En escuelas de cocina, la oferta formal y seria sigue siendo privada.
A fines de los 60, Chepina Peralta era una ama de casa común con estudios en comunicación y oratoria. Cocinaba por “obligación” para alimentar a su familia, pues pensaba que dedicarse a la cocina era algo “de segunda”, tal y como lo creían otras muchas mujeres de su generación que irrumpían con fuerza en el mundo laboral y la esfera pública tras el reciente movimiento de “liberación femenina”.
Un día, su maestra de oratoria la llamó para ofrecerle un trabajo en la televisión. Necesitaban una ama de casa que tuviera “facilidad de palabra” y “presencia” para presentar recetas rápidas del menú diario en sólo 15 minutos. Ella aceptó el reto y firmó un contrato por 3 meses. Como dirían los clásicos, el resto es historia.
En una reciente entrevista (http://bit.ly/2lKLDn1), Doña Chepina recuerda que entró al estudio de televisión “mordiéndose el rebozo” y que lo único que la salvó de su carencia de formación culinaria, fue su sentido del humor. Y es que desde los primeros programas tuvo “accidentes” que la “delataban”. En una ocasión, al licuar galletas olvidó poner la tapa y al caerle mezcla en la cara, dijo a los televidentes: “¿Ya ven lo que pasa si no tapamos la licuadora?”. Cuenta también ahí que esta naturalidad y sus “dotes de comediante” le valieron para conectar con miles de mujeres que se identificaban con ella, no sólo como amas de casa, sino también como administradoras de la economía familiar.
Frente a las cámaras se dio cuenta del poder de la televisión y, por lo tanto, de la responsabilidad que implicaba presentarse ante la audiencia como una “cocinera experta”. Eso la llevó a tomar clases privadas con chefs reconocidos y también cursos en el extranjero, porque entonces no había escuelas de cocina en México.
Con el éxito de su sección de 15 minutos, después vendrían varios programas exclusivos como “Cocinando con Chepina”, programas de radio y la publicación de varios recetarios, los que seguramente aún forman parte de las bibliotecas familiares en muchos hogares mexicanos.
Chepina presentaba recetas sencillas y prácticas para la comida diaria como crema de calabaza, sopa de verduras, picadillo, salpicón, pollo en mole, flan, plátanos flameados, arroz con leche, etc. Platillos que aún servimos en nuestra mesa y son elección predilecta de comensales en fondas y restaurantes caseros. Parte de su éxito radicó en que ofrecía muchos tips prácticos no sólo para ahorrar tiempo y presupuesto, sino también para transformar lo cotidiano en algo de celebración con sólo agregar un ingrediente. Además, incluía el tema de la nutrición.
Chepina fue y sigue siendo inspiración para muchas cocineras en ciernes. Ayer, a través de la tele y el radio; hoy, en sus plataformas de web, Facebook y YouTube (donde pueden encontrar muchos episodios de sus variados programas).
Ella fue una de las primeras mexicanas que, sin buscarlo o quererlo, se volvió una empresaria exitosa e independiente, paradójicamente inspirando a otras mujeres cuyo único escenario en donde desplegar sus talentos era la mesa familiar. Sin embargo, en la cúspide de su éxito, entre los 70 y los 80, era vista únicamente como una señora “muy mona” que salía en la tele cocinando para amas.
Tuvieron que pasar por lo menos tres décadas para que una mujer exitosa a través de la cocina fuera vista como algo chic y glamorosa, como un ejemplo a seguir. Antes, era necesario salir literalmente de la cocina e ir a la calle. Cubrir una jornada laboral remunerada fuera de la casa, igual o más pesada que la de los hombres y luchar para ganarse una promoción ejecutiva, obtener una dirección empresarial o un puesto político.
Las mujeres tuvimos que salir a demostrar que nuestro “lugar natural” no estaba en la casa fregando platos y atendiendo niños. Que además de administrar la economía familiar y planear un menú o una cena, podíamos estar a cargo de la administración pública o de la organización de una convención política.
Sólo así pudimos regresar a la cocina –esta vez por elección y por placer– para preparar alimentos como un hobby o para ganarnos la vida.
En los 90, empezaron a surgir en el escenario público las primeras chefs a cargo de cocinas y restaurantes de prestigio, casi todas formadas en el extranjero, aunque para entonces ya contábamos con oferta educativa en el ramo. Una de ellas fue Paulina Abascal (http://bit.ly/2n70vMR), la guapa y carismática cocinera de “Dulces Besos”, famosa por sus programas en el canal El Gourmet. Formada en hotelería, Paulina hizo estudios de pastelería en Bélgica y Francia. A su regreso en México, creó una de las primeras líneas de pastelería gourmet en la panadería Trico.
Hoy, además de seguir al aire en el Gourmet, es propietaria de una pastelería, publica libros de cocina con Larousse, creó una línea de implementos para pastelería en alianza con Liverpool y acaba de abrir su escuela de repostería. Tiene dos hijos y cuando su carrera estaba por llegar a la cúspide, casualmente se divorció. Las jóvenes de hoy le admiran y quieren ser como ella: exitosas y chic.
Aunque para una mujer querer dedicarse profesionalmente a la cocina sea hoy tan loable como querer ser dentista o arquitecta, desafortunadamente no todas las jóvenes que quieren estudiar gastronomía pueden hacerlo. La oferta formal y seria sigue siendo privada y, por lo tanto, fuera del alcance de las mayorías. Querer cocinar para trascender del ámbito casero e independizarse, sale muy caro.
Es increíble que siendo la cocina mexicana patrimonio universal de la humanidad, nuestra máxima casa de estudios no haya entrado a la modernidad, mínimamente ofreciendo un diplomado en cocina tradicional. Qué paradoja que, siendo nuestra gastronomía un activo de la economía nacional, los estudios en cocina sigan siendo menospreciados y considerados como algo suntuoso o superfluo. Cocinar de manera profesional seguirá siendo un sueño exclusivo de las clases medias.
Por todas las Chepinas y Paulinas que lograron su independencia económica y empoderamiento a través de la cocina, ¡salud! Por ese espacio que hasta hace 40 años era un reducto para amas de casa y que hoy, felizmente puede ser un espacio no sólo de gozo sino también de empoderamiento femenino.
#8deM.