vencer”.
Y así, entre aplausos y gritos, mirando el suelo polvoriento y aguantándome las lágrimas, salgo de la Zona Cero, concluye la joven heroína mexicana.
Cut Domínguez. Es periodista cultural. Ha dirigido espacios como la jefatura de Prensa de Difusión Cultural de la UNAM; coordinador de Prensa en la Ciudad de México del Festival Internacional Cervantino; Subdirector de Difusión del Polyforum Cultural Siqueiros; Jefe de Prensa de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes. Asimismo, ha sido colaborador de diarios y revistas nacionales.