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«POTENCIAL»: Linchamientos en el Estado de México

La inseguridad es la palabra que mejor combina con el Estado de México: llegar a Mordor todas las mañanas tiene su dosis de riesgo. Vivir allí, ni se diga, y hoy que todo el territorio mexiquense está tapizado de propaganda política que asegura que combatirán su mal más severo, quisiera regresar sobre un tema de pesadilla que investigué hace años: los linchamientos en pueblos y colonias.

Según el investigador de la UAM, Raúl Rodríguez Guillén, en poco más de un cuarto de siglo que su investigación cerró (2014), de los 366 linchamientos del país, 109 se han registrado en el Estado de México, lo que le da el primer lugar en estos eventos violentos y si a eso le sumamos los feminicidios, los homicidios y los asaltos, tendremos el perfil de inseguridad que enmarca las elecciones del próximo domingo.

A detalle estudié los de Tablas del Pozo en Ecatepec y los de Cuautlalpan en Texcoco para analizar las advertencias vecinales inscritas en mantas y bardas mexiquenses , que hoy recordé por la más inusitada que he registrado desde entonces: Una colocada sobre la barda de una unidad habitacional sobre la Avenida Mario Colín, justo frente a donde comienza la gran manzana del gobierno de Tlalnepantla. ¿Cómo a unas cuadras de la delegación de PGR, de la policía municipal y de la policía estatal?

Las mantas y letreros que advierten “los vamos a linchar”, son una tremenda llamada de atención de los mexiquenses a sus evidentemente ineficientes autoridades de todos los niveles de gobierno; pero lo que hay en el corazón de un linchamiento es todavía más alarmante, porque habla del desgobierno de hace más de 25 años medido con sangrientos incidentes de “justicia por propia mano”.

El perfil de las víctimas de un linchamiento ha ido cambiando por los años, típicamente ladrones que deambulan a pie, violadores y últimamente secuestradores. Lo que llama la atención son los lugares donde esto sucede: colonias y pueblos degradados por la pobreza, la marginación y el descuido total de las autoridades. Lugares donde la impunidad se tiene en la piel de lo cotidiano.  

Un linchamiento es un símbolo de la ruptura del contrato social en dos sentidos: primero por el Estado, quien se supone que conserva para sí el uso legal de la fuerza para hacer que se cumplan las leyes y con ello ese contrato social. Así que la primera ruptura es el hecho de lo extendido de la impunidad que arropa desde los ladrones de camión hasta los cárteles de la droga eternamente enraizados en Luvianos.

La segunda ruptura del contrato social la marcan las noches de golpes, gritos y súplicas antes de morir de los supuestos delincuentes, y se da por la recuperación del uso de la fuerza por parte de las masas de hombres y mujeres que, hartos de la corrupción que une a la delincuencia con la policía y la autoridad judicial, deciden –malamente– hacerse justicia por propia mano y matar a los presuntos delincuentes. 

Si la voluntad de los políticos de todos los colores es enfrentar a la delincuencia en el Estado de México, la solución está, en principio, con una seria búsqueda en sus propias filas: las corporaciones policiacas que están coludidas con la delincuencia y que la protegen y extienden así la impunidad.

Lo segundo es erradicar la pobreza crónica, esa que se hereda de generación en generación, promover el desarrollo, crear empleos, generalizar la cultura y el deporte. Y hasta el final, al mero final poner un gesto adusto para una fotografía de campaña. Y sólo así se acabarán los linchamientos.

 

 

Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.

 

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