Por primera vez en mi vida me sentía parada sobre muchas piezas de rompecabezas…
“Nos citaron el martes a las 12 en la ciudad de Tlaxcala. Tendrán abogados. No te preocupes. Le pedí ayuda al que trabaja en la empresa. Lo conozco desde hace muchos años y entendió que debe hacerlo sin cobrar porque no tenemos dinero”.
Durante las dos horas de carretera explicamos el caso. Tenía un despacho importante y grande. Era un caballero elegante, de zapatos boleados, traje y corbata; divorciado hacía un año. No dejaba dato sin registrar en su cabeza.
Al llegar, me sorprendió solicitando que dejara todos los papeles en el coche. Nos indicó dónde debíamos sentarnos y cómo, con alguna señal, él me diría cuándo podía hablar. Por momentos, era vivir una película de esas que nunca me han gustado. La negociación fue fuerte. No era común sentir que alguien desconocido podía llegar a tu vida a defenderte sin más.
Tenía 21 años, casada y decidí dar el paso para solicitar el divorcio. Llamé a ese abogado conocido que me había defendido tiempo atrás. Fueron seis meses para tener el documento que nunca imaginé ver y en el que se decía roto el compromiso con el hombre que pensé sería mi pareja para toda la vida. Decisiones importantes que por muchas razones eran correctas, traían paz y poca nostalgia amorosa.
Empezar de nuevo. Miedo. Sola con el incondicional apoyo de mi familia y amigos. Por primera vez en mi vida me sentía parada sobre muchas piezas de rompecabezas, con la gran angustia de no saber por dónde empezar a armarlo.
En ese transcurrir de emociones que viajaban en una montaña rusa, el abogado –ahora amigo— estaba cada vez más presente, buscaba la manera de estar en contacto, de vernos.
Apareció distinto y me invitó un café cuando me sentía en el final. El día menos esperado, de la nada, en mi oficina, me dijo: “Ahora que estás soltera, sé que tendrás muchos hombres que querrán estar contigo, harán fila para verte porque eres una maravillosa mujer. Lo único que quiero pedirte es que por favor yo sea el primero en esa lista, porque me encantaría poder protegerte, procurarte, cuidarte y amarte para que seas plena y al estarlo, no tendrás ojos para nadie más”.
No sé si fue por esa idea de sentirme acompañada en lo que venía a mi vida, si eran sus palabras, si estaba vulnerable o cuál era la razón, y le di esa señal que pedía en la que autorizaba su presencia más cercana e intentarlo, aun sabiendo que había muchos “peros” y problemas en el camino. Bien lo dijo él: no tenía que preocuparme, “a eso me dedico, a solucionar problemas, soy abogado”.
Inició una relación en la que ambos nos ayudábamos a diario, teníamos sueños comunes y buscábamos formar una familia para que a la larga, cuando los hijos se fueran, pudiésemos acompañarnos en la vejez. Vivimos algunos momentos malos, no todo es perfecto; con problemas y soluciones; con mucho amor y deseo.
Dos años y medio en pareja-familia y aparece derrotado, anunciando que perdió su despacho y a su mejor cliente; debe empezar a resolver que hará de su vida. Como su pareja, no queda más que apoyarlo en todos los sentidos, o tratar de hacerlo, porque una aprende con el tiempo que no se puede ayudar al que no quiere.
Empezaron los problemas. Tomaba decisiones sin considerar mi opinión; decidió dejar de ser abogado para convertirse en chef, sin estudios ni dinero, sólo un biker en un motoclub de los suburbios donde buscaba ser halagado de manera constante por mujeres que usan escotes al ombligo. Era orgullosamente biker, me ocultaba que iba a sus fiestas, pues decía que “ocultar las cosas no era mentir”.
Una tarde llegó a casa muy preocupado porque tenía que entregar papeles en los juzgados antes de medianoche, respondiendo a una demanda en su contra de su ex socio ladrón. Si no lo hacía, debía pagar una cantidad muy grande de dinero para que no lo metieran a la cárcel. Recuerdo esos momentos nerviosos esperando la llamada para saber si los papeles habían llegado a tiempo a su destino pero no se metieron, ¡podía ir a la cárcel! ¿Cómo ayudarle? ¡Mi pareja! ¡Sueños comunes! ¡La vejez compartida! De muy buena fe y por ser mi pareja, hablé con mi familia y se le prestó esa cifra con muchos números para liberarlo de la posible prisión y visitas conyugales, prometiendo que pagaría su deuda poco a poco.
Los problemas crecieron. Dos años más en los que el “estira y afloja” era tratar, por mi parte, de salvar esa relación, deseando que esas palabras que me había dicho en mi oficina fueran ciertas de nuevo, mientras que él pedía disculpas asegurando ser el responsable de lo que pasaba y jurando que yo era el amor de su vida. Luchaba contra mentiras cada vez más abiertas, en las que no me daba mi lugar ni me respetaba en su mundo biker ni en el virtual pues él insistía en que yo debía entender que lo que escribía en su red con sus “amigos y amigas” no era su vida y que lo que ponía ahí, era sólo juego.
Decide irse a vivir a un pueblo, a una hora de camino de la ciudad, porque no tiene dinero para pagar la renta. Si en algún momento se planteó el hecho de que viviera en casa. Se negó a hacerlo pues no quería que dijeran que era un “arrimado”. Me dice que no estaremos lejos y nos veremos continuamente. No fue así, dejó de buscar los encuentros pues no tenía para pagar la tenencia y verificación de su auto, así como las casetas y gasolina.
Poco a poco, sus historias inverosímiles, sus muchas versiones de un mismo hecho y sus enojos al saberse descubierto en aquello que creía como sus nuevas verdades absolutas, hicieron que la distancia fuera mayor.
Tres veces nos vimos este año para hablar, tratar de recuperarnos y acordar transparencia, honestidad, respeto, todo bajo la premisa de lo que me juraba: “eras, eres y serás el amor de mi vida siempre”. Pasaban sólo días y volvía a lo mismo. Cada vez había más desilusión y menos confianza. Era un desconocido, nada que ver con el abogado con despacho que me enamoró; ahora era pelo desaliñado, barba sin arreglar, jeans rotos, tenis sucios, 40 kilos menos, nuevas arrugas y ojeras que caían al piso. Confirmaba no tener dinero y muchas deudas, estar solo, no tener amigos y dedicarse a trabajar para sacar adelante un puesto de comida que llevaba a fiestas biker. Afirmó ya no ser biker pues se había equivocado al meterse en ese mundo y sólo estaba ahí porque eran buen negocio.
En el último café, le pregunté frente a frente si tenía otra mujer. Su respuesta fue un rotundo NO y me aseguró a los ojos que no podía estar con ninguna mujer porque era yo quien estaba presente. Dijo haber perdido todo, trabajo, amigos, casa, incluyendo su familia y no quería perder lo nuestro. Nos besamos al despedirnos y creí que el acuerdo entre nosotros era empezar de cero, respetar que no era fácil vernos, ya que sus fines de semana estaban ocupados con sus eventos-trabajo, pero que debíamos intentarlo siendo transparentes y honestos, dando tiempo a que él saliera del hoyo donde se había metido.
No sabía que para él era una despedida pues ya contaba con otra mujer a quien engañar, como si fuera un motor de coche que se cambia en el taller de un día para otro. De nuevo, se burló de mi inocencia amorosa.
Dos semanas después fue su cumpleaños dijo tener un evento y debía respetar su trabajo, así que le envié un mensaje de felicitación. Para mi sorpresa, respondió por la tarde enviando fotos en un hotel con alberca, rodeado de mujeres bien vestidas, maquilladas y peinadas que no parecían ser bikers aunque él decía que lo eran, asegurando que sus nuevos amigos lo estaban festejando, unos que conoció hace dos meses y que le habían organizado la fiesta pues él no tenía dinero. Casi a media noche me dice por teléfono que está borracho desde las 10 de la mañana y repite que soy y seré el amor de su vida siempre. ¿Cómo puedo ser el amor de su vida y no pudo invitarme? Entonces reclama, se enoja y termina gritando antes de colgar que “en esta fiesta hay 50 viejas, me iré a bailar con una de ellas y me la voy a coger”. Jamás imaginé que se expresara de esa manera y menos de una mujer.
Días más tarde pide verme para hablar… Obviamente no acepté.
Continuaron los mensajes, con un discurso donde yo era la culpable por reclamarle sus mentiras, por hacerme e inventarme historias y promoviendo que lo bloqueara de mis redes sociales y terminara definitivamente la relación. Tenía que ser yo quien diera la estocada final porque me decía que “no era hombre para mí”. Al mismo tiempo, me aseguraba continuamente que “era, eres y serás el amor de mi vida siempre”, “mi corazón lo ocupas todo”, “te amo y no me crees” y me enviaba canciones como la de can’t live, if living is without you (no puedo vivir, si vivir es hacerlo sin ti).
Semanas después recibo una foto de perfil de Facebook de una mujer con el atrás de ella, en la que a ella le preguntan si son otra parejita del pool party, refiriéndose a aquella que dijo era por su cumpleaños y la cual resultó ser una de paga organizada al parecer por un grupo social llamado “Chavos Rucos Solteros” al que alguien lo invitó. La mujer responde: “ya éramos; ese día nos comprometimos”.
Mis manos temblaron al sentir una cubetada de hielo caer directo a mi alma. Semanas antes de vernos en ese último café, donde me juró no tener otra mujer, le había preparado cena en su casa y ella presumía los platillos sobre los individuales que yo le regalé. Se compromete borracho en la pool party, me llama esa noche, ponen fecha de boda en seis meses, y aun así, continúa mes y medio diciéndome que soy el amor de su vida y que no podemos vernos porque no tiene un peso para comer y venir.
Los hechos hablaban. No eran mis historias inventadas. Era la realidad. Le envié las fotos de la evidencia pidiéndole que pagara su gran deuda contraída hace tres años que tiene conmigo y mi familia antes de su boda.
Su respuesta: “cerrar los ciclos del amor no quiere decir abrirse nuevas posibilidades al corazón. Me cuesta 200 pesos casarme. Si te interesa hablar conmigo, puedes hacerlo mañana de 7 a 2 PM”.
Contesté: “Si tienes un poco de dignidad, envía el plan de pagos y los montos, como lo haces con tus clientes que te deben dinero”.
Respuesta: “Lo haré cuando pueda. Soy indigno”.
Sus dos últimas palabras: ¡”Soy indigno”! Increíble. ¿Indigno, sinvergüenza o miserable?
Hoy confirmo que NO es abogado, no tiene cédula profesional, lo cual aseguraba su ex mujer y que en su momento no le creí por confiar en él. Sé que los famosos papeles que no entraron al juzgado se ingresaron al día siguiente y la “posible cárcel” fue un invento suyo para pedir dinero, más bien para robar y abusar de nuestra confianza; que tiene demandas en su contra por faltas de pago, que no tiene un peso y que debe todo; que no tiene relación con su familia pues saben que anda en malos pasos y que para él fui un buen negocio de mucho dinero.
Al parecer, si no es que lo ha hecho ya, se instalará en la casa de su futura esposa, quien debe ser una bella mujer de buena familia, inventándole una gran historia en la que seguramente es la pobre víctima de la vida y de mujeres como yo. Se dedicará totalmente a ella seduciéndola de cualquier manera posible; buscará trabajo a través de ella con sus nuevas amistades a las que les quedará mal, como sucedió con muchas de las mías y hará todo por complacerla, aun engañándola desde el momento en el que se comprometió con ella. Y ella, enamorada, le creerá todo como lo hice yo.
Él no tiene nada, no vale nada y ella es lo único que puede representar su “salvación”. Lamento que para él ella sea la “vieja a la que se cogió” y a la que le sacará provecho pues no tiene más de dónde colgarse; es su nuevo negocio.
También sé por palabras de un abogado que hoy hay muchísimos casos en los que mujeres mayores aceptan un hombre que les habla bonito y besa bien, les cocina rico y les arregla su casa, para instalarse en lo más íntimo de ellas y después deben recurrir al ámbito legal para sacarlos de sus vidas al darse cuenta que son estafadores. Casi siempre ellas salen perdiendo.
En el proceso de duelo, de un muerto en vida (algo que nunca imaginé vivir), he encontrado esas verdades que salen a relucir de la nada y que confirman que aun cuando me cueste olvidar lo sucedido, abriré algún día mi corazón a esas oportunidades que seguramente llegarán. Será diferente. Será con un hombre que quiera acompañarme bajo la consigna del respeto, honestidad y confianza y no para cuidarme, protegerme y procurarme pues eso lo hago sola.
Aun me enojo conmigo misma por haberme permitido pensar que el amor y mi total entrega tuvieran esa ligera esperanza de cumplir sueños comunes, por no haber terminado esta historia cuando descubrí su primer engaño y permitir que nos robara. Lo único que justifica mis acciones fue “amarlo”.
Queda claro que lo que empieza mal, termina peor. Él vivirá aparentando y presumiendo el sibarita que dice ser y no es, y sus mentiras de años y las nuevas que trae colgadas en la espalda, en cada una de sus arrugas, terminarán por alcanzarlo. Sus únicas verdades son la de no tener nada, que seré el amor de su vida siempre y nunca me olvidará (cosa que hoy no me importa)… En cambio, para mí, el será un simple recuerdo de alguien al que amé y al que le di todo, que me engañó, me lastimó, me robó y se esfumó. Hoy puedo sentirme una mujer afortunada, liberada y en paz pues me salió barato. Me quedo con sus dos palabras que lo dicen todo: “Soy indigno”.
Estudios de Sociología en la UNAM y la Universidad Complutense de Madrid, España. Licenciatura en Lengua y Literatura Inglesa, UNAM. Maestría en Educación con especialidad en Educación a Distancia, Universidad de Athabasca, Canadá.