«ABREVADERO DE LETRAS»: La silla - Mujer es Más -

«ABREVADERO DE LETRAS»: La silla

Te veo en mi habitación más bien cómoda, con ruidos y estrépito de autos afuera de tercera, vecinos de segunda y sueños de primera. No hay mucho que destacar del que es el primer refugio (el segundo es, sin duda, mi espacio de trabajo) de un viejo “lobo estepario”, como yo, a no ser por las plantas, digamos, que bien cuidadas, un confortable sillón negro ideal para la lectura, (quizá otros placeres) y una silla de madera artesanal pintada de azul y blanco con asiento y respaldo de palma tejida.

Y es en el primero donde descansas para beneplácito de mis sentidos. Veo tu cabello castaño claro y abundante, con ondulaciones románticas. Te invito un café, me sirvo uno y lo consumimos despacio, procurando ambos conservar cierta higiene en nuestra actitud y modales. Luego avanzamos por el camino trivial de las preguntas: ¿todo bien con el trabajo?, ¿adónde fuiste en Semana Santa?, ¿qué película nueva has visto?

Me miras de reojo y yo correspondo igual. No atino a descifrar lo que hay detrás de tu mirada… curiosidad, interés, picardía. Éstas y otras palabras cruzan mi mente sin aclarar mis dudas. Las mujeres son así, inexplicablemente mujeres.

Inquieto, más bien nervioso, camino por aquí y allá, dando vueltas a tu figura alta, esbelta, sensual y bien formada que descansa sobre el sillón. “Tenía que ser –dices, con un sobresalto triunfal, y preguntas de buen tono- ¿no serán demasiado dos piscis aquí?”. Me acerco y no puedo contener un impulso: ver el contorno de tus caderas, exaltadas, arropadas por una delicada falda azul claro, tipo lápiz; mudo y feliz testigo de una deleitable rutina de balanceo. Según el diccionario, proporciones carnosas y redondeadas, pero que en mi pueblo les llamamos nalgas, poseedoras de una textura tersa, antojadiza y que se adivinan hechas para acariciar, mimar, besar, soñar…

De pronto, estoy demasiado cerca para evitar el beso. Nos besamos, a conciencia, solidarizados con nuestra mutua necesidad de afecto. Deseosos, excitados por una circunstancia que intuíamos ajena a nuestra propia voluntad. Así comenzamos una rutina implacable, decidida… Al fin, profesionales espontáneos en eso de hacer feliz al otro, de que el otro sea más importante que uno.

Con la luz inundando mi estancia y mis emociones, te levanto y luego de un instante me descubro apretando por la espalda tu arrogante torso. Te separas y de inmediato avanzas hacia mí. Me abrazas y despiertas las cosquillas más sentidas, las sensaciones más ardientes que mi cuerpo jamás había experimentado. El resultado es obvio: nos despojamos de una ropa que comenzaba a quemarnos.

Tus manos diestras desafían mi infinita necesidad de poseerte y juegan con la poca paciencia que aún nos queda. Nos miramos a los ojos. Leemos nuestros deseos. Los tuyos se encienden como dos almendras con luz propia y tu piel morena apiñonada parece gritar erizando sus vellos. Calmo mi boca sobre la tersura de tu cuello y vientre, mientras me acaricias la espalda. Muerdo uno de tus hombros, lo gozo, lo recorro a  mordiscos y dejo que mi aliento lo envuelva. Paso al otro y repito el celestial ejercicio. Un ir y venir de excitantes imágenes invade mi pensamiento. Se acelera mi pulso.

Con el corazón en la garganta, las manos sudorosas y aturdido en extremo, te llevo hasta la silla y me siento primero. Luego lo haces tú sobre mí, de frente, y comenzamos a besarnos y a acariciarnos casi con violencia. En cuestión de minutos, la habitación completa está al rojo vivo. El momento es decididamente fogoso, encendido, candente. La pequeña silla parece derretirse al hospedarnos. Y en sus agudos rechinidos lo mismo se adivina una reclamación que un frenético festejo. Mi habitación, nuestras figuras y todas las estrellas del universo parecen celebrar con música nuestro encuentro.

Luego de apoyar tus brazos en mis hombros, damos inicio a un delirante movimiento que aplauden nuestros cuerpos. El meneo constante de tu cadera lo mismo me lleva hacia tu interior que hasta el mismísimo cielo. Te presiono hacia mí, apretujando tu sudada anatomía al tiempo que acaricio tu boca con mis labios, buscando su sabor a miel y caña. Nos reinventamos en la silla. Ahora te arrodillas en ella y yo disfruto un horizonte que en mucho se parece a lo sublime, al tiempo que te susurro, entrecortadamente, palabras apasionadas a los oídos. Se escapa de tu boca un discreto grito de placer primitivo y vital. Acabamos juntos para ir a la cama a tomar un descanso. Acabamos juntos, nuestras miradas se cruzan para comenzar a recordar.   

 

Cut Domínguez. Es periodista cultural. Ha dirigido espacios como la jefatura de Prensa de Difusión Cultural de la UNAM; coordinador de Prensa en la Ciudad de México del Festival Internacional Cervantino; Subdirector de Difusión del Polyforum Cultural Siqueiros; Jefe de Prensa de la Orquesta de Cámara de Bellas Artes. Asimismo, ha sido colaborador de diarios y revistas nacionales.

 

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