Malala Yousafzai, la activista pakistaní y premio Nobel de la Paz visitará nuestro país la próxima semana.
En el 2014, Malala con 17 años de edad fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz por su lucha contra la supresión de niños y jóvenes, y por el derecho de todos los niños a la educación.
“Un niño, un maestro, un libro, un lápiz, pueden cambiar el mundo”, palabras que manifestaban su convicción, deseo y determinación por ir a la escuela, y que más tarde sería la causa de que fuera víctima de un atentado.
Un día, al salir de la escuela abordó el autobús para ir a casa, y éste fue detenido por dos jóvenes quienes al subir preguntaron: “¿Quién es Malala?”. La amiga de Malala quien la acompañaba pensó que se trataba de unos periodistas que querían una entrevista. Malala ya escribía en un blog sobre sus esperanzas de continuar yendo a la escuela, y valientemente había expresado ya en televisión su opinión sobre el derecho de las niñas de ir a la escuela. Desgraciadamente no se trataba de periodistas; los hombres comenzaron a disparar; su amiga narra que al ver la cabeza de Malala llena de sangre desmayo.
En Pakistán, un grupo de Talibanes defendía un Estado Islámico, provocando un aumento de la violencia. Desde 2007, grupos de terroristas atacaban a políticos, militares, a la minoría chií y en especial a los colegios para niñas.
¿La suerte de Malala pudo haber sido la misma si hubiera sido niño? Sin duda no, su condición de niña la hizo aun más vulnerable. Malala representa la voz de niñas, y ahora mujeres que son víctimas de un sistema cada vez más complejos de discriminación y explotación. Representa una lucha contra la exclusión, la marginación, y tiene la gran virtud de logra hacer visible un tema relevante y colocarlo en la agenda global.
Malala señala el destino y la falta de oportunidades para las niñas y adolescentes en el mundo actual. De acuerdo a las cifras publicadas en la página de girls not brides, cada año 15 millones de niñas se casan o viven una situación conyugal antes de los 18 años.
La misma organización indica que esto equivale 28 niñas por minuto, una tercera parte de ellas se casan antes de los 15 años. Y seguramente estas niñas abandonan la escuela para asumir otras responsabilidades.
México se encuentra en la lista de los 20 países con los números absolutos más altos de matrimonio infantil en el mundo. De acuerdo con datos del UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), nuestro país ocupa el lugar número 8 con 1 millón 282 mil niñas que se casaron o tienen una situación conyugal antes de los 18 años (cifra de 2016).
¿Qué hacer con las ideas que Malala nos ofrece?
El sueño de Malala por ir a la escuela, saber leer y escribir deberá de llevarnos a defender un derecho universal: la educación de las niñas; su educación para la construcción de la paz.
Las niñas en el mundo tanto occidental como oriental son más vulnerables ante el orden patriarcal que beneficia un estereotipo de género, el masculino. La educación de las niñas es un asunto moral, no pequemos de ingenuidad asumiendo que el regreso a clases en este país representa un acto uniforme para niños y niñas, para todos los adolescentes. Que la voz de Malala sea un medio para también escuchar a nuestras niñas y adolescentes.
¿Qué significaría para este país si además de asistir a la escuela, supieran leer y escribir? Aclara Malala: leer y escribir como un acto de comunicar e imaginar.
¿Qué significaría que nuestras niñas tuvieran un espacio de lectura y escritura? La posibilidad de construirse como sujetos y de construirnos como comunidad. Significaría un acto educativo que potencializaría la creatividad; que nuestras niñas y adolescentes leyeran y escribieran significaría sin duda un acto subversivo.
Mayra Rojas es docente en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores Monterrey (Campus Estado de México), en la Universidad Iberoamericana (Cd. de México). Doctora en Ciencias Sociales y Políticas (Universidad Iberoamericana).