Entiendo que las actrices viven de su rostro, pero en el ámbito de las políticas, me pregunto ¿qué tantos votos puede darles el botox?
Encaminados en la emoción prenavideña, se impone el inevitable recuento de los aprendizajes.
Y en el plano político compartimos la moraleja de que, como nunca, la incertidumbre electoral está haciendo de las suyas.
La gente quiere representantes comunes y corrientes, ajenos a la sofisticación de la tecnocracia y más cercanos a la realidad sin maquillaje.
Esta tendencia está modificando el perfil idóneo de los candidatos a puestos de elección popular.
Y es que en muy poco tiempo habríamos pasado de candidatos con una imagen apta para convertirse en portadas de revista, a políticos de a pie capaces de ser vistos por los ciudadanos como uno más de los suyos.
En el caso de las abanderadas mujeres, el modelo de la presentación pública se habría acompañado de una estilización excesiva que va de la ropa y los accesorios de marcas de lujo a los arreglos estéticos en diversos grados.
No soy experta en el tema pero entiendo que los ajustes van del botox rutitario al colágeno, pasando por hilos rusos, las bolas de Bichat y el fino bisturí.
Alguna vez una política del PAN me comentó que le preocupaba que en su partido se vieran obligadas a seguir “el modelo Barby” de las priistas. Y me dio algunos nombres que me reservo por la naturaleza de nuestra conversación fuera de grabadora.
Durante los años en que cubrí las actividades de la Cámara de Diputados, constaté que la adicción por “desaparecer” las arrugas, el cachete, la papada y las carnes y pieles caídas no tenía distingos partidistas.
A lo largo de la legislatura, podíamos observar a los parlamentarios –muchas mujeres pero también algunos varones— que iban modificando sus facciones.
Por supuesto que se trata de una moda que trasciende a los políticos y que tiene sus mejores ejemplos en la farándula, la moda y los medios de comunicación.
Soy una convencida de que jamás me pondría ni una gota de botox en ninguna parte y carezco de aspiraciones relacionadas con rebajar mis bolsas, alisar mis “líneas de expresión” o inventarme protuberancias que no tengo.
Entiendo que las actrices viven de su rostro, Pero en el ámbito de las políticas, me pregunto ¿qué tantos votos puede darles el botox? ¿Más credibilidad, presencia escénica, seguridad, dominio, autoestima? ¿O es que se trata de conseguir con ello el cariño o la confianza de la gente?
Seguro hay estudios de imagen y encuestas que algo dirán sobre la vinculación entre métodos antiedad y el aprecio ciudadano.
Por lo pronto, no deja de extrañar cómo los personajes de la vida pública que consumen estos retoques estéticos se vuelven adictos de los mismos y pretenden simular que la lozanía los visita.
En contraste, llama la atención que la ex candidata presidencial Hillary Clinton, por ejemplo, haya renunciado al maquillaje cuando se presentó ante sus seguidores para aliviarse en colectivo de la derrota.
En esa misma dirección, ni la poderosa canciller de Alemania Angela Merkel ni la primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May, muestran huellas de haber acudido al bisturí o al relleno de mejillas y labios.
¿Es que los arreglos estéticos son síntoma del subdesarrollo? ¿O ante la falta de resultados políticos, aquí nos importa más la facha?
Como fijada que soy, en la reciente oportunidad que tuve de entrevistar a Margarita Zavala, precandidata presidencial del PAN, pude constatar que aún no ha sucumbido a los consejos de “quítate unos añitos”.
El dato resultó aún más significativo ante la evidente preocupación de la esposa del ex presidente Felipe Calderón de proyectarse como una mujer ajena a los privilegios, una mexicana común y corriente.
Y a juzgar por los sondeos de opinión –aun cuando las encuestas ya no reflejan una fotografía fidedigna, pero sí una radiografía de ánimos y contraste entre personajes–, uno de los atributos que más se valora de la panista es la sencillez de su aspecto físico.
Ya veremos cómo evoluciona en México el perfil de los presidenciables hacia 2018, después de un sexenio que, según mi amigo Alfredo Flores Ambriz, es por mucho responsabilidad de las mujeres seducidas por “un candidato guapo”.