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«ACTOS DE PODER»: Marchas: gana la sociedad, pierde Peña

Hubo diferencias claras en las marchas: en una se podía increpar al Ejecutivo federal y en la otra no…

El domingo hubo dos marchas para manifestar el repudio a las políticas antiinmigrantes del presidente Trump.

 

Una permitió la libre expresión de sus participantes. Otra, condicionó a los caminantes a dejar la protesta en contra del gobierno mexicano y centrarse en el descontento al gobernante extranjero.

 

La marcha #VibraMéxico no fue –para muchos– lo espectacular que debió haber sido ante la amenaza de deportaciones masivas, la pérdida de remesas y todas las consecuencias políticas, económicas y humanitarias que significa la nueva relación de nuestro país con Estados Unidos.

 

Sin embargo sí representa un triunfo, al menos para quienes participaron en ella. Salir a la calle a manifestar solidaridad con nuestros connacionales, para muchos es la mejor manera para contribuir a la emergencia que se vive.

 

Dicen que fueron 20 mil y que por ello fue absolutamente un fracaso. No coincido. Pudieron ser menos si tomamos en cuenta el bombardeo que desde diferentes flancos ametrallaron a #VibraMéxico.

 

Comenzaron los que acusaron a los organizadores de estar manipulados por intereses mezquinos de los poderes fácticos.

 

Luego, en una estrategia derrotada en otros tiempos, organizaciones afines al poder (en su momento al PAN y ahora el PRI), decidieron que prestarían sus membretes para defender al presidente de México de la crítica de los mexicanos que marcharían.

 

¿Por qué hacer dos marchas que en esencia tenían la misma motivación? Fácil discernirlo: una promovía el rechazo a Trump pero también permitía la crítica a las cuestiones domésticas –quizá más graves y lacerantes que lo que representa el presidente de los Estados Unidos–. Mientras que la otra defendía al presidente mexicano de las críticas de sus gobernados.

 

Cuando Javier Sicilia y Emilio Álvarez Icaza comenzaron a diseñar la gira que por todo el país haría el Movimiento Por La Paz con Justicia y Dignidad, para conocer hasta sus entrañas el infierno que es México por la Guerra de Calderón, en donde la muerte y desaparición de miles de mexicanos es cotidiana, organizaciones de la sociedad civil se prestaron para intentar sabotear al movimiento del poeta y el defensor de los derechos humanos.

 

Ocurrió lo mismo con la marcha del domingo. Para algunos de los estrategas del “divide y vencerás” el resultado de la manifestación fue perfecta: lograron que el contingente que partió del Auditorio Nacional al Ángel de la Independencia no fuera tan nutrido.  

 

La marcha oficialista, la que no permitía tocar la sacrosanta institución presidencial con una pancarta, careció de la fuerza y presencia de sus promotores clandestinos.

 

Y eso se traduce en una derrota para quien decidió dividir a los manifestantes. Durante días previos a la marcha, la narrativa de los voceros oficiales y oficiosos era que el presidente Enrique Peña Nieto tenía un amplio apoyo popular en la disputa con el presidente Trump. La realidad es que el presidente mexicano no tiene una base sólida que salga a manifestarle su apoyo.

 

El presidente del PRI, Enrique Ochoa, afirmó que saldría a marchar; no lo hizo. ¿En cuál contingente lo habría hecho? Si iba con los de #VibraMéxico habría sido rechazado, pues el llamado era a una manifestación apartidista y ciudadana. Ahí no cabía el segundo priísta del país.

 

Y el haberse sumado a la marcha pro Peña, sólo ratificaría la naturaleza esquirol de los promotores de la defensa del mandatario.

 

En ambos casos, las dos marchas significan una derrota para quien intentaron proteger, primero porque la marcha que salió del Hemiciclo a Juárez fue raquítica, desordenada, improvisada y si esa es la fuerza de quienes defienden al presidente Peña, son muy, pero muy pocos los mexicanos que lo arropan.

 

La segunda es una derrota mayor, pues aunque el presidente Trump era el principal objetivo, el rechazo a los casos de corrupción, sea por asuntos inmobiliarios o de saqueo en los estados, fue patente.

 

El presidente Peña debería hablar con sus asesores para impedirles que quieran manipular manifestaciones populares. No saben hacerlo y cuando lo intentan, fallan. No le ayuden al compadre que, en estos casos, más vale que esté solo; mal acompañado –y aconsejado–  ya está.

 

 

 

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