«ELLAS EN EL RETROVISOR»: El Sultán, un mundo de hombres - Mujer es Más -

«ELLAS EN EL RETROVISOR»: El Sultán, un mundo de hombres

Con retraso, cuando ya iba avanzada, comencé a disfrutar de la serie de El Sultán que actualmente se transmite en Imagen Televisión.

La historia recrea la época del imperio otomano bajo el mando de Suleiman (Solimán o Süleyman), quien vivió de 1494 al 1566.

Las conquistas militares conducidas por El magnífico a Belgrado, Rodas, Hungría, Viena, el norte de África y Oriente Medio, se entrelazan con su vida familiar y amorosa, en medio de intrigas, pasiones y la codicia por el poder.

Además de la majestuosa recreación de la época, el guion de la serie resulta cautivador, otorgando a los personajes una marca singular a través de las palabras.

Algunos resultan emblemáticos. Es el caso del hombre más cercano a Suleiman, su acompañante militar y operador político, Ibrahim Pashá, quien encarna esa pretensión tan humana como universal de suplantar al poder aprovechando la cercanía del mismo.

El Sultán da cuenta de la fuerza de la religión, la fe en Alá y del sistema del harén como sostenes culturales del imperio otomano.

Así, la serie permite entender cómo el sultán tenía bajo su resguardo a decenas de mujeres, algunas de ellas sus concubinas, quienes funcionaban bajo estrictas reglas de sometimiento.

A lo largo de la vida de Suleiman puede comprenderse que ese sometimiento cultural se encuentra legitimado por el ejercicio combinado de la religión y el poder político y social.

Así, el sultán encarna la voluntad de Alá y la supeditación a éste se manifiesta en el carácter incondicional con el que las mujeres aceptan los dictados del poderoso.

En medio de la máxima expresión de la supremacía masculina, la historia contiene auténticas piezas literarias y reflexiones conmovedoras sobre el buen gobernante, la lealtad, justicia, la formación del sucesor y las desviaciones del poder.

Sin embargo, lo más impresionante y dramático de la serie es que esa supremacía masculina legitimada por la religión no es una ficción.

Se trata de una organización social, política y cultural que dio sustento a la cultura otomana hace menos de medio siglo.

Y se trata de la narrativa que actualmente sigue vigente en el mundo no occidental, donde millones de mujeres son ajenas a la posibilidad de asumirse como sujetas de su historia.

Por eso cada noche que disfruto uno más de los capítulos de El Sultán, pienso en la responsabilidad que tenemos de hacernos cargo de un presente antecedido por culturas milenarias que negaron a sus mujeres el derecho a decidir.

Y que el privilegio de consumir como espectadora asombrada la reconstrucción del sultanato otomano, me obliga al entendimiento histórico de lo que somos y de nuestros pendientes.

Con esto quiero decir que aun cuando es urgente superar los rezagos que nos marginan, debemos tener la capacidad de comprender que esas inequidades que ahora nos parecen tan evidentes, tienen raíces ancestrales que debemos desmontar sin desesperación pero tampoco sin tregua.

Y comprender también significa darle dimensión histórica a los productos culturales derivados de la cultura del sometimiento.

Por lo pronto, les comparto dos momentos literarios exquisitos de la serie.

Consejos del Pashá Ibrahim al Príncipe Mustafá, hijo del sultán:

Tres emociones enemigas que debes combatir. La primera es el entusiasmo. La segunda es el deseo. Y la tercera es el orgullo. Esas emociones son difíciles de controlar. Es como domar a un animal. Pero debemos intentarlo. Porque si no las controla no hallará el éxito. Pero si usted controla sus emociones y las dirige de un modo inteligente, logrará todas sus metas. Y las puertas se le abrirán”.

La despedida del sultán a su madre:

“La muerte es inevitable. La vida es corta. Sin importar cuánto vivamos.
Me despedí de mi madre y perdí el camino correcto al perderla.
Ahora no tengo más su devoción.
Los recuerdos me rodean después de su partida de esta tierra.
Mi infancia me visita y llora de dolor.
Intento evitar las horas de sufrimiento como un viejo marino. Pero las olas de tristeza rompieron, hundieron y destrozaron mi barco”.

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