«EL RELATO»: Sonríe - Mujer es Más -

«EL RELATO»: Sonríe

De adolescente conoció los sinsabores de una materia reprobada; un profesor acosador; una mosca en el plátano a punto de ser mordido. 

No sabemos si era enojo, tristeza o ambas: primero, con sorpresa, sus ojos se abrían; inmediatamente después, los entrecerraba; un respiro que quería ser profundo llegaba apenas al pecho; los ojos volvían a su tamaño habitual; el puño de la mano izquierda se cerraba con fuerza, para luego distenderse de súbito; los ojos se humedecían, bajaba la vista y se iba a cualquier parte para llorar a solas. 

 

Tampoco tenemos una fecha que indique cuándo empezó esta sucesión de gestos que se fue perfeccionando y mecanizando.

 

En su juventud, quizá desde adolescente, conoció los sinsabores de una materia reprobada; un profesor acosador; una mosca en el plátano a punto de ser mordido… En esa época, el movimiento de ánimo se manifestó en forma salvaje, acompañado de gritos por aquí y por allá, que después comprendió, restan elegancia y seriedad al acto.

 

Controlarse le era difícil. Todavía en sus treinta, un trabajo mal remunerado; una discusión con el jefe; un amor perdido; el juicio permanente de quienes opinaban que ya debería esto o aquello, que nunca era o nunca tuvo; la traición; el taxista que cobra sin tarifa y todavía se da el lujo de asaltarla, podrían desatar el sismo emocional. 

 

Con mayor seguridad en sí misma, pero dominada por las pasiones que para ella eran la vida, sustituyó los gritos por demostraciones de inconformidad más contundentes y así rompió grabadoras, jarrones, platos que volaron en el aire ante el estupor propio y el de incautos testigos, algunos de ellos a su vez provocadores.

 

Ya en sus cuarentas, comprendió que las pasiones no tienen cabida en este mundo, ni gritos ni platazos cambiarían nada. Fue eliminándolos del rictus y supliéndolos con un silencio, no de resignación, sino de impotencia.

 

Así, callada, se quedó mirando cómo el flan al que le dedicó una tarde entera, no cuajaba; el tráfico; las aglomeraciones; el camión atascado de gente; la piedra con la que se torció el pie; el perro atropellado; la hermana enferma; la rutina; despedidas; abandono; en fin, cosas comunes que se viven a diario, al despertar, cada vez que caminaba, que respiraba…

 

Movimiento de ánimo que luego ya no se movió. Los ojos quedaron abiertos, inexpresivos, la cara alargada, renuente a hacer una mueca más.

 

No es que no riera, pero los momentos alegres duraban tan poco, diríase apenas segundos que hacían que fuera inútil el enorme esfuerzo por llevar las comisuras de los labios hacia arriba, después de haber estado horas, a veces días, a disposición total de la gravedad; apenas se dibujaba la sonrisa, la alegría llegaba a su fin.

 

Hubo quienes al verla pasar, con no cierta facilidad y fodonguería por ir más allá de lo aparente, juzgó de inmediato que Natalia era una histérica. Ella percibía el juicio silencioso y con fingida serenidad, mientras el estómago se le hacía un nudo, mediocremente prefirió aislarse de esas personas que sin darse tiempo a conocerla siquiera, la declararon non-grata por esa incapacidad facial para sonreír.

-Natalia, te vas a quedar sola- la reprendió su madre.

-Qué más da- dijo indiferente aunque por dentro tembló de angustia- Ni modo que me ría mientras me joden.

-Pues no, pero tienes que ser más inteligente.

 

Y las dos se callaron porque ya ninguna sabía a esas alturas de acumulación de corajes y frustraciones, qué quería decir esa palabra.

 

Entonces sí sonrieron en un acuerdo silencioso.

 

Se despidieron con besos y cariño. Ella caminó reanimada por la sonrisa que pudo desplegar por más de cinco minutos estando en la casa materna.

 

Como siempre, anduvo de regreso en su departamento pensando que su madre tenía razón. Se hizo un rápido auto-juicio y una vez más, perdonó su apatía y sonrió. Podría empezar por consentirse y darse pequeños gustos como comprarse unos zapatos, porque a las risas observó que cada vez que levantaba un pie, parte de la suela de su tenis quedaba volando. Era urgente comprarse unos nuevos.

-¡Señorita!

 

Levantó la cara sonriente para identificar a quien gritó. Sin darse cuenta había bajado ya la banqueta y un señor al otro lado de la calle la miró con los ojos desorbitados, muy abiertos, sus labios dibujaron una palabra que ella ya no pudo escuchar, “cuidado”, porque el trolebús en contrasentido que se pasó el alto se llevó primero la oreja y luego la sonrisa de Natalia.

 

Diana Teresa Pérez. Impulsiva, incoherente, terca, insomne. Recuerda que nació en el antes DF, hoy Ciudad de México (aunque siempre está perdida). Cree que la comunicación es fundamental para crear, recrear y dejar testimonio del paso del ser humano en este mundo. Ha trabajado para los periódicos Crónica y Excélsior y para la revista Expansión. Ha publicado varios cuentos en revistas y antologías literarias. Actualmente imparte talleres de escritura autobiográfica. *Ilustración: Chepe.  

 

 

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