Con un exorcismo querían quitarle lo gay…
Yolanda no sabe qué más hacer con Mauricito. La bruja Samantha le prometió que después de cuatro limpias con yerbas traídas de Zacatlán y 13 velas encendidas en un cruce de caminos, a su hijo se le iba a quitar lo ‘jotito’.
Yolanda no ha visto ningún cambio en su hijo todavía. La hechicera sigue sacándole dinero en cada sesión y el jovencito no deja de mover las caderas como ‘Miss’ en concurso y tampoco ‘amaciza’ la mano como su madre le exige cada que lo ve platicar con sus compañeritos de clase.
Samantha ha encontrado una veta de oro en su ingenua clienta y no piensa dejarla ir. Mauricito tiene apenas 12 años y seguro necesitará muchas sesiones más.
Leobardo regresa una vez más fastidiado de ver cómo su hijo Emmanuel no logra fajarse los pantalones y enfrentarse a sus compañeros de equipo en el futbol americano.
Por más que lo anima, le grita, lo estimula y hace ‘circo maroma y teatro’, el chavito sigue siendo tímido y objeto de burla del resto de los jugadores. Emmanuel sufre cada que su papá lo lleva a entrenar y quisiera que esas dos horas pasaran rápido para irse a casa y peinarse frente al espejo, haciendo mímica con las canciones de Selena Gómez.
Bertha no sabe qué hacer con su hija Claudia, por más que le insiste que se ponga falda y se pinte un poco los labios, la adolescente prefiere jugar beisbol con sus vecinos y trepar árboles o andar en patineta como los ‘vaguitos’ de la cuadra. Bertha no entiende que su hija, de 14 años, no es igual a las otras niñas de su edad, pero insiste en verla como si tuviera futuro como modelo de pasarelas en Londres o Milán. No será así.
El pastor de su iglesia ha prometido a los papás de Ramón, que gracias a la palabra del señor y las oraciones, su hijo dejará de tener esos ‘malos pensamientos’ y volverá al buen camino, como todas las ovejas descarriadas de Dios.
No estaría de más, sugiere el líder espiritual, practicarle una vez más un exorcismo. Dios y su misericordia ayudarán a esa pobre alma joven a ver la luz, conocer otra vida, buscar una mujer y tener hijitos, como todos. ‘Le vamos a curar esa sucia homosexualidad que no lo deja acercarse al reino de nuestro señor’.
Los padres de Ramoncito besan la mano del santo varón investido de verdad y gloria, y se retiran esperanzados en ver a su hijo ‘curado’ de tan diabólica enfermedad. No se van —obvio— sin dejar una buena cantidad de dinero para seguir con las ‘remodelaciones’ de la iglesia. Dios bendiga su alma inocente.
Señoras, señores, sus hijos no necesitan una ‘cura’ para su homosexualidad. No es una gripa, ni un virus en el aire, no se componen sus preferencias si ustedes le rezan a Dios, al diablo o a la Virgen de la patita mocha.
No se ‘enderezan’ con llevarlos a jugar futbol, hacer karate o inscribirlos en escuelas militarizadas. ¡Por favor! No es una enfermedad, no es un pecado, ni castigo y mucho menos una prueba de Dios ni de nadie.
Por favor: traten de apoyar a sus hijos e hijas, sean heterosexuales, homosexuales, bisexuales, transexuales o transgénero, con todo el rigor del amor y de la comprensión que merecen por el simple hecho de habitar, al igual que todos en el planeta que nos ha tocado compartir.
Eduquemos a nuestros jóvenes a no temer, a ser gente de bien, a mirar de frente y a mostrarse orgullosos del camino que elijan. Si logramos que nuestra juventud mantenga pasos dignos, lograremos que este mundo sea un mejor lugar y que esté lleno de paz y de respeto entre quienes convivimos en él.
Amen a sus hijos con la misma intensidad con la que los procrearon. Un día, ustedes mismos se lo agradecerán.
Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas. Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a nadie”.