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«POTENCIAL»: La píldora roja

Conocer, saber la verdad, acceder a los frutos de las distintas ciencias es la aspiración de la educación; develar las estructuras que ha ido solidificando con los siglos la misoginia y construir una nueva sociedad, es la del feminismo. Así que podríamos decir que muchas hemos tomado la píldora roja.

Sin ser religiosa, mi familia fue conservadora, como resultado de la prevalencia de la cultura rural de mi padre sobre los sueños de mi madre, y de sus propias ideas de lo que una mujer debía de ser. Algo que por fin acabó cuando mi madre decidió seguir sus metas hacia sus 60 años y tener una vida tranquila.

Quien no sufrió en alguna medida la circunstancia de crecer en un hogar con reglas patriarcales, que arroje la primera mentira.

El construir una sociedad diferente requiere de varias generaciones de mujeres y hombres valientes que den la espalda a las lágrimas, los gritos, las descalificaciones, la violencia económica y dialoguen en igualdad, para hacer acuerdos fuera de la herencia cultural prevaleciente.

El día que por primera vez vi la famosa píldora roja –saber la verdad– fue en el cubículo de una profesora de Acatlán. Después tuvimos un periódico mural pro mujer que hacíamos unas estudiantes de Derecho, entre ellas yo misma, con las hojas de desperdicio de programación que mi padre traía en grandes cantidades a la casa. Así sucedió hasta que llegué con las auténticas feministas de los años 80.

Una no se toma la píldora roja así como así, es parte de un camino en el que comienzas con un serio proceso de autocomprensión y de contarte tu historia personal bajo un nuevo paradigma, y con al menos una certeza: no quiero repetir la historia de la renuncia a los sueños como mi madre. Así que aunque se puede acudir a talleres, ir a marchas, escribir artículos, ofrecer opiniones, el momento real en que la tomas es aquel en que reconoces que tu historia tiene que ver con las estadísticas: alguien intentó violentarte sexualmente, en tu familia se te niegan oportunidades por ser mujer, en la escuela el profesor hace chistes machistas, en la calle te dicen majaderías… Ese es el momento en que tomas la famosa píldora roja y después de eso no hay vuelta atrás.

Con algunos miles de kilómetros de vuelo (viajes), miles de personas con las que se ha trabajado (vínculos) y las mejores experiencias (decisiones), puedo decir que seguiría eligiendo saber, conocer cómo he llegado hasta aquí y cómo todavía puedo cambiar antes de seguir la vida. Otra vez elegiría ser feminista.

Construir mi propio camino me ha dado estabilidad en muchos sentidos, una profesión socialmente reconocida, la posibilidad de un maternazgo que empodere, un camino poderoso en la academia. Pero sobre todo me ha dado algo muy sencillo: tomar las decisiones de mi vida. Y no quiere decir que esto fuera miel sobre hojuelas, porque lo hice en medio de una cultura afectada profundamente por el machismo.

Alguna vez en una comida de academia con Sergio Fajando, el ex alcalde de Medellín, profesor universitario como las y los que estábamos allí, nos invitó: “Piensen en los dos problemas nacionales más serios de México”. Sin dudarlo ni un momento pensé en dos: el machismo y la corrupción. Él quedó un poco desconcertado con mi respuesta. Creo firmemente que el machismo es uno de los grandes males nacionales: el emprendimiento, la educación, su eficiencia terminal, la pobreza, pasan por solucionar el problemón del machismo.

Ayer, mañana y siempre volvería a tomar la píldora roja, es una urgencia nacional saber la verdad sobre nosotras.

Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.

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