En Canadá la inmigración fortalece la economía y alienta la prosperidad.
Canadá crece a contracorriente de la tendencia nacionalista que han adoptado potencias como Estados Unidos, Reino Unido, Rusia, China y que avanza en otros países como Francia, Italia y Austria, producto del raquítico crecimiento económico mundial, el terrorismo y la crisis migratoria del Mediterráneo, propiciada por la guerra en Siria.
Esta explosión populista ha encontrado en Donald Trump a su máximo representante, ya que parece dispuesto a dinamitar las conquistas y atentar contra los derechos alcanzados en Occidente, después de la Segunda Guerra Mundial.
En este contexto, Canadá va en sentido contrario a la construcción de muros, la intolerancia a la inmigración, la pérdida de libertades y el desprecio de las minorías.
Tan sólo el año pasado, este país recibió a 300 mil inmigrantes, entre los que se contabilizan 48 mil refugiados; 25 mil de ellos sirios. De este universo de extranjeros, 85% se convertirán en ciudadanos.
Quien camine por las calles de Toronto, viaje en su transporte público o acuda a un centro comercial, podrá confirmar por qué, hoy por hoy, esta ciudad es la más diversa del planeta. Aquí se interactúa con personas de los cinco continentes, de todas las razas, credos, idiomas, géneros, preferencias sexuales y nacionalidades. Y es que, la mitad de los residentes de esta metrópoli nacieron fuera de Canadá y llegaron al país a través de distintos mecanismos que ofrece el gobierno.
Otras urbes como Vancouver, Calgary, Ottawa y Montreal siguen esta misma tendencia, lo que es fácil de entender si se considera que la migración anual representa aproximadamente el 1% del total de la población estimada en 36 millones de personas.
Para los canadienses y el gobierno liberal del Primer Ministro, Justin Trudeau, la inmigración fortalece la economía y esta diversidad alienta la prosperidad. Suma y no resta. De hecho, considera que Canadá es el primer Estado postnacional del mundo; es decir, una nación que no tiene una identidad única o una sociedad homogénea que se defina por una raza o grupo étnico. Tampoco, dice, tiene un “mainstream”, una corriente cultural predominante.
La socióloga holandesa ganadora del Premio Príncipe de Asturias en 2013, Sakia Sassen, define el postnacionalismo como el surgimiento de lugares donde grupos extra-nacionales crean una nueva fuente de identidad y otra ciudadanía fuera de los confines de su Estado nacional.
En un artículo publicado en The Guardian, el periodista y escritor canadiense, Charles Foran, expuso que Canadá podría ser visto como el experimento de un modelo radical de nacionalidad. Un proyecto que tiene como base ideas prestadas de sus antepasados, quienes ayudaron y enseñaron a los pioneros ingleses y franceses que llegaron a sus territorios a sobrevivir y prosperar en medio de adversidades y crudos inviernos.
Si bien esa confianza fue traicionada, hoy Canadá trata de saldar su deuda histórica con los indígenas por los abusos y atrocidades cometidos en su contra, al mismo tiempo en que reconoce a plenitud sus derechos.
Esa reconciliación es tan sólo una muestra del nivel de civilización que ha alcanzado el país, procurando la integración y rápida adaptación de miles de inmigrantes, siempre bajo la premisa del respeto.
Se trata de una sociedad amigable, cortés, atenta y educada, que denota valores como la apertura, inclusión, compasión y solidaridad; y que ha hecho del ejercicio de la democracia la aplicación y respeto de la ley, la libertad y la justicia, prácticas cotidianas e indeclinables.
Canadá es el segundo país más grande del mundo. Sin embargo, su grandeza no está en el tamaño de su territorio, sino en los valores intrínsecos a su historia y cultura. Incluso sus propios principios han hecho de esta nación un actor moderado, de bajo perfil en la escena internacional.
Sin embargo, “el mundo necesita más Canadá”, han señalado recientemente personajes como Bono y Barak Obama. Y en este 2017, al conmemorar los 150 años de la unión de sus provincias en una confederación, este país tiene la oportunidad de mostrar al resto del mundo que un modelo diferente de sociedad es posible.
Vale la pena recordar las palabras del propio Justin Trudeau al asumir el cargo de Primer Ministro en noviembre de 2015: “Días de luz, amigos míos, días de luz. Esto es lo que consiguen las políticas positivas”. Y en tiempos de oscuridad y políticas del miedo en Occidente, Canadá es un faro que se mantiene encendido en el llamado “Verdadero Norte”.
Al cierre
Al momento de concluir esta columna, el Primer Ministro, Justin Trudeau, volvió a dar una muestra de estas políticas positivas al nombrar a Ahmed Hussen, un activista de origen somalí, como Ministro de Inmigración. El nuevo miembro de su gabinete llegó a Canadá a los 16 años como refugiado huyendo de la guerra en su país, se formó como abogado y tiene una larga trayectoria como activista y experiencia en trabajo comunitario. Definitivamente, nadie le pagará por aprender lo que tiene que hacer en su cargo.