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«VÍA LIBRE»: Extranjeras en México

Doris es venezolana, es negra y muy guapa. Alta, esbelta y con unos cabellos rizados que son su marca definitiva y que la distinguen del resto. Vino a México a hacer una maestría en Ciencias Políticas en la UNAM. Es tranquila y gusta de leer, correr por las mañanas y recorrer museos cada que tiene tiempo. Ama la comida mexicana y goza mucho de comprar artesanías nacionales en mercados de la ciudad o de pueblos cercanos como Tepoztlán o Valle de Bravo.

Lorena es brasileira, nació en Minas Gerais y llegó a la Ciudad de México para terminar una maestría en Economía en El Colegio de México. Está becada y habla tres idiomas, entre ellos el español que le permite socializar con la gente local en los mercados, museos, tiendas, cafeterías y mezcalerías ´hipsters´ de Coyoacán o de la Condesa. Adora la sopa de tortilla y los tlacoyos de haba. Es rubia, alta y lleva en su sangre la mezcla de los indios Maxacali y de su abuelo alemán exiliado que le da un tipo especial de belleza. Orgullosa, siempre habla de sus orígenes y comparte la historia de su gente.

Claudine es franco-canadiense. Coreógrafa y muy interesada en los bailes y costumbres musicales de México. Siempre atenta a cualquier evento  y hambrienta de cultura y de amor por tierras mexicanas. En la ciudad de Quebec conoció maestros mexicanos que la animaron a venir a estudiar y  aprender más de la armonía de la danza y de la belleza de nuestro país.

¿Qué pueden tener en común estas tres guapas jóvenes extranjeras además de su gusto por conocer México?

Pues eso, son extranjeras. Son diferentes al tipo de mujeres que estamos acostumbrados a ver en el Metro, en el pesero, en la tienda o en la cotidianeidad.

Gracias a una página de internet se conocieron y decidieron rentar un departamento en el sur de la ciudad, cerca de Ciudad Universitaria. Ahí viven, sueñan, gozan y comparten sus historias.

NO hay un día en que no sean acosadas sexualmente. Eso le pasa a cualquier mujer en México, no es nuevo digamos. Ninguna mujer está exenta de los piropos y cumplidos zalameros de los mexicanos, pero no, ellas son “diferentes”. Son como ellas dicen: “exóticas” al gusto del mexicano y eso les da mucho miedo. Nunca se han sentido especiales, pero sí saben que los mexicanos tienden mucho a lo que no tienen en casa, a lo que nunca han probado y a lo que para ellos es excitante para intentar.

Doris me dice un poco preocupada: “Las mujeres mexicanas son muy hermosas, son muy cultas, sexys, no sé por qué no las respetan ni a ellas ni a  ninguna”. No se refiere a que las mexicanas tengan que cargar con el machismo recalcitrante de los hombres mexicanos, porque ninguna lo merece, pero sí que ellos creen que tener a una chica que no es de su patria, es como colgarse una medalla al cuello y alardear por ahí, que se ´cogieron´ a una que es de fuera.

“No es un fenómeno propio del mexicano,–dice Lorena– se da en todos lados, pero el mexicano es fantoche, fanfarrón y cree que con dinero o tequila puede comprar lo que ellos quieran”. Es triste -afirma- y no debe pasar ni en ésta ni en ninguna otra parte del mundo.  

“Desde el momento en que les digo que soy canadiense –dice Claudine–, les cambia la mirada, la actitud y quieren impresionarme como si yo estuviera en venta o como si fuera un objeto que se compra en un supermercado”.

No somos nada especial –dice Doris–, solo somos mujeres con sueños y con ganas de aprender, pero nos han hecho la vida tan difícil que siento que somos muñecas de escaparate y que no servimos más que para satisfacer sus ínfulas de triunfo absurdo y sus calenturas frustradas. ¡No se vale!, dice Lorena. “Ni para las mexicanas, ni para ninguna”.

Las tres chicas han viajado por el mundo y coinciden en que los hombres mexicanos –no todos, insisten– son buscadores de trofeos, como aquellos que cuelgan en sus paredes las cabezas de un alce o de un venado para que los demás les aplaudan.

“Me voy en agosto –dice Claudine– y me llevó lo mejor de éste país que es su magia, costumbres, su historia, pero no me quiero llevar la mala imagen del mexicano necio que cree que con una botella de whisky me puede meter a su cama, de donde nunca ha podido sacar a su mamá”.

 

Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a  nadie”. 

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