En el equipo en el que trabajamos con violencia familiar desde hace más de veinte años, hemos ido aprendiendo varias rutas para entender y atender las dinámicas violentas. Un hallazgo importante en este camino fue cuando descubrimos que cuando las parejas habían logrado, después de un tiempo (de uno a tres años), identificar y parar la violencia física y emocional entre ellos, se daban cuenta de que quienes estaban repitiendo ahora (o ahora se daban cuenta) las dinámicas violentas entre ellos, eran los hijos, con otros pero sobre todo entre ellos, es decir, entre hermanos.
Por esa razón, mi colega Soren García-Ascot y yo nos dimos a la tarea de diseñar un taller para trabajar con los padres y madres sobre cómo entender y trabajar con los hijos para generar una convivencia respetuosa entre hermanos. En el proceso mismo de la investigación, reflexión, diseño y desarrollo de la tarea, descubrimos algunos puntos interesantes sobre lo fraterno, más allá de la violencia, que comparto en la línea de esta columna, especialmente por un tema central: el mito de que “los hermanos se deben querer solo porque son hermanos”.
La idea de que la sola relación consanguínea deriva en un amor natural, espontáneo y en automático, a partir de una idea naturalista de las relaciones, no determinada por el contexto, trae como consecuencia una “presión de amor” que no termina necesariamente en amor, sino a veces lo contrario. Qué tal las expresiones comunes tales como: “se quieren como hermanos”, “son tan parecidos como si fueran hermanos”, “para siempre, solo vas a contar con tus hermanos”, “¿cómo que no lo soportas si es tu hermano?”, “lo tienes que querer porque es tu hermano”, “¿por qué se pelean, si son hermanos?”.
Las relaciones fraternas ciertamente conllevan un especial vínculo porque comparten una historia común, un origen común. Pero están llenas de ambivalencias porque junto con la convivencia y juego de la infancia, en la que se aprende por primera vez a compartir y gestionar un territorio, unos bienes y unos padres, también se aprende a competir por los mismos, en un inter-juego de solidaridad y competencia. En este proceso, los padres y madres juegan un papel fundamental al promover más una u otra.
Casi todos los padres tendrán sinceros discursos e ideales de que los hermanos se lleven bien entre sí, sin embargo es muy común promover sin darse cuenta el desencuentro porque en sus prácticas de crianza incluyen la comparación, al tiempo que suelen sostener un falso e insostenible discurso de que todos los hijos son iguales, cuando claramente todos son diferentes. Los padres no suelen apreciar la individualidad, sino promover una inalcanzable justicia a través de insistir en que todos son iguales y a todos se les quiere por igual. Nombran la igualdad y practican la diferencia.
Si regresamos entonces a analizar las expresiones comunes sobre hermanos enumeradas arriba, encontraremos que los hermanos pueden ser genéticamente parecidos pero socialmente muy diferentes porque su esfuerzo por diferenciarse es parte del proceso de su identidad, de ser diferentes para ser reconocidos en esa individualidad por los padres. Muchos hermanos se quieren mucho, muchos se llevan bien, muchos son amigos, pero no todos los hermanos se quieren (a fuerza), y muchos, aun queriéndose, no necesariamente son amigos, son dos cosas muy diferentes, porque pueden realmente contar los unos con los otros, pero no necesariamente ser afines.
Muchas personas pueden sufrir mucho y sentirse culpables porque piensan que todos los hermanos se quieren naturalmente, menos ellos. Entender la complejidad de los vínculos, reconocer y respetar las diferencias, apreciar un pasado común, elegir libremente la intensidad y cercanía de las relaciones fraternas (sin sentimientos de culpa), siempre que sean respetuosas y disfrutables, son algunas claves para acomodar de forma madura las relaciones con nuestros hermanos. Solo así, y si es el caso, será una verdadera felicidad tenerlos, contar con ellos y disfrutarlos.
Adriana Segovia. Socióloga por la UNAM y terapeuta familiar por el ILEF.