El ruido de los helicópteros que sobrevolaban a baja altitud rompió la rutina de los habitantes de La Conchita. No era normal, algo extraño y preocupante se respiraba en el ambiente. El pánico recorrió su cuerpo y su instinto los llevó a correr en desbandada entre las calles polvorientas pensando sólo en salvar la vida.
–“¿Qué chingados pasa?”-, se preguntó Lulú cuando una ráfaga de disparos la hicieron correr en busca de su hijo que despachaba en una tienda cercana a donde quedaría muerto “El Ojos”, líder del cártel de Tláhuac, que para ser un delincuente menor, como lo calificaron las autoridades, movilizó a marinos y policía federal en un operativo nunca antes visto en la Ciudad de México.
¡Aquí no hay de qué preocuparnos! Por décadas las autoridades nos han dicho que en la capital del país no han asentado sus bases los cárteles de las drogas y los que las venden son simplemente narcomenudistas pequeños, tipos que hacen banditas pero no cuentan con armamento sofisticado, pistas de aterrizaje ni avionetas como los verdaderos líderes del crimen organizado que operan en estados tan violentos como Tamaulipas o Guerrero.
Felipe de Jesús Pérez Luna, alías “El Ojos”, era un delincuente tan débil que para desactivarlo sacaron a los marinos de los puertos y bases navales para llevarlos a las calles de Tláhuac, donde gobierna un delegado que nunca se enteró de que este pobre vendedor de drogas también exigía “piso” a los comerciantes, secuestraba y reclutaba a otros “inocentes” para controlar la plaza y extenderse a otras, entre ellas Xochimilco, Milpa Alta y Tlalpan.
El hombre que llega a su oficina con gabardina negra y con un perfecto corte de bigote y barba nunca supo que mototaxistas eran aliados del narcotrafcante. Rigoberto Salgado se escondió, como lo hizo hace 13 años siendo secretario de Seguridad Pública de Tláhuac en el linchamiento de dos federales quemados vivos por habitantes de esa demarcación. Olvidó que estos violentos choferes, junto con bicitaxis, le sirvieron en su campaña para ser delegado.
El “Ojitos” era tan insignificante que pudo hacerse del control de distribución y venta de droga nada más y nada menos que en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) donde –no nos alarmemos– tampoco pasa nada. Era tan poca cosa que organizaba bailes cerrando calles y avenidas para que los asistentes se divirtieran sin sobresaltos, escucharan y se aprendieran el narcocorrido compuesto por uno de sus seguidores en su honor.
Vinculado con al menos 30 asesinatos y dos cárteles, el de los Beltrán Leyva y la familia Michoacana, Pérez Luna se ganó la lealtad de bases de bicitaxis y mototaxis que en un berrinche, porque en esta ciudad no hay cárteles de la droga, incendiaron microbuses al estilo Jalisco al enterarse de que su líder había sido ejecutado, junto con siete sicarios de su organización, por la policía federal y La Marina.
Pero nada malo nos puede pasar cuando crece –a sabiendas de delegados, secretarios, procuradores, policía estatal y federal– la organización criminal más temida en el centro de la ciudad donde gobierna el morenista Ricardo Monreal: La Unión de Tepito, que sin duda serán otros inofensivos narcomenudistas que extorsionan, secuestran, cobran piso y piden cuota a comerciantes a cambio de seguir con vida.
Desde los 90, las denuncias hechas por comerciantes y ciudadanos víctimas de la Unión de Tepito han sido minimizadas y se ha negado de manera categórica que sus integrantes formen parte de un cártel. ¿Se necesita otro operativo como el sucedido en Tláhuac para que desarticulen esa organización criminal?
¡Aquí no pasa nada, seamos felices!
Elena Chávez. Estudió periodismo en la escuela “Carlos Septién García”. Ha escrito los libros “Ángeles Abandonados” y “Elisa, el diagnóstico final”. Reportera en diversos diarios como Excélsior, Ovaciones, UnomásUno; cubrió diferentes fuentes de información. Servidora Pública en el Gobierno del Distrito Federal y actualmente Diputada Constituyente externa por el PRD.