“Siempre le pedía a Dios que me mandara un hombre bueno, atento, cariñoso y chambeador. Y mira: me lo concedió”.
Chabela es una mujer muy guapa, que atiende la fonda de comida corrida de su mamá, “La güera”. Mientras grita ‘pásele pásele… tenemos adobo, mole y verdolagas’, me cuenta su historia de amor.
“Fíjate manito, que yo he pasado por malas experiencias. Recién me estoy divorciando del papá de m’ijo y apenas le ando agarrando sabor de nuevo a salir de novia, echar reja y sentir cositas en el estómago. Me siento muy feliz, muy contenta”.
Se acerca un joven con la imagen de un San Judas Tadeo y le pide cooperación. Chabela le dice que no pero le regala un vaso de pepino con limón y se persigna frente al santito. Mientras ordena servilletas, atiende rápido a sus clientes y le baja un poco la TV, me sigue contando.
“Después de la infidelidad de mi ex, pensé que todos los hombres eran malos, ventajosos y crueles y mira qué lección me dio el cielo. Diosito en su bondad me mandó a éste hombre. Mira, amiguito, no es fácil. Él tiene un negocio de venta de vísceras en la Merced y yo con el puesto de comidas y con mi chamaco, apenas tenemos tiempo de vernos. Él sale a chambear a las 5 de la mañana y regresa a las 9 de la noche. No nos quejamos, pero somos gente que ama su trabajo y hay que meterle ganas todos los días. Yo soy su Ying, él es mi Yang. Yo soy su fuego, él mi agua que calma mis llamas”.
Continúa Chabela: Te cuento algo muy íntimo (se ríe pícara y me dice al oído): no me lo he metido a la cama. Ya no lo hago a las primeras. Lo dejé cortejarme, halagarme, pero acostón no. Ya llevamos 3 meses y todavía no sabe ni a qué huelo”.
Suelta una carcajada que llama la atención de todos en el mercado de comidas y prosigue:
Te diré algo. Las mujeres a veces somos muy tontas y creemos que al hombre se le gana por la panza o por la cama. Yo no. Hay muchas maneras de tener a un hombre interesado en ti sin sexo. ¿Sabes qué? Ya aprendí a no hacerla de pedo por todo. ¡Mujeres, entiendan! Así les digo a mis amigas, que entiendan, que hacerles la vida difícil a sus hombres es un error. Déjenlos llegar en paz a sus casas, que cenen con calma, que les cuenten cómo les fue. Luego veo que lo primero que hacen es quejarse de que no hay para el gas, que Carlitos y Lulú se portaron mal, que no hay para el regalo de los XV de Cuquita, que los uniformes, que la tarea… ¡Ay, no! ¡Párenle!
Sigue con su consejo:
Que el marido tenga un rato de relax en casa. ¡Pinches viejas!, no calculan que su viejo viene del tráfico, con hambre, le huelen los calcetines de tanto caminar, tiene sed. Ah no, pero ‘a huevo’ algo encuentran para armar un panchote. Yo ya no, manito. Si viene de buenas, qué bueno, y si viene de malas, lo pongo de buenas. Yo no sé nada de esas cosas de feministas ni de libros de superación personal, yo sólo conozco el trabajo decente y las buenas costumbres que aprendí en mi casa. Yo no voy a marchas ni a mitotes ni cierro avenidas, yo le entro a la talacha desde que amanece hasta que se mete el sol. Desde que él me habló para novia, le dije que yo no soy juguete de nadie y que no acepto infidelidades porque entonces sí se acaba todo.
Chabelita agrega:
Anda tan enamorado que ya me pidió en matrimonio y le dije muy seria: “Sin anillo no hay fundillo” (su carcajada va acompañada de la mía, y una de sus empleadas que se ruborizada le dice ‘¡Ay, Chabe, qué cosas dices!’). Y él me dijo que me va a esperar, manito. Más no puedo pedir. Sí hay hombres buenos, pero las mujeres los echamos a perder. La verdad, nosotras les metemos cosas en la cabeza y después nos andamos arrepintiendo de los monstruos en los que se convierten. Yo quiero que m’ijo sea un buen hombre y creo que este chavo, me va a ayudar a terminar de criarlo como gente de bien.
“Creo que te cansé, pero ojalá que me entiendas, que a los hombres nobles, a los buenos, hay que conservarlos así, buenos, tranquilos, suaves, amorosos y sin tanto lío entre la pareja. Ya ves, ya sueno como consejera matrimonial. Te dejo, amiguito, que al rato tengo que limpiar frijoles y lavar cazuelas”, concluye.
Me despido no sin antes decirle que es más lúcida y clara que muchas activistas sociales que conozco y que tienen títulos universitarios que les avalan el análisis profundo de la infidelidad masculina y el porqué de vivir en un mundo invadido por el machismo y la falocracia.
Chabela tiene muy claro qué es lo que quiere y cómo lo quiere.
Gracias, Isabel.
Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a nadie”.