Los mexicanos traemos en la sangre el espíritu vendedor que nos saca del peor aprieto económico.
Podemos enojarnos porque subieron las gasolinas. Podemos frustrarnos porque los salarios no crecen igual que los precios de los productos. Podemos más que indignarnos porque los ex gobernadores corruptos andan “prófugos” y sus estados saqueados y en bancarrota. Podemos enfurecernos por los altos bonos y dispendios por todos lados. Pero lo que no podemos ni debemos de hacer es apostarle al caos; congratularnos de que “ya despertó” el “México bronco” –aunque hemos visto gente llegando en vehículos a saquear–, ni alegrarnos de ver cómo un tipo con el rostro cubierto destruye parte del vitral del palacio de gobierno de Nuevo León. Todas esas imágenes de “la ira del gasolinazo”, deben efectivamente lastimar y preocupar; en efecto, que sirvan a la percepción interna y externa de que estamos ya sumidos en un laberinto destructivo.
Sábado en Xochitepec, Morelos. Parece que el tiempo se ha detenido. Las imágenes de gente en shorts, hombres y mujeres caminando, vendiendo jugos, tacos, flores, todo lo que se pueda, me recuerda a cualquiera de los municipios veracruzanos del sureste donde viví tanto mi infancia y como mi adolescencia. Los mexicanos traemos en la sangre el espíritu vendedor que nos saca del peor aprieto económico. Así nos la hemos ingeniado para sacar a la familia adelante. Somos un pueblo trabajador y demasiado noble que aguanta y ha aguantado mucho.
Después de una semana de protestas y vandalismo ocupando las primeras planas nacionales e internacionales, más admirable resulta ver a esa gente que se levanta temprano; que lleva a los hijos a la escuela; que corre a llegar al trabajo por el que se gana poco; que va en bicicleta con una olla amarrada repleta de tamales. Aquel joven que se entusiasma por iniciar clases; que desea trabajar al mismo tiempo que estudiar. Más admirable él que viene gozoso de haber recorrido alguno de los espectaculares museos de la Ciudad de México.
La corrupción nos ha lastimado y expoliado. El crimen organizado nos ha exhibido como violentos y mafiosos. Políticos de todos los colores se muestran inútiles ante las circunstancias y los retos; están llegando a un cargo y ya piensan y actúan para el otro; se exhiben en Facebook y Twitter con banalidades.
Por si todo eso fuera poco, se acerca el 20 de enero. Una fecha que produce desconfianza y hasta angustia. Será la toma de posesión Donald Trump como presidente de Estados Unidos y ya ha dado muestras de lo que viene: obligó a cancelar las inversiones de Ford y Carrier en territorio nacional. Ya se destapó que busca que México financie el muro para evitar brincarnos a su nación poderosa. Si el “amistoso” Obama deportó a casi tres millones de connacionales, ¿qué esperar de Trump? En fin, el “horno no está para bollos”.
A lo largo de la historia, los mexicanos hemos dado muestras de que somos un pueblo más que noble, que se sabe inventar y reinventar pese a la adversidad. Confío en ese México. Me apena y entristece el que se relame porque caigamos en el hoyo. Espero no sonar patriotera: México es y ha sido siempre más grande que todos sus problemas, más grande que todas sus infamias y oscuridades. Apostemos siempre por ese México. Podría ser el tiempo para hacer efectivo el combate a la corrupción, impunidad e injusticia.