«POTENCIAL»: Las palabras y la violencia de género - Mujer es Más -

«POTENCIAL»: Las palabras y la violencia de género

En los 80 aprendí con las periodistas de América Latina de FEMPRESS y de CIMAC que el lenguaje construye y también puede destruir, por eso la actual discusión de los “piropos” es totalmente relevante y hay que entrarle, empeñadas como estamos por construir un mejor mundo para todas nosotras y los hombres que se han sumado a esta aspiración de la democracia.

En esos años, Marcela Lagarde nos explicaba a periodistas de todos los rincones de México que las pequeñas niñas aprendían con el lenguaje la jerarquía masculina, pues debían de asumirse nombradas cuando en el salón se dijera “todos los alumnos de esta escuela”, aunque de hecho estuvieran subsumidas en la categoría dominante; y también que los dichos cotidianos del recreo les iban taladrando que lo femenino era malo, porque llegar al último era ser “vieja”, llorar es de “niñas” y otras expresiones que sería largo enumerar.

Lagarde decía que un signo de la recuperación de un espacio social es darle significado a la palabra “una”, enlazarla como una cuenta valiosa de nuestro discurso y hacerla brillar en un mundo modelado por los varones en muchos sentidos y en el universo de la lengua castellana. En ese entonces tuvimos que aprender a decir: “una desea ir por la calle sin que ningún pelado lance una majadería”.

Y así, entrar al feminismo también implicaba abrir un cuarto secreto del lenguaje” donde pudiéramos encontrar nuevas formas de nombrar la realidad y hacerla con nuevas narrativas, nuestra, hermosa y también militante. Desde entonces, cuando doy mis clases, escribo artículos, libros, uso esas llaves de oro que las periodistas de los 80 me heredaron y no me cuesta trabajo explicar que las y los ciudadanos tienen igualdad ante la ley en el modelo republicano”, me sale natural, pero no quiere decir que se reciba de la misma manera, hay un gesto de extrañeza, hay cejas arqueadas.

Las calles, por otra parte, son violentas por los tocamientos, las palabras soeces, los coros de vulgaridades, pero también los “piropos” de desconocidos a quienes en nuestras culturas el machismo los hace sentir autorizados a gritar en el espacio público y hacerlo un ambiente hostil en el que no queramos estar.

Una palabrota o un piropo tienen la misma función: marcar el territorio, establecer un dominio del espacio público, marcar una jerarquía. Los varones, casi siempre en un coro de autorefuerzo, ejercen violencia, sin más. ¿A qué se parece? En 1964, cuando se promulga la Ley de los Derechos Civiles, los afroamericanos pudieron matricularse en escuelas de blancos. En una de esas escuelas una pequeña afroamericana acudió a ejercer sus derechos, dos hileras de blancos le escupieron y la increparon, para agredirla de tal modo que desistiera de ejercer sus derechos, hasta que los periodistas que cubrían la nota hicieron una segunda barrera para recibir ellos los escupitajos y que la jovencita llegara a la escuela.

Tamara de Anda, Plaqueta, la youtuber que levantó la polémica, tiene razón al comentar que es necesario hace la denuncia, que no tiene un sentido revictimizante, sino que es un deber que nos empodera a todas. Hacer lo que ella hizo, denunciar al taxista, un desconocido que la acosó, es un camino claro para marcar con paso firme un espacio público que es nuestro.

Hace unos tres años pasé las fiestas de fin de año en Nueva Zelanda y no pueden imaginar lo hermoso que es caminar por calles en que se muestra el respeto por mí, por mi hija, por todas las mujeres que caminan por Wellington o cualquier localidad. Nadie te dice nada, no hay miradas ofensivas, tu cuerpo es tuyo y puedes vestirte como sea y si alguien quiere manifestarte simpatía te mira: con una mirada tranquila, sin prisa y simplemente sonríe.

Amigos, conocidos, extraños, eso es lo que queremos.

Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.

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