La reivindicación del género no se reduce a recibir rosas o chocolates.
Mañana se conmemora el Día Internacional de la Mujer. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) explica que el objetivo de tener días internacionales es: “sensibilizar, concienciar, llamar la atención, señalar que existe un problema sin resolver, un asunto importante y pendiente en las sociedades para que, a través de esa sensibilización, los gobiernos y los estados actúen y tomen medidas o para que los ciudadanos así lo exijan a sus representantes”.
Mientras que el portal de la ONU menciona que este año se exhorta a todos los actores a dar el paso por la igualdad de género, por un planeta 50-50 en 2030, para garantizar que el mundo laboral beneficie a todas las mujeres, en otros sitios en Internet el discurso tiene el mismo mensaje, aunque en otro tenor. El colectivo ‘Ni una menos’ está impulsando una iniciativa vía redes, que busca que el 8 de marzo las mujeres de al menos 30 países se unan y hagan un paro contra los feminicidios, la desigualdad salarial y la explotación económica.
Existe otro debate, al parecer menor, pero que demuestra hasta qué punto desconocemos la intención y el propósito de tener este día. En días pasados, un amigo periodista me confesó que nunca ha sabido si me debe o no felicitar ese día. “¿Eres de las que se ofende o aceptas la felicitación?”, me preguntó.
Para algunos, el 8 de marzo se ha convertido en un día para felicitar a las mujeres por el simple hecho de nacer mujer (sin que ellas hayan influido en lo más mínimo para serlo). Facebook, Twitter y otras redes se llenan de congratulaciones… y también de mensajes de repudio a esas mismas felicitaciones, en los que se pide no ser partícipes de “muestras sexistas” que “desvalorizan la lucha”.
En lo personal, la felicitación no me ofende. Entiendo que, al hacer corte de caja, las mujeres seguimos en franca desventaja pese a los avances en materia de derechos humanos y que la reivindicación del género no se reduce a recibir rosas o chocolates.
Pero la rosa no me ofende. Me ofende más que, en la lucha por dignificarnos, hemos dejado de lado a compañeras de esta causa, a las mujeres que la genética no les concedió nacer mujer, pero por decisión optaron por ser una más: las mujeres transexuales. Su defensa es urgente ahora que resurgen voces que tratan de reprimirlas.
Un ejemplo es la polémica reciente surgida en España. Hace justo dos años, el 8 de marzo de 2015, en el País Vasco se integró Chrysallis Euskal Herría, Asociación de Familias de Menores Transexuales, que reúne a familias de niños que sólo piden que se les acepte y ame como son. Para concientizar a la sociedad sobre sus sentimientos, iniciaron en enero una campaña de carteles que decían: “Hay niñas con pene y niños con vulva. Así de sencillo”.
Los detractores pronto se hicieron oír. Una organización católica llamada HazteOir pagó un anuncio en un autobús que circuló en Madrid con el mensaje opuesto: “Los hombres tienen pene, las mujeres vulva. Que no te engañen”. La semana pasada se anunció que la fiscalía madrileña investigará a los autores de este mensaje por el delito de odio, de acuerdo con el sitio El Español.
En México, es alarmante el número de asesinatos en contra de estas mujeres por elección. Pero no veo que estos crímenes causen tanta indignación como la de quienes reciben una rosa en este día. ¿Será porque, aunque suene paradójico, ellas no nacieron con vulva?
Definitivamente, un chocolate no me hace daño, pero sí el que una mujer no sólo no pueda decidir cómo vestir a causa del acoso masculino, sino por el acoso verbal femenino. Me irrita que las mujeres que deciden ejercer su sexualidad libremente son señaladas tan duramente por hombres como por mujeres. Un ejemplo son las muestras de irritación por el topless de la actriz Emma Watson en la revista Vanity Fair, como si mostrar los senos fuera contradictorio a la causa feminista.
La felicitación no me desagrada tanto como las agresiones de mujeres contra mujeres que deciden ejercer el control sobre sus derechos reproductivos. Por eso también me molesta que aquellas que deciden no ser madres aun sean catalogadas como mujeres incompletas.
Sí, un chocolate y una felicitación no resumen todo lo que es la lucha por la dignidad de la mujer. Tal vez solo endulce el amargo camino por posicionarnos en un mundo machista donde, día a día, la batalla se da no sólo en hacer conciencia en los hombres, sino en las mujeres que aún no nos terminamos de creer que el feminismo se vive, no sólo se proclama en las redes.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y doctora en Educación.