El tema de Corea del Norte me es familiar. Era conversación común entre los japoneses y tratado por los medios de comunicación en Japón cuando fui estudiante de doctorado en ese país, en la Universidad de Kobe (2000-2005). Todo mundo hablaba de Kim Join –il (1991-2011), el padre del que está en el poder, Kim Jong – un (2011-actual) quien a su vez, heredó el poder de Kim II Sung (1948-1991). Los japoneses, avergonzados, algunos, de su pasado colonial, veían con mucha preocupación los ejercicios militares, el tema de los secuestros de ciudadanos nipones durante los años setenta y ochenta que luego eran utilizados para capacitar a los espías coreanos que eran enviados a Japón. El tema del regreso, sin sus familiares, de un grupo de japoneses retenidos en Corea, fue una noticia que estremeció a todo el país a principios de la década del 2000.
Cada año, por estas fechas, cuando se celebra un año más del natalicio de Kim II Sung, era lo mismo: ejercicios militares, lanzamiento de misiles y un aumento de la retórica belicista del régimen de Pyongyang hacia Corea del Sur, Japón y los Estados Unidos. Luego de ello, pasaba la crisis y se reactivaban los esquemas de cooperación internacional con Corea del Norte proveyendo comida, insumos y medicinas, más aun en época de invierno.
Así ha sido la historia de ese país con sus vecinos desde que se firmó el armisticio que puso un alto a la guerra de Corea (1950-1953) con el establecimiento de la frontera entre los dos países, mediante el paralelo 38 que mide 4 km de ancho y 238 km de longitud y la desmilitarización de la frontera. De hecho, en la década pasada se profundizaron las relaciones entre las dos coreas. Crearon un ministerio de reunificación, una zona industrial cercana a la frontera y dejaron que muchas familias se reunieran. Todo parecía que la reunificación era un hecho; sin embargo, tras la muerte de Kim Join –il (1991-2011) y el arribo del más pequeño de su hijo, el actual mandatario, Kim Jong – un, todo ha cambiado.
Hoy en día, existe un riesgo latente y real de un estallido de un conflicto en la península de Corea. Todo parece indicar que el cambio de la política exterior de la nueva administración del presidente Donald Trump, dejando a un lado la inacción, como lo hizo la administración Obama en los conflictos históricos de ese país, como el coreano, cambiará la historia. China, aliado de los coreanos del norte, no ha tenido la capacidad de disuadir; Estados Unidos no ha mostrado madurez y prudencia. Ha movilizado un portaaviones y ha atacado dos blancos militares (Siria y Afganistán) recientemente, así como puesto en alerta a los más de 35 mil efectivos instalados en la región (en bases militares en Corea y Japón). Esto, como en el caso del estilo de la política disruptiva y su comunicación formal e informal de Trump, nos hace pensar que el mensaje no solo lleva una dedicatoria. La geopolítica, entendida como el juego de poder en el terreno global y arte de la negociación (disuasión), quizá, en la era Trump adquiera otro sentido (o lo tome al pie de la letra) y tenga efectos devastadores. Esperemos que no.
Adolfo Laborde. Analista internacional.