La revisión a los datos de los últimos años son realmente espeluznantes: Guerrero, Estado de México, Chihuahua, Chiapas, Nuevo León y la Ciudad de México son los estados más rudos para ser mujer, por ser no sólo aquellos donde se comente acoso sexual cotidiano en las calles, sino donde se registra el mayor número de feminicidios del país.
En el Estado de México hay municipios como Ecatepec, Neza, Chimalhuacán donde las cifras recuerdan los años 90 en Ciudad Juárez y el avance en la legislación, reglamentos e instituciones destinadas a prevenir la violencia hacia las mujeres, no han dado frutos fundamentalmente por la cultura misógina de los impartidores de justicia hombres y también algunas mujeres.
El primer infierno fue Ciudad Juárez, la prensa feminista comenzó a documentar los datos y se crearon chivos expiatorios como “el egipcio”, pero mientras estaba en la cárcel, los cuerpos de jóvenes que trabajaban en la maquila, continuaron apareciendo abandonados en lotes baldíos. El dolor reunió a las madres, hermanas y activistas que con gran valor comenzaron a demandar justicia.
Ecatepec es otro infierno de muchas maneras, allí se dieron 39 casos de los 263 registrados en el Edomex en 2016, una verdad alarmante en sus no sólo empobrecidos, sino degradados cinturones de miseria que bordean la Sierra de Guadalupe, la V Zona y las colonias miserables que crecieron en sus llanos, hasta convertirlo también en el lugar de los linchamientos, asesinatos, asaltos y del narcotráfico. Es un problema estructural, pero en el territorio de la impunidad, destaca la violencia doméstica como el lugar número uno en las causales del feminicidio, donde en el 44% de los municipios hay violencia de género y la alerta de género no ha representado avances significativos.
Guerrero también tiene 2 mil 774 casos de violencia de género, y es de los primeros lugares nacionales en criminalidad; allí campean el secuestro, asesinato y las desapariciones. La ciudad que se lleva el detestable primer lugar es Acapulco; sí, ese lugar turístico por excelencia.
El feminicidio no excluye a ningún sector social; pero la marginación pareciera ser un caldo de cultivo para multiplicar las agresiones sexuales de todo tipo. No es la pobreza lo que origina el crecimiento del delito, es la relación del sistema de justicia y la víctima la que nos da los espantosos números. Las estadísticas muestran que sólo los pobres están en la cárcel; pero no tenemos otras para medir los que con un moche salen de ella.
Hay otra cosa que hasta ahora no se ha cuantificado: el grado de machismo contenido en las sentencias. Es claro que pese a los avances en la legislación, los ministerios públicos, jueces, secretarios de juzgados y los policías siguen ignorando los protocolos para tratar temas de violencia hacia las mujeres.
El feminicidio no es un tema cerrado, es una herida abierta por la que gritan las prácticas sociales que hacen peligrosas las ciudades por las que caminamos, en las que trabajamos y vivimos.
Los horrores que testificamos en ciudad Juárez están en la piel de gran parte del territorio nacional. Es hora de demanda una nueva estrategia nacional contra la cultura del machismo, uno de nuestros peores males nacionales.
Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.