“En lugar de darle una Palma de Oro, yo le daría una Palma de Oreo”.
Todo se podría reducir a una simple cuestión de gustos, pero ahí cabe todo y ni siquiera valdría la pena ocuparse de discutir lo que cada quien prefiere por inclinación personal. Si por otro lado—como señala Jonathan Rosenbaum del Chicago Reader—pretendemos defender una película con base en que es agradable y está “bien hecha”, lo mismo podríamos decir de una galleta Oreo. Si partimos de que además de las galletas Oreo hay otros alimentos que son, tanto o más ricos al paladar y a la vez nutritivos, entonces nos podemos embarcar en un ejercicio como el que intentaré realizar ahora y que pretende ser algo más que “llevar la contra”. Toni Erdmann, una cinta alemana que fue alabada desde el pasado festival de Cannes, más por el asunto del que trata (en mi opinión) que por su verdadero sentido artístico. En lugar de darle una Palma de Oro, yo le daría una Palma de Oreo.
Ser o Creerte simpático
Hay una gran diferencia entre ser y creerte simpático. El protagonista de Toni Erdmann cae penosamente en la segunda categoría; esa es su—y nuestra—desgracia. Pero quizás el primer error de interpretación de la película sea suponer que es una comedia. La cinta, otra de las favoritas de la crítica en el Festival de Cannes, es un serio y deliberado esfuerzo por desenmascarar al enemigo en turno: la globalización y el implacable mundo corporativo.
La pulsión oculta de Toni Erdmann es presentar al humor como último bastión de resistencia ante las fuerzas del capitalismo salvaje. El problema es que la película habla del humor, pero no lo practica. El trayecto para atacar esa misión es largo, tedioso y, lo peor, el humor es de “pastelazo”.
Winfried, un maestro de música retirado se comporta como si su proclividad a hacer bromas pesadas le diera superioridad moral sobre sus inocentes víctimas. El hombre trata de llamar la atención utilizando el absurdo hacia el verdadero absurdo, como él lo ve: la vida de los otros.
En las figuras clásicas del circo tradicional, Winfried representa al Augusto, el payaso que con trompetillas y desfiguros trata de denunciar que detrás de la solemnidad y aire de importancia del Blanco también se esconde un payaso. Como idea no está mal, pero la película es demasiado larga y esta tan comprometida con denunciar su punto que carece de la ligereza y espontaneidad que supuestamente representa.
Nunca vemos verdaderas muestras de cariño, de cercanía, o por lo menos un diálogo profundo entre padre e hija; sólo la ciega convicción de Winfried de “rescatarla” de sí misma. Ines representa una ¨víctima” de esa forma de vida que su padre (y la directora Maren Ade), tanto desprecian.
No hay alusión a algún recuerdo de la infancia que ayude a entender, por un lado, cierto distanciamiento, y por el otro, la extraordinaria paciencia que ella le tiene a sus bromas diseñadas para avergonzarla frente a colegas y jefes. Winfried no busca amar y proteger a Ines, sino forzarla a que vea la vida como él la ve. Es ahí donde la película se traiciona a sí misma y resulta tan falsa como los dientes postizos que Winfried utiliza todo el tiempo.
¿Ines es mujer e hija o representa a una Alemania que ha perdido el rumbo? La última de las tres generaciones que se nos presentan, revela una involución; parece decir Ade, la octogenaria madre de Winfried; el racismo de la pre-guerra; Winfried, la actitud progresista y humanista de la pos-guerra, e Ines, a los nuevos jóvenes que han perdido la sensibilidad (el humor) tratando de sobrevivir en el capitalismo salvaje. Las pesadas bromas del Winfried (como el cojín inflable que hace ruido de flatulencias), no son solamente de mal gusto, sino denotan un humor prefabricado, comercial y carente de imaginación propia.
Anne Wakefield es crítica de cine para AARP, la organización no gubernamental más grande de EU, que cuenta con 47 millones de miembros y es parte del Comité de Selección del Festival Internacional de Cine de Morelia y corresponsal de Formato 21. Antes de mudarse a Washington, DC, en el año 2000, trabajó como reportera, conductora y crítica de cine en Televisa y en el Instituto Latinoamericano de Televisión Educativa (ILCE), radio y revistas. En 2002 participó como conductora del primer noticiario de Telemundo en la capital estadounidense.