La batalla por el 2018 ha puesto en evidencia que ninguno de los principales partidos políticos pasa por buen momento. La lucha por el poder se ha salido de control y va dejando heridos, damnificados, resentidos y hasta venganzas.
Exhiben sus profundos conflictos internos. Se han debilitado y desprestigiado, aún más ante un elector crítico, molesto, inconforme y sin opciones.
Para resolver sus fobias se dan con todo, ninguno se salva. Se acabó la institucionalidad y la discreción, se privilegia el “fuego amigo”.
Al interior del PAN los golpes no terminan. El principal reclamo es que Ricardo Anaya es “juez y parte”, y siendo así, es difícil que pueda poner orden en el partido.
En la designación de sus candidatos a los gobiernos del Estado de México y Coahuila, hubo inconformidades y berrinches que se superaron, pero ahí quedaron los enconos y resentimientos.
Si esto ocurrió en candidaturas a gubernaturas qué será para la presidencial ante las ambiciones de Margarita Zavala, Rafael Moreno Valle y Ricardo Anaya.
En el PRI que siempre han sido o han pretendido ser institucionales, obedientes y discretos, las cosas han ido cambiando.
Al no ser elegidos como candidatos, varios militantes lo han abandonado y en las urnas, pero con otras siglas, un priista le ha ganado al PRI.
Al interior la molestia es mayúscula, por la forma de gobernar del presidente Peña Nieto y por continuar con el caduco método de selección de los candidatos, el “dedazo”.
Y aunque en el PRI todavía no hay un candidato visible para el 2018, hay varios apuntados y dicen que algunos han tenido que aguantar de todo, con tal de seguir ahí y estar cuando llegue el día.
Las fichas se manejan al antojo del primer priista del país y hay muchos que ya están hartos de ello. Por ahí se pueden complicar las cosas en un partido que no las trae consigo.
En el PRD se han peleado tanto que ya queda poco de ese instituto político. Las llamadas “tribus” son su principal enemigo. Sus riñas han mostrado la peor parte del partido. Desde hace tiempo sus luchas por el poder lo fueron destazando.
Varios dirigentes han sucumbido ante un partido fracturado que acaba de exhibir en el Senado la principal ambición de muchos de ellos, el dinero. La telenovela del cambio de coordinador en la Cámara alta aún no termina, cuando llega otro. El asunto del departamento de Miami de su presidenta, Alejandra Barrales. No hay que ser adivino para saber de dónde salió la información. Las amenazas se las están cumpliendo rapidito.
En MORENA, bueno… Andrés Manuel López Obrador es MORENA.
Él tiene el control de todo. Nadie mueve un dedo sin la autorización del eterno candidato a la Presidencia de la Republica. Nadie opina diferente a AMLO, ni cuestiona sus decisiones.
Ahí está la intolerancia mostrada en Nueva York ante el padre de uno de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.
En este partido, hay un par de militantes en la Ciudad de México que se le quieren salir del huacal.
Ricardo Monreal, de pasado priista y perredista, y Martí Batres de pasado perredista, ya sacaron sus armas y comenzaron su disputa por la candidatura para el gobierno de la Ciudad de México.
Lo raro es que se peleen a sabiendas que la decisión la tomará AMLO. Y dicen, que esa pelea entre Monreal y Batres, la ganará Claudia Sheinbaum.
Así es la lucha por el poder al interior de los partidos, una batalla de resistencia para unos y de contundencia para otros, pero también una batalla contra el tiempo y contra un elector cada vez más distante.