El 6 de enero gira en torno a los juguetes y la rosca.
Ninguna tradición originaria de España está tan arraigada en México como la del Día de Reyes y sus ritos. Como no viví aquí mi infancia, carezco de recuerdos como los de “la carta” o “el zapato” para los Reyes Magos. Seguramente ustedes guardan en su corazón infinidad de recuerdos y anécdotas al respecto.
Por fortuna, una de las formas que tiene México de recibir a cualquier extranjero con los brazos abiertos es seduciéndolo con sus tradiciones, especialmente con las que conllevan un gozo gastronómico. Es por eso que tengo viva la memoria de mi primera Rosca de Reyes y la fascinación que me produjo observar en aquel tiempo que el día 6 de enero todo giraba en torno a los juguetes que “habían traído los Reyes” y a la partida de la rosca en familia.
Desde entonces no he faltado a la cita del ritual más dulce, que es gozo tanto de cristianos como de paganos. Más tarde también me sedujo conocer el simbolismo detrás del pan: la corona incrustada de piedras como las de los tres reyes magos.
No creo estar equivocada al considerar el Día de Reyes como uno de los festejos más democráticos entre los habitantes de las zonas urbanas del país. De su significado y rituales se han apropiado no sólo las instituciones religiosas o el comercio, sino también –hoy en día– los gobiernos paternalistas. Vea usted que no sólo la iglesia o las agrupaciones católicas usan esta fecha para realizar actos de caridad con los niños, sino que también el jefe de gobierno de nuestra CDMX invita y encabeza la partida de la Mega Rosca del Zócalo (de mil 440 metros), donde se reparten alrededor de 250 mil porciones (para al menos el mismo número de votantes potenciales), “celebrando” así con niños y adultos capitalinos la llegada de Melchor, Gaspar y Baltazar.
Como sucede con todas las tradiciones que persisten, el ritual y sus objetos se transforman y adaptan a la época, y la Rosca de Reyes no es la excepción. De ser un simple pan de yema adornado con tiras de ate, azúcar y frutas cristalizadas, la corona de los reyes magos se ha convertido en un lienzo ideal para la inspiración y creatividad de los reposteros.
Ahora las grandes cadenas y pastelerías de autor compiten ferozmente entre sí, ya sea ofreciendo “sorpresas” adicionales al Niño Dios escondido en la masa, o bien añadiendo al pan toppings y rellenos de vanguardia.
Y es que ahora sí que quedé helada al leer que la famosa tienda departamental española El Corte Inglés, en alianza con la empresa joyera Degussa, “premiará” a sus clientes con 250 pequeños lingotes de oro (de 1 gramo de oro puro con valor de 47 euros), así como con un premio mayor denominado el “lingote 251” (de una onza con un valor de más de mil euros), todos ocultos en algunas de las casi 400 mil roscas de reyes que espera vender durante la temporada. También una cadena panadera de Madrid premiará a los clientes con un diamante oculto entre las 20 mil roscas que producirá.
Mientras tanto, en México las grandes cadenas todavía no llegan al grado de ofrecer joyas en su pan y las excentricidades aún son exclusivas de las panaderías que aparecen anualmente en las ”listas de las mejores”, esas que producen pan artesanal con ingredientes de alta calidad y a las que sólo pueden acceder las clases medias con presupuesto para el entretenimiento y la recreación.
En un rápido recorrido por esas “roscas de autor” o de “edición limitada”, encontré que la oferta no es el pan en sí mismo, sino la combinación entre los rellenos y los toppings, cuyo resultado en algunos casos está tan alejado de una rosca tradicional que, si bien no llega ser un sacrilegio, por lo menos sí es una exageración.
La rosca rellena de chocolate amargo con decorado de cerezas y chocolate blanco de Sacher cake shop (330 pesos), no suena mal, aunque sin duda yo prefiero comerme una rebanada de su “Selva Negra”. La oferta de Garabatos es una rosca con relleno de ate y nuez (549 pesos), que tan sólo por su precio excesivo (y sobrado) dejaré pasar. Corazón de maguey en Coyoacán, ofrece una rosca de “Ponche” (350 pesos) y la verdad es que además de que tomé como dos litros durante las posadas, yo ya le di la vuelta a la página del 2016. Por el Niño Dios, es el ¡Día de Reyes!
Aunque es una cadena, desde hace unos años La Esperanza ofrece su rosca Premium de “Cheesecake” (240 pesos), la cual no probaría bajo ninguna circunstancia, ¡para eso está el Factory!
Sólo dos de estas novedades me convencieron: la rellena de crema muselina y topping de cerezas y almendras fileteadas de Jaso Bakery –que por primera vez vende roscas– cuyo pan no sólo sabe a mantequilla, sino que cuenta con una textura perfecta (580 pesos) y la rosca “Hojaldre” con la que La Esperanza se reivindica y que elabora con la misma masa de sus cuernos (diferente a la masa brioche propia de la rosca) con relleno de crema pastelera (180 pesos). Otra rosca rellena que sí vale la pena es la de la Pastelería Suiza, con una sedosísima crema de nata.
Creo que aquí las preguntas clave son: ¿Por qué introducir más sabores a un producto cuya gracia radica en ser un pan y no un pastel? ¿Por qué pagar más de 500 pesos sólo por un decorado fashion?
Mis respuestas a esas interrogantes son: 1) La rosca es un producto que se “embebe” en café o chocolate y, por lo tanto, cualquier relleno o topping salen sobrando; 2) Las joyas democráticas del ate verde, rojo, amarillo e higo cristalizado (junto con el perfume de azahar), brillan lo justo y necesario para darle un toque acidito y glamoroso a cualquier rosca bien hecha.
Por eso, en mi casa este Día de Reyes se comerá la rosca clásica con joyas de ate y cobertura de azúcar, acompañada de un buen café oaxaqueño. Sólo me queda una duda por resolver: ¿Quién será el mejor postor? Los candidatos son:
La Casita del Pan (240 pesos)
El Palacio de Hierro (285 pesos)
La Esperanza (desde 95 pesos)
¡Feliz Día de Reyes y Feliz Año Nuevo!