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«POTENCIAL»: Ayuda humanitaria y mujeres

La precariedad es un asunto de lo más serio en desastres naturales, como en la devastación que hoy afecta a la Barbuda en El Caribe, después del paso del Huracán Irma. De hecho, otro desastre, el terremoto de Puerto Príncipe de enero de 2010 nos mostró que en la devastación las mujeres y los niños llevan la peor parte, al menos en principio.

La lección más penosa sobre la pobreza me la dio el periodismo de género: la persona más pobre que se puede encontrar es una mujer, indígena o afrodescendiente y probablemente avanzada en edad, por lo tanto, en principio se encontrará en la peor posición para enfrentar una calamidad de grandes magnitudes y tiene escaso margen de resiliencia.

Hace años, reporteando en las escarpadas colonias de la Sierra de Guadalupe entre los límites de Ecatepec y Tlalnepantla, encontré no sólo las escuelas con aulas de cartón que iba buscando, sino viviendas que se salían del límite urbano marcado por la autoridad. Me explicaron la razón, allí donde no llegaba el pavimento, donde no había drenaje ni agua, allí no tenían que pagar ningún impuesto y sin sorpresas identifiqué las viviendas de hogares monoparentales encabezados por mujeres.

Si un huracán llegara por allí, las endebles casas de cartón y plástico serían las primeras en desaparecer; como pasó con las viviendas de palma y madera de los barrios más pobres de Barbuda, República Dominicana y Haití.

Las madres solteras y sus familias tienen los ingresos más bajos, como lo muestran los estudios demográficos, y por lo tanto sus viviendas son las más vulnerables a los fuertes vientos de un huracán. En la carencia de la pobreza es poco probable que cuenten con energía eléctrica, pues igual que las familias que conocí en México, se internan en los lugares más apartados, donde el suelo es muy barato o gratis, con tal de tener una vivienda, lo que las excluye de los servicios y los avisos de evacuación.

Para las sobrevivientes y sus familias, estos días son críticos, y si es que lograron llegar a los refugios, dependerán de la ayuda humanitaria; pero de momento ningún gobierno está en posibilidades de llegar a ellos con agua y comida.

En los noticieros vemos a la población de Miami abarrotando los centros comerciales para tener alimentos y agua para varios días después del paso del Huracán; pero los pobres no pueden hacer eso, no tienen ahorros, no tienen excedentes, viven al día. Así que su dependencia es total.

Aunque los cielos se despejen lo suficiente en las siguientes horas para que lleguen las brigadas sanitarias y monten los hospitales ambulantes, el debilitamiento de las mujeres y los niños por los años de hambre se agudizará mientras esperan, por ejemplo, una cama para parir.

La llegada de los camiones de ayuda humanitaria de la ONU en el terremoto de Puerto Príncipe fue brutal, el hambre campeaba entre la población que lo había perdido todo, y la obtención de los alimentos fue el resultado de peleas campales a golpes, así hasta delante siempre quedaron los hombres. Las mujeres, niños y ancianos eran desplazados a la fuerza. Porque en la sociedad de los desheredados se disuelven los lazos morales. Y por supuesto, en la devastación las violaciones y el intercambio sexual por alimentos son comunes y hacen necesarias medidas especiales para la protección de la población femenina. No es fácil ser mujer en los desastres.

Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey. 

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