Doblemente triste este 19 de septiembre. Treinta y dos años después la tragedia reblandece el concreto de la Ciudad de México, si es que alguna vez ha estado sólido. Y de entre los escombros afloran muchas cosas:
1.- La enorme y espontánea participación de los millennials. Esos mexicanos nacidos entre 1982 y el 2004. Esos a quienes considerábamos muy sentados en sus zonas de confort, viendo incansablemente el celular y evitando cualquier situación que impida la relajación. Prácticamente corrieron a dar apoyo a los afectados.
2.- La solidaridad a prueba de balas. Bueno, esa nunca ha faltado. Porque está siempre en el momento en que se necesita. No importa qué tan jóvenes, ni qué tan viejos. Está como que muy en el ADN de los mexicanos, aunque muchas veces tenga que venir de una sacudida telúrica, ciclónica, de la desgracia al fin.
3.- La mezquindad política. Esos individuos que siempre están más preocupados por saber quién llevó la primera ayuda, quién “donó” más dinero, quién movilizó a más gente para llenar los centros de acopio. Los que en su afán antisistémico regatean la acción rápida y oportuna de las autoridades federales, encabezada por el presidente de México. Los que aprovechan las toneladas de ayuda donada, para imprimirle algún sello personal.
4.- La rapacidad de los constructores. Sí, esos que prometieron conjuntos habitacionales de “lujo” en colonias de clase media. Esos que construyeron enormes moles con roof gardens y gimnasios. Esos que vendieron ilusiones de tener un patrimonio “exclusivo” pero no aguantaron el primer terremoto. ¿No se suponía que después del 85 las construcciones serían con tecnología antisísmica? Digo, la Ciudad de México es una zona de alta sismicidad y nunca va a cambiar. Que no nos vengan con el cuento de que fue algo inédito. De entre las miles de edificaciones derrumbadas y dañadas hay varias que no tenían ni cinco años de construcción. Aunténticos huevitos de 60 y 70 metros cuadrados, pero vendidos en millones. ¿Por qué en la Colonia del Valle, la Roma, Condesa y Narvarte? Colonias que por cierto han vivido en los últimos años, una auténtica explosión de construcciones.
5.- La voracidad y corrupción de autoridades delegacionales y de gobierno de otorgar licencias de construcción a diestra y siniestra.
6.- Los buscadores de historias insólitas, esos “reporteros” que nos mantienen en un hilo y que nos arrancan lágrimas y nos quitan el sueño. Esas que imprimen aún más drama al drama. Prácticamente nadie escapó a la “Fridomanía”.
7.- La tristeza de por qué otra vez no podemos salir de la tragedia. Porque a las tragedias naturales se suman otras más añejas: pobreza, marginación, corrupción sin límite, impunidad y violencia.
Conforme pasan los días tras el terremoto del 19 de septiembre, se asoma la dimensión de la catástrofe. Hay quienes dicen que a diferencia de hace 32 años, no hubo tantas víctimas humanas, algo que efectivamente ocurrió gracias a una mejor cultura de la prevención. Ahora viene el reto mayúsculo: cómo reparar las pérdidas del patrimonio de miles de mexicanos. Cómo reactivar las economías de las zonas afectadas por los terremotos del 7 y ahora del 19 de septiembre. Tendrán que ajustarse, sin duda, los presupuestos públicos
Tenía que venir la tragedia para saber de qué estamos hechos. Y como ha ocurrido siempre, históricamente, ahí estamos de pie listos para sobreponernos a cualquier mal. Son tiempos de sumar y de hacer a un lado distractores de toda índole. México es un país que a pesar de todo está ahí: siempre solidario y dispuesto a brincar la adversidad. Una vez más…