La protección a la salud y el bienestar de la mujer están sujetas a consideraciones políticas.
Desde el 20 de enero, la actividad del presidente estadunidense Donald Trump es el regulador de las expectativas de la sociedad mexicana. Sea por medio de tuits, órdenes ejecutivas o de oscuras versiones sobre sus pláticas con mandatarios de otras naciones, incluida la nuestra, no hay día que no nos agitemos por cada noticia que llega desde el vecino del norte. Y son tantas, que vale la pena poner la lupa sobre una decisión cuyas implicaciones podrían pasar inadvertidas, pero que de entrada son graves.
Hace unos días, México retumbó en la firma de una orden ejecutiva, y no por el tema del muro. Trump reactivó la Política de la Ciudad de México. Esta medida –llamada así porque se anunció en la capital de nuestro país en 1984, en el contexto de una conferencia de la ONU– prohíbe el uso de fondos del gobierno para subsidiar a grupos que asesoren sobre el aborto en el extranjero.
El conceder fondos gubernamentales estadunidenses a los grupos pro aborto en el exterior, ha sido un asunto muy controversial de tinte partidista, ya que han sido autorizados en los mandatos demócratas y prohibidos durante los republicanos.
Esto significa que la protección a la salud y el bienestar de la mujer están sujetas a consideraciones políticas y no de atención a las necesidades específicas de un grupo poblacional.
No obstante que la decisión de Trump ha molestado a muchas instituciones y políticos en todo el mundo, no han sido pocos los grupos pro vida que se han lanzado a felicitarlo por la medida. Al parecer, el simple hecho de que alguien asuma la bandera de su causa es suficiente para que pasen de largo las consecuencias que esta prohibición conlleva.
Resulta contradictorio que grupos defensores de la vida celebren que se condene a muerte a miles de mujeres de escasos recursos en el mundo. Al parecer, aquellas personas que festejan la decisión de Trump –que en otros momentos se había pronunciado en favor del aborto y que se desdijo por conseguir los apoyos de su partido– desconocen que la discusión no es un tema moral.
De acuerdo con la organización mexicana Balance, que promueve la salud sexual y reproductiva de las mujeres, el decreto de Trump tiene consecuencias que rebasan la dicotomía sobre estar a favor o en contra del aborto.
Por ejemplo: cualquier organización civil que atienda la salud –como prevenir la malaria, el zika o el VIH– y a la par haga acciones de planificación familiar que incluyan la interrupción del embarazo, no podrá recibir fondos de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) y, si lo hace, deberá dejar de lado su trabajo en salud reproductiva de las mujeres.
La firma que tanto festejan quienes se ostentan como defensores de la vida implica que unas 50 mil mujeres en Nigeria tengan suspensión de apoyos médicos (datos aproximados, de acuerdo con portavoces de la Federación Internacional de Planificación de la Familia, basados en la administración de George Bush).
Lo que se está aprobando no es una victoria de vida, sino una sentencia de muerte. Socava los derechos a la salud de las mujeres más necesitadas. Sentencia a aquellas mujeres que les toca nacer y luchar por sobrevivir con un estigma que no pidieron tener: ser mujer en una región marginada.
Lo que es peor, nadie las alertó de que, en su estancia por este mundo, su salud y su vida dependerían de los colores que la Casa Blanca ostentara. Y mientras unos vitorean como si se tratara del Coliseo Romano, otros vemos cómo las víctimas son echadas a los leones; cómo se juega con la vida de esas mujeres en el afán de conseguir apoyos políticos y votos de aquellos que, fieles a sus preceptos morales, prefieren que mueran en lugar de tener una vida a plenitud.
Defender la vida es algo mucho más grande. Va más allá de ideologías y politiquería. Es defender el derecho de todos a una existencia digna, sin importar si deciden vivirla bajo mis normas y credos. Se trata de luchar por el bienestar de otros sin condiciones. Esa sí es la verdadera batalla por la vida.
Saraí Aguilar | @saraiarriozola Es coordinadora del Departamento de Artes y Humanidades del Centro de Investigación y Desarrollo de Educación Bilingüe en Monterrey, Nuevo León. Maestra en Artes con especialidad en Difusión Cultural y doctora en Educación.