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«COLUMNISTA INVITADO»: ¿Que no pasa nada?

Vaya sorpresa que me llevé los últimos días del año en Chicago: La devaluación del peso es real. 

Vine a pasar los últimos días del año a Chicago, donde vive mi hijo. Son días de descanso, lectura, distracciones y aunque no me guste del todo, de compras. Inevitablemente uno cae en las trampas del capitalismo (consumismo). Vaya sorpresa que me llevé. La devaluación del peso es real. Sin llegar a los tecnicismos de costumbre, el poder de compra del peso mexicano en el extranjero se ha reducido en una paridad de 1 a 2 en el caso de Estados Unidos y a 1 en 3 en el caso de China. Así de simple. Esto se complicará más aún con la liberalización del precio de la gasolina, que a lo ojos de los tecnócratas mexicanos, era una necesidad inaplazable por razones de mercado. Quizá dentro de su óptica ortodoxa tengan razón, pero olvidan aspectos fundamentales de la economía nacional que por mucho tiempo, ya sea por política populista o de cuidado a las capas más desprotegidas del país, se había seguido.

 

Una política liberal (de mercado) exacerbada como la que se está siguiendo, ya sea por recomendaciones de Organismos Financieros Internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo) o por consenso de las autoridades hacendarias y del Banco de México (o las dos), funcionan en países con una estructura económica un tanto distinta a la del nuestro; es decir, donde existe un desarrollo y crecimiento económico sostenido que se refleja en un grado avanzado de desarrollo humano de la población (buenos niveles de salud, alimentación, educación, vivienda, infraestructura, seguridad, etc.,). No es el caso de México, donde una gran parte de la población vive con menos de un salario mínimo (80.24 pesos diarios) y existe una alta dependencia económica hacia una economía abierta, dejando a un lado el fortalecimiento del mercado interno.  

 

 

La situación se agrava cuando estas inconsistencias de política económica no van de la mano con la realidad de la política internacional. Lo que se viene después del 20 de enero de este 2017 en materia comercial para México, es sin lugar a dudas algo difícil de saber a ciencia cierta. La (re)negociación o modernización, como ahora se le llama, del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN), sea cual sea su resultado, traerá consigo una desaceleración de las exportaciones mexicanas al exterior, lo que naturalmente afectará a la economía nacional con un menor dinamismo del proceso de producción y su dinámica de reproducción del capital que, en otras palabras significa: menor consumo, menos empleos, menos divisas, menos ingresos en las tres entidades de gobierno; es decir, un caos económico que podría desencadenar una crisis económica más, como las que nuestro país ha experimentado y que de alguna manera habíamos salido de ellas. El problema radica en que la ecuación esta vez no es la misma.

 

Tradicionalmente, el salvavidas eran las remesas que envían nuestros paisanos y el mercado laboral de América del Norte a través de la migración de la población económicamente activa que decide ir al otro lado (válvula de escape). Con las políticas nativistas y restrictivas del Presidente Trump y la posible repatriación de miles o quizá millones de compatriotas, en consonancia con lo que prometió en campaña, tendremos que buscar otras opciones de corte más pragmático. ¿Cuáles? Buena pregunta.

 

Sugiero las siguientes: 1) Establecer programas de trabajadores temporales con países que los necesitan. Extender el que tenemos con Canadá a otras áreas podría ser el inicio de la nueva política migratoria exterior de México. 2) Profundizar nuestros lazos económicos con dos países clave en Asia: Japón y China. 3) Generar una estrategia de largo plazo con el fin de lograr una diversificación real de nuestras exportaciones. 4) Generar una política de alianzas regionales y globales para llevar a los Organismos Internacionales los temas que nos aquejan, partiendo de una definición clara de nuestro interés nacional y 5) Promover una política de reciprocidad con nuestros vecinos y socios. Estoy consciente de que esto podría ocasionar fricciones, pero es mejor comenzar a generar una auténtica política exterior digna a la altura de un país con influencia media que seguir con la posición de poner la otra mejilla. El 2017 ya está con nosotros. Dependerá sólo de nuestras acciones responder o no a la altura de las circunstancias. Manos a la obra.     

 

 

Profesor del Departamento de Derecho y Relaciones Internacionales del Tec de Monterrey, Campus Santa Fe. Investigador visitante del Instituto de Desarrollo de la Universidad de Fudan, China.  

 

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