Desde hace tiempo, comerciantes, restauranteros y empresarios de la Ciudad de México, principalmente en las colonias Condesa y Roma, se han quejado, ante oídos sordos y en secreto –para evitar represalias– del famoso “derecho de piso”.
Pagar una especie de seguridad y tranquilidad para que el negocio pueda operar sin contratiempos a personas que no son ni policías, ni de seguridad privada, simplemente un grupo de malandros que los tienen atemorizados.
Hace unos meses, fui participe de cómo una familia perdió prácticamente todos los ahorros que había invertido en su restaurante. La cuota era cada vez más alta hasta que fue insostenible. Por miedo, cerraron el lugar y salieron de la ciudad donde siempre habían vivido.
Obviamente, las amenazas silenciaron una posible denuncia. Así como ellos, hay muchas personas que no denuncian por temor y por la ausencia de autoridad en la Ciudad de México.
También desde hace mucho tiempo sabemos que las drogas tienen una alta demanda en la Ciudad. Ya se consiguen el cualquier lugar y lamentablemente todos los ciudadanos lo saben menos, curiosamente, las autoridades.
En Polanco, Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Polanco, La Condesa, la Doctores, Tepito y hasta en Ciudad Universitaria, donde usted guste, siempre habrá vendedores de droga.
De nada ha servido hacerse de la vista gorda en la “Ciudad de la Esperanza”; existen y operan bandas suficientemente bien organizadas que extorsionan y secuestran.
Se acabó la esperanza y se quedó la ciudad, una ciudad que se convirtió en una plaza muy atractiva para los delincuentes, cárteles, crimen organizado o simples narcomenudistas, según Miguel Ángel Mancera. El término es lo de menos.
Lo cierto es que no hay gran diferencia en la forma que operan en otros estados azotados por el narco y que además tienen el mismo propósito: controlar el mercado y someter a los ciudadanos de la capital del país.
Nos han insistido en que no pasa nada, que los narcos solo están de paso, que no hay narcotráfico como tal, que las cifras de la delincuencia no son alarmantes, pero quienes vivimos en esta ciudad sabemos que no es cierto y ahí están los datos. La inseguridad es cotidiana y va en aumento.
Lo ocurrido en la Delegación Tláhuac, donde fuerzas federales abatieron, como se dice ahora, a “El Ojos”, confirma que el problema del narco es real y no de simples narcomenudistas. El enfrentamiento fue entre integrantes del crimen organizado y elementos de la Secretaría de Marina.
¿Quiénes bloquean las vialidades quemando vehículos? ¿Quiénes realizan un funeral al estilo narco? ¿Los narcos de Tamaulipas, Sinaloa, Michoacán, Jalisco, Veracruz o Guerrero, por decir algunos? O ¿también los de Tláhuac?
Cuesta trabajo creer que Rigoberto Salgado, delegado de esa demarcación, no supiera nada de lo que ocurría en su delegación.
¿Qué sigue ahora en la Ciudad de México? Ya no se puede negar lo que ya se evidenció. Tláhuac marca un antes y un después en la capital.
Pretender minimizar el problema lo único que generará será más desconfianza y animadversión hacia un jefe de gobierno que tiene en el limbo sus aspiraciones presidenciales.