Sin la sonrisa, acobardado y maltrecho, volvimos a ver a Javier Duarte. Así, idéntico a los peores delincuentes cuando son capturados. Esposado, aterrado, sin la soberbia que lo caracterizaba, sumido en un chaleco antibalas y con cara de presa acorralada.
Ni el reloj ni los lentes de lujo, ni la ropa… nada lo hizo diferente a los demás. Era un preso, un reo igual a todos los internos de esa prisión.
El ex gobernador más repudiado de los últimos años salió unas horas de la cárcel de máxima seguridad “Matamoros” de Guatemala, para ir a su primera audiencia judicial en los tribunales de ese país centroamericano.
La maraña de cámaras de los medios de comunicación locales y extranjeros mostraron a un Duarte serio, temeroso, pensativo, sudoroso, desencajado, con esa mirada digna de estudio psicológico, dicen algunos.
Aquel hombre todopoderoso de Veracruz, vivió ayer uno de los peores momentos de su vida (quizá el inicio de la pesadilla que le tocará vivir, argumentan otros).
El traslado fue difícil para Duarte. De las celdas de reos de alta peligrosidad, matones, narcotraficantes y “maras” salieron insultos y mentadas de madre para el ex funcionario. Incluso fue golpeado en la cabeza por una mano justiciera.
La humillación le borró la irónica sonrisa de aquel sábado.
Para su fortuna o desdicha, aún no lo sabemos, Javier Duarte no vendrá pronto a México. Ejerció su derecho de no declarar si aceptaba o no la extradición y lanzó un anzuelo: “Me reservo el derecho hasta que llegue la solicitud formal del gobierno mexicano”. Situación que puede tardar hasta 60 días.
Con ese dardo, ofreció una prueba de fuego al gobierno federal, para demostrar que va en serio el castigo ejemplar para Duarte y sus cómplices. Que su detención no fue pactada. Que se hará justicia. Que la lucha contra la corrupción no se queda en el discurso. Que no importa que sea o haya sido priista.
La PGR deberá ser muy escrupulosa para la solicitud formal y remitir los medios de prueba a la justicia guatemalteca, bien armados, sustentados y fundamentadas las acusaciones, sin el mínimo riesgo de que pudiera negarse la extradición.
Una falla, la mínima confirmaría lo que la mayoría de los mexicanos piensan: Más de lo mismo, sólo show mediático, circo en tiempos electorales. Ojalá pudiéramos darles el beneficio de la duda.
Mientras tanto, el huidizo Duarte, ahora un reo más, identificado con la ficha 27, en un penal de Guatemala, podrá checar en su costoso reloj el tiempo que tiene el gobierno mexicano para hacer más grotesco el escándalo o de verdad fajarse los pantalones.