Todo empezó al conocer al tío de mi mejor amigo.
Organicé una fiesta sorpresa para un gran amigo. No sabía que ese día conocería al que sería mi “pareja” durante más de un año. Digo pareja con comillas porque cuando lo fui no estaba enterada que él tenía otra mujer con la que construía una familia desde años atrás. Era sólo un invitado más que llegó con su hija. Fue gracioso saber que dos años antes había estado en su casa para festejar el cumpleaños de su sobrino, mi amigo. Esa vez, no lo conocí.
Meses después me envió una solicitud de amistad de Facebook. Lo acepté. Al fin y al cabo era el tío de mi mejor amigo. Nuestro contacto fue muy simple; de vez en cuando había “likes” a algunas cosas que publicábamos. De repente, me envió un mensaje con palabras seductoras sin faltarme al respeto. Pensé que le habían “hackeado” su cuenta. Se lo comenté a mi amigo, quien me dijo: “Ahhh, seguro es mi tío. Él es muy coqueto”. Lo raro fue que después de escribirme, me preguntó quién era yo. Le respondí: “¿si no te acuerdas quién soy yo, para qué me invitas como tu amiga y me envías mensaje?”. En cuanto supo que era la amiga de sus sobrinos empezamos a hablar y me llamaba “sobrina”.
Me detectaron miomas. La idea de tener cáncer me dio mucho miedo. Me apoyó anímicamente durante y después de la cirugía. A partir de ahí, nos empezamos a ver. Aparecía de repente a las clases de danzón que doy en la plaza de una Delegación y entre sus palabras galantes y sus ganas de querer aprender a bailar, me ganó. Es un hombre encantador y la diferencia de edad no importaba.
El intento de relación duró tres meses en los que sólo lo vi cinco veces. La única persona a la que le confié lo que pasaba fue a otra de sus sobrinas. Ella respeta mucho, no juzga y es una mujer de mente abierta. Estaba contenta por mí pero me regañaba cuando le contaba los desaires que recibía de su parte. El se escondía, desaparecía, me dejaba plantada y a veces no contestaba ni un “hola”. Yo era necia y me empeñaba en creer que había amor.
Me pidió que le hiciera unos diseños para un proyecto de un restaurante. Me enteré por voz de su sobrino que utilizó varios de ellos y nunca preguntó cuánto debía pagar. Esa vez me alejé, no discutí y simplemente seguí adelante.
Empecé a salir con un joven de mi edad. Cuando él se enteró que tenía novio, me envió un mensaje que decía “¿Por qué me mandaste a la chingada? Tenía planes contigo, ibas a ser la madre de mis hijos”. Me bloqueó de Facebook.
Debo confesar que lo que me escribió me lastimó porque en esos tres meses con cinco encuentros nunca mencionó ni demostró querer tener un futuro conmigo. No sabía tampoco que tenía pareja y compartían hijos.
Duré un año con mi novio y en ese tiempo mi relación con su hermana y sus sobrinos me permitía enterarme de su vida. A veces mencionaban a su mujer. No preguntaba sobre el tema pues estaba disfrutando mi nueva relación. Debo decir que en ese entonces no les comenté sobre lo que había sucedido entre nosotros porque esperaba que me respetara y que fuera él quien me diera mi lugar, cosa que no sucedió.
Cuando terminé con mi novio, visité a mi tía que vive en la ciudad de la eterna primavera al sur de la capital y me lo encontré. De nuevo, me pidió ser amiga suya en Facebook. Él me buscaba. Siempre fue él. Me dijo que vivía en un pueblo cercano, que se había cansado de la capital, ahí estaba más tranquilo, que había decidido dejar de ser abogado y ser chef e instalar un restaurante de costillitas y alitas y que además estaba huyendo de una relación enfermiza. Estaba solo. No sabía que me mentía. De nuevo iniciamos una relación. Tenía mucha esperanza en ese nuevo intento.
Fue un año muy difícil. Ahora entiendo que el estar enamorada es estar ciega y te dejas de querer permitiendo el maltrato psicológico y emocional. Trabajaba de lunes a sábado y ganaba poco dinero en una ciudad al norte de la capital. Trataba de ir cada 15 días a verlo. Él nunca fue a verme. Tomaba un autobús de dos horas que con gusto lo pagaba con mis pocos ingresos. Lo acompañé a ver el local del futuro restaurante, a la maderería, lo ayudé en una degustación que hizo en el centro del pueblo. A veces tenía que apoyarlo como mesera. Hacía lo que podía por él, cuando el tiempo me lo permitía.
No sabía llegar a su casa. Nunca me dio la llave. Como no conocía la zona, me la pasaba encerrada a veces sin comer en todo un fin de semana porque él no quería salir. Él sólo iba a la tiendita de la esquina por sus cigarros y cervezas y yo le encargaba leche, cereal y queso porque no tenía nada más.
Cuando empecé a conocer a los vecinos y el rumbo, compraba una minidespensa antes de llegar a su casa ya que sabía que lo único que tenía era un refrigerador lleno de cervezas. Ahora lo puedo decir: de él no recibí NADA, sólo me ignoraba, no dejaba de jugar en su celular o computadora, peleaba con sus contactos y se desvelaba todas las noches viendo películas, fumando y tomando. Ese era su mundo. El sexo, era sólo a veces.
Le hablé en su cumpleaños y no me contestó. No sabía que estaba festejando con su mujer y familia. En algún momento me comentó que haría una inauguración del restaurante. En Facebook vi las fotos del evento en las que estaba con su pareja y el video en el que el agradecía casi llorando el apoyo a su suegro y a sus hijos (los de ella y la de él) para lograr el sueño que compartía con ella años atrás. También dijo que ambos habían trabajado duro para lograrlo.
La mentira duele mucho. No me enojé. Me lastimó. Le llamé días más tarde para hablar y aclarar las cosas y su respuesta fue en un tono grosero: “Lo que quieras decirme, escríbemelo”. No le reclamé nada, le insistí que sólo quería entender lo que vi. Su respuesta fue hostil: “No tienes por qué decirme qué puedo publicar en mis redes. Si subí la foto con ella fue porque insistió en que lo hiciera”. Solito se puso el saco, se ofendió, me colgó el teléfono y me dejó de hablar.
Mi manera de sentirme mejor fue al escribirle una carta de 10 páginas en la que traté de ser lo más lógica y sensata posible; le expresaba lo que sentía, enojos, dudas, que siempre traté de ponerme en su lugar, que entendía que no debía ser fácil ser un hombre acostumbrado a estar solo, que se estaba alejando de su familia y de la gente en general. Le decía que sabía que el que yo llegara a su vida podía hacerlo sentir sin oxígeno. Le pedía que fuera honesto, que no me tratara mal y me dijera qué era lo que quería, si sólo era una diversión.
Tardé un mes en darle la carta. Estuve frente a él mientras la leía. Al terminar de hacerlo, me dio un abrazo y me dijo que tenía razón. Estúpidamente creí que lo había solucionado todo pero… ¡nada!
A la semana de haber hablado, me llamó para decirme que lo habían asaltado en el restaurante. Lo escuché mal, llorando y me decía que no salía ni a la tiendita por el miedo que tenía. Dejó el restaurante y empezó a ir a fiestas de bikers a poner un puesto de costillitas. Cada vez lo vi menos, si acaso era una vez al mes. Y en los pocos días que nos veíamos, era horrible estar ahí y ser invisible; le ayudaba con la limpieza de su casa, cocina, despensa, perros y de su parte, nada. Sus perros me querían más que él.
Antes de dejarlo el año pasado, me encargó que le diseñara un folleto para su “negocio” itinerante en fiestas biker. Le dije que debía pagarme 600 pesos, los cuales nunca me pagó. Fue la última vez que lo vi. Abrí los ojos. No me dolió tanto dejarlo porque estaba mentalizada de que eso iba a pasar. No volví más.
Unos meses después me enteré que tiene una nueva pareja con compromiso. Ya no me importó, pues cerré mi ciclo con él. No puedo desearle bien ni mal. Prefiero desearle suerte a su futura esposa pues estoy convencida que la necesitará ya que él no va a cambiar. Ahora también sé que engañó a su mujer de muchos años diciéndole que era el amor de su vida el mismo día que se comprometía borracho en una fiesta de paga.
Lo que puedo decir de su persona es que es manipulador, complicado y solitario. Me prohibía publicar cosas en mis redes, se peleaba con mis contactos, pero eso sí, que nadie lo cuestionara porque se ofendía y se enojaba. Todos eran los malos del cuento y él la víctima. Sus mismos sobrinos me decían al consolarme que lo único que le importa es el dinero. Es grosero con su familia y parejas, y no sabe lo que quiere aun con la edad que tiene.
Esta historia la dejé atrás. Mi presente es con mi pareja de mi edad que me respeta y ama. Estoy tranquila conmigo misma. Me alivia saber que me alejé de una tarántula como él. ¿Mi futuro? Con mis ojos bien abiertos aprendí la lección y seré feliz.
Estudios de Sociología en la UNAM y la Universidad Complutense de Madrid, España. Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesa, UNAM. Maestría en Educación con especialidad en Educación a Distancia, Universidad de Athabasca, Canadá.