El sello distintivo del actual PRD es la entrega del membrete a los intereses del PAN y el PRI.
Cuando Cuauhtémoc Cárdenas decidió encaminar el descontento ciudadano después del despojo de la presidencia de la República en 1988, muchos mexicanos pensamos que había llegado, por fin, la construcción de un partido de izquierda con capacidad de ganar elecciones.
Es discurso ideologizado de las agrupaciones de la izquierda mexicana no cumplía con la expectativa electoral de los mexicanos del siglo pasado hasta que llegó el rompimiento en el PRI.
Cárdenas, junto con Porfirio Muñoz Ledo y otros importantes miembros del PRI, hicieron lo que nadie jamás pensó: enfrentar al poder del partido de Estado, aquel que había cimentado su presencia desde el nacimiento del Partido Nacional Revolucionario de Calles y luego por el instrumento corporativista creado por el General Cárdenas: El Partido de la Revolución Mexicana.
El PRI, el de la Dictadura Perfecta como bien lo describió Vargas Llosa, veía que muchos de sus militantes, no los de la cúpula, sino los cuadros intermedios de su estructura, se iban sumando a la nueva fuerza política llamada Partido de la Revolución Democrática.
Ahí cupieron todos los que conformaron el Frente Democrático Nacional y se fueron sumando los que fueron dejando la membresía de los partidos tradicionales de México: el PRI y su antagonista histórico Acción Nacional.
El espectro estaba bien definido. Las tres primeras dirigencias del PRD, incluidos los interinatos que tuvo, le dieron al perredismo un perfil de verdadero partido de oposición. En eso se empeñaron Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador.
Después de ellos, las dirigencias nacionales y estatales del PRD desdibujaron al partido.
Primero fueron las “tribus” las que mermaron la participación democrática de la militancia perredista. Para alcanzar algún cargo dirigente a nivel municipal, estatal o federal, se tenía que pertenecer a las corrientes partidistas. Luego, las candidaturas se entregaron a los peores perfiles, a cambio de dinero.
Ninguno de los tres máximos dirigentes que tuvo el PRD es militante.
Y nunca más tuvieron un liderazgo fuerte. Y a consecuencia de ello, el PRD no es más una verdadera opción electoral. No hay quien cohesione a la militancia con la estructura partidista. Lo único que se ve es el ataque rabioso a uno de los que fue su dirigente.
El sello distintivo del actual PRD es la entrega del membrete a los intereses de panistas y priístas.
Mientras castigan a quienes dentro de su partido opinan que hay que apoyar a un candidato de otro partido en el 2018, buscan lastimosamente alianza electoral con el panismo.
Cuidan las aspiraciones de un gobernante sin partido, que no quiere ni se afiliará al PRD, pues saben que ahí no hay cuadros con la suficiente fuerza para la competencia electoral.
La agonía del PRD comenzó cuando le hicieron fraude a Encinas.
Esa agonía se agravó cuando el PRD se convirtió en verdugo del poder para evitar que Marcelo Ebrard fuera postulado como diputado federal.
La esperanza de una izquierda fuerte, como opción de gobierno se perdió. Lo más grave es que hoy el PRD agoniza viendo quién es su candidato, el que más les conviene a Enrique Peña Nieto y a Alfredo del Mazo Maza en el Estado de México.