–¡Ligia! ¡Sal inmediatamente! ¡Da la cara!–gritó Amado hecho un energúmeno sobre la banqueta frente al edificio.
Ligia salió asustada y trató de calmarlo, pero el hombre estaba furioso y empezó a zangolotearla. De inmediato bajó Miss Colt, la vecina del segundo piso; Sheila, la del tercero y Tamara, la del quinto, que antes de aparecer se encargó de llamar anónimamente al padre de la zangoloteada para que fuera rápido al edificio. Don Jacobo, en bata, llegó en menos de cinco minutos.
A Dios nadie lo llamó, pero se asomó. Abrió un poco el cielo nublado y con un trío de estrellas iluminó la escena para poder ver mejor.
–¡Ya cállate, estás loco!–gritó enojadísima Ligia a su amante.
–¿Qué haces con las luces prendidas a estas horas? ¡Son las dos de la mañana! ¿Con quién estás?, voy a entrar al departamento.
–Eso sí que no, señor, porque para empezar el departamento es mío y si se atreve a poner un pie dentro, lo demando por invasión a la propiedad privada–respondió airado Don Jacobo y encaró también a su hija –y ¿qué haces despierta a las dos de la mañana, mijita?
–¡Ay, papá!– movió la cabeza Ligia en franca desesperación.
–Señor, lo que pasa es que Ligia tiene insomnio–defendió Sheila.
–Eso es cierto–secundó Tamara–a veces apaga las luces hasta las cuatro de la mañana.
–Mire, Don Jacobo, yo ya estoy harta de los numeritos de su hija, todos los días pelea con éste –dijo Miss Colt señalando tensa a Amado– o anda de aquí para allá como alma en pena toda la noche.
–Ay, señora, dedíquese a sus cosas en lugar de estar espiándome–cortó Ligia a Miss Colt que la miraba con toda la ira que puede acumularse en sesenta años de soledad.
–Sí, señora, póngase a hacer algo– apoyó Amado a su amada–y tú–dijo volviéndose hacia ella– tenemos que hablar porque a mí no me vas a ver la cara…
–¿Cómo hace usted con su prometida?–rió irónica Tamara.
–¡Qué barbaridad! ¡Entonces usted es casado!–chilló Miss Colt.
–¿Casado? A ver niña–cuestionó Don Jacobo a su treintañera hija–explícame cómo está eso de que andas con un… no puedo repetirlo…
–¡Pues es la primera noticia que tengo!–respondió atónita Ligia.
–Yo dije com-pro-me-ti-do–aclaró Tamara–aunque finalmente es lo mismo.
Dios fingió sorprenderse y cerró las nubes.
–Dios mío, ¿qué pecados sigo pagando?–lanzó Don Jacobo la pregunta al cielo oscuro.
Dios, molesto por el chantaje, pensó en diluir la conversación, pero estaba muy entretenido viendo cómo Amado era descubierto, así que sólo lanzó unas pequeñas gotitas sobre la colonia, amenazando con lluvia.
–Va a llover, vamos a meternos–quiso sorprender Amado tomando por el codo a Ligia.
—¿Vamos? ¿Cómo te atreves? Tus celos, tu acoso, culparme de todo para quedar como víctima ¿sabiendo que te vas a casar? No tienes m…
–¡Mijita, por favor! ¡Compórtate!
–Mira, papá, es mejor que regreses a tu casa, mis asuntos los arreglo yo.
A Dios le caía bien Ligia y por eso le gustaba jugar con ella un poco. Pobre, a veces era tan sentimental… un toque de culpa no le vendría mal a la escena así que le susurró, como sólo él lo hace, con una voz que no se sabe si viene de adentro o de afuera, que la actitud hacia su padre era cruel.
Don Jacobo, con las comisuras de los labios hacia abajo, regañado y temblando de frío, dio media vuelta y comenzó su andar de regreso.
–¡Papá, perdóname!, es que no es posible que me sigas a todos lados…–otra vez la vocecita apareció. “Ligia, es tu padre”–lo que quiero decir es que me preocupa que andes solo de noche, ya no estás en edad y por mí no te preocupes que sé cuidarme.
Don Jacobo sonrió apenas, agradecido sí, pero el daño estaba hecho. Abrazó tiernamente a su hija, como perdonándola y estaba a punto de irse cuando Miss Colt lo detuvo de nuevo.
–Espere, necesitamos hablar. Parece que coincidimos en la moral, quizá podamos ayudarnos. Permítame invitarle una taza de té.
Dios se carcajeó en forma de trueno, tan fuerte, que Miss Colt, aprisa, tomó la mano de Don Jacobo y lo condujo hacia adentro del edificio.
Amado quiso imitar a Miss Colt con Ligia, pero ella, ya fuera de la vista de su padre, le pegó un bofetón que le volteó la cara.
–¡Tú no me vuelvas a hablar!
–¿Le vas a creer más a una… cualquiera?–dijo viendo a Tamara.–Sólo está alardeando, te perdono por la cachetada, vámonos a dormir que tienes unas ojeras tremendas–concluyó y quiso abrazar a Ligia.
–¡Suéltame!
Furioso, Amado se fue sobre ella, pero Dios, que todo lo ve y que aunque estaba divertidísimo no permitiría que un tipo golpeara a una mujer, dejó caer un aguacero y lanzó un rayo que partió a la mitad un árbol ubicado a unos cinco metros de distancia de Amado. Al mismo tiempo, le susurró con esa voz confusa a Ligia: “¿quieres que lo mate?”.
Ligia miró al cielo primero para agradecer que no hubiera consumado sus pensamientos más profundos y luego dijo que el susto había sido suficiente.
–¿Me permites entrar a tu casa?–preguntó Amado muerto de miedo porque Dios ya se había engolosinado con más rayos y truenos que iluminaban la noche por aquí y por allá, de vez en cuando alguno en una cuadra cercana…
–No.
Narradora, Diana Teresa Pérez. Impulsiva, incoherente, terca, insomne. Recuerda que nació en el antes DF, hoy Ciudad de México (aunque siempre está perdida). Cree que la comunicación es fundamental para crear, recrear y dejar testimonio del paso del ser humano en este mundo. Ha trabajado para los periódicos Crónica y Excélsior y para la revista Expansión. Ha publicado varios cuentos en revistas y antologías literarias. Actualmente imparte talleres de escritura autobiográfica. *Ilustración: Chepe.