A pesar de tener escenas casi ficticias, es brutalmente realista.
Estoy cada vez más hormonal, es mucho más que una sospecha, es una afirmación y una realidad.
No sólo me lo dicen mis constantes cambios de humor, basta con ver todas las cosas rosas que he adquirido y que uso últimamente para confirmarlo. Yo que en mi juventud me negué a cualquier color que no fuera el negro, ahora uso bolsa, IPhone y hasta uñas palo de rosa, y no sólo eso: si me dejan un día suelta, soy capaz de inscribirme a un curso de macramé o tejido con ganchillo, o dejarme ir sin reparo en pos de la conservación de la ballena azul.
Por segunda vez fui a ver “La la land”, la primera con mi hijo adolescente y sensible (está por demás comentar el papelón que hicimos los dos llorando como marranitos atorados con la escena final).
Durante toda la semana pensé muchas veces en esta película, en las escenas que más me gustaron, en los números musicales, en las frases que dicen los personajes. Al siguiente viernes, maquiavélicamente manejé las cosas para que el plan de pasar la tarde juntas, mamás e hijas pubertas, terminara nuevamente en el cine. El contingente esta vez era de lo más diverso: cuatro mamás con diferentes actividades e historias, cuatro divas en la flor de su pubertad y mi hija mayor con el novio rockerón y corto de palabra, y bueno, creo que la segunda vez me gustó mucho más. Ya conociendo el final, pude apreciar con más calma cada toma y detalle de la película.
Reconozco que no soy ninguna autoridad en el tema, y que aunque he visto suficientes películas en mi vida como para poder discernir, mi condición de mujer cercana a los 45 años me hace presa fácil de la susceptibilidad. Lo que sí puedo decir sin temor a equivocarme y ya mucho más tranquila después de ver el efecto que causó la película en el resto del grupo, es que se trata de una cinta realmente inolvidable.
No puedo creer que el director Damien Chazelle tenga apenas 32 años; la dirección es impecable, la fotografía, el diseño de arte; cada escena tiene un ritmo perfecto y los números musicales son de una cadencia exquisita. Es una película que habla de amor, sueños, que hace un homenaje al cine, a la música, al teatro, al Jazz y que a pesar de tener escenas casi ficticias, es brutalmente realista.
Al final entendí que, como en tantos casos y aunque parezca irónico, los grandes amores no siempre pueden terminar juntos, por más fuerte que sea el sentimiento, por más que uno quiera, los caminos a veces no se pueden sincronizar, y esos amores se vuelven platónicos pero no por eso menos difíciles y dolorosos.
Se acerca ya la entrega de los premios Oscar, que ya sé que es de lo más comercial pero es algo a lo que no me puedo resistir. La la land compite con 14 nominaciones, el récord máximo en la historia de los galardones, y no tengo ninguna duda de que se merece cada premio que reciba y también cada millón de dólares que recaude en taquilla. La verdad, es mejor que regalárselos a cualquier producción trillada en comparación con un filme tan lleno de talento, de amor al arte, tan sincero y comprometido con los cánones del cine musical.
Se siente el amor por el cine y por la música, doy un reconocimiento a la capacidad histriónica de los personajes Emma Stone y Ryan Gosling, quienes logran actuaciones verdaderamente conmovedoras y un agradecimiento anónimo de una romántica mujer de mediana edad que hoy se va a dormir con una sonrisa dibujada en la cara y que durante varios días estará tarareando la letra de “City of Stars”, cerrando los ojos para evocar algún amor que se quedó también en el camino, no por falta de pasión sino porque hay cosas que así tienen que ser, y personas que no pueden terminar juntas, tan sólo porque así es la historia que les tocó.
Bárbara Lejtik, Licenciada en Ciencias de la Comunicación, queretana naturalizada en Coyoacán. Me gusta expresar mis puntos de vista desde mi posición como mujer, empresaria, madre y ciudadana de a pie.