Hace unos meses era el ícono del nuevo político: joven, independiente, alta preparación académica, empático con todas las causas sociales, carismático, imagen impecable. En México ya se alzaban las voces para buscarlo en algún sitio. En los hechos, la figura de Emmanuel Macron se deshace con la realidad. Una cosa fue conquistar el poder y otra muy distinta la hora de gobernar. Ahora alcanza los titulares con el gasto de 26 mil euros en maquillaje en lo que lleva de gestión. Así tan rápido su triunfo como su caída en los índices de aprobación: 24 puntos en tres meses.
Aunque no es el presidente de Francia que más ha gastado en sus afeites (Sarkozy e incluso Hollande pagaron más por maquillajes y peluqueros), la nota cayó como balde de agua fría entre los ciudadanos cuando están próximos los recortes en el presupuesto. Las redes sociales se llenaron de indignación. Macron salvó a los franceses de caer en las garras de la extremista Marie Le Pen pero ahora lo ven como un político “igual que los anteriores”. Pura parafernalia y decepción.
Solo 40% de los franceses están contentos con su mandato. El descontento alcanza el 57 % según la última encuesta realizada entre el 25 y 26 de agosto y publicada en Journal du Dimanche. Según esta publicación, Macron va en caída libre y sin precedentes. Sus primeras medidas fiscales que han afectado a jubilados y el recorte de ayudas sociales se anteponen a su carisma. Por si fuera poco, se avecina una nueva tormenta cuando se den a conocer los detalles de la reforma laboral que ya ha provocado amenazas de protestas. Su portavoz salió a declarar que “no se pueden mirar solo los sondeos para gobernar”.
Según Journal Du Dimanche, Macron está mal calificado lo mismo entre jóvenes que entre mayores; entre profesionales que en obreros, entre la izquierda y la derecha. Lo que ahora sucede con Macron debería de servir de ejemplo para muchos que aspiran al poder. No se trata solo de lograrlo, sino de estar a la altura de los retos y las circunstancias.
Independientemente de las diferencias entre las democracias del primer mundo y del que está en desarrollo, el encanto de llegar al poder se rompe hoy con una facilidad y rapidez que escandalizan.
Las sociedades actuales ya no están para ídolos de barro. Las exigencias y retos son cada vez mayores para quienes desean gobernar. No solo se trata de ser el más inteligente y el más carismático ni el que haya arrasado en una elección. Los políticos se hacen desechables cuando los circunstancias los rebasan. Habrá que ver cómo termina su gestión, pero Macron es un buen ejemplo de que la realidad mata el encanto. De poco le sirvió tanto gasto en maquillaje.