Nuestros adultos mayores, más vulnerables en los sismos.
De ellas aprendí a tejer, a cocinar, los buenos modales en la mesa, bueno, hasta cómo ordeñar una vaca. De ellas escuché las mejores historias, tan fascinantes que me perdía entre la realidad y la fantasía.
Mis abuelas fueron privilegiadas, siempre acompañadas en sus más de 90 años, siempre rodeadas de amor y de su gente, hasta el último día.
Y cuento esto porque, dos días después del terremoto, el 21 de septiembre, recibí un correo en el que me informaban que Luchita había muerto.
La señora que me adoptó como hija, como nieta, como amiga, no aguantó más. Su corazón se detuvo.
La conocí hace 10 años, en uno de esos fríos días decembrinos. Fui hacer un reportaje sobre cómo pasaban las fiestas navideñas los ancianos que viven en asilos.
Fue conmovedor. Una vorágine de sentimientos, tristeza, impotencia, enojo. Era una de esas llamadas “Casas de Retiro”. Privada y costosa. Ahí estaban, casi todos los habitantes, señores y señoras mayores, sentados, en sillas de ruedas, otros de pie o con un encorvado y cansado caminar. Algunos todavía con claros recuerdos de una vida, otros con destellos de memoria y unos más ajenos a su dolorosa lucha contra la demencia senil.
Ahí estaba Luchita, con 80 años a cuestas. Ciega, muy cariñosa. Le encantaba contar con gran elocuencia historias salpicadas de experiencia y sabiduría. “¡Qué bueno que me visitas! Hace mucho que nadie viene a verme”, me dijo mientras la entrevistaba. Supe que tenía una hija y un hijo, que ya tenía dos años viviendo en el asilo; que los hijos jamás se atrasaban con la mensualidad para sus cuidados, pero solo la habían visitado tres veces en dos años.
Y, así como ella, había –bueno–, hay muchos ancianos en la misma situación de abandono.
En México viven más de 12 millones de personas mayores de 65 años, la mitad de ellos en situación de pobreza y uno de cada cuatro padece carencia alimentaria.
Para el 40 por ciento de los adultos mayores, su principal problema es el económico y en enseguida las enfermedades y accesos a servicios de salud. Muy pocos tienen empleo, mal pagados, en la informalidad y sin seguridad social. Solo una cuarta parte de ellos tiene una pensión, casi siempre insuficiente.
El Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, INAPAM, ha documentado que por lo menos el 16% de los ancianos sufre de violencia física, psicológica, abandono o explotación financiera, dentro de su propia familia.
Después del reportaje, seguí visitando a Luchita. De buen humor, cuando me anunciaban, presumía, con jiribilla ante sus compañeros: “ya llegó mi hija con mis chocolates”; chocolates sin azúcar, desde luego, por su diabetes.
Las tardes se iban muy rápido, entre interminables historias, sollozos y largas pausas. De su familia, sus viajes, de su único romance, de su juventud, de grandes y pequeños recuerdos.
Luchita, murió de miedo, murió triste, me cuentan. El terremoto del 19 de septiembre la asustó, como a la mayoría de nosotros. Pero el corazón de ella no resistió, informó su médico que dos días después dejó de latir.
Urgen políticas públicas que ofrezcan garantías para la población de la tercera edad. Para 2050, se estima que México será el país con mayor número de adultos mayores en toda América Latina: 33.8 millones de personas con más de 60 años. El reto es grande.
No dejemos que nuestros viejos se vuelvan invisibles. Si somos tan solidarios en la desgracia, seamos también con ellos.
Buen viaje, Luchita. Aquí resguardo tus historias.