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«EL RING DE LOS DEBATES»: La era “posverdad” (cuando las vísceras se impusieron a la razón)

Se votó más con las vísceras y el instinto que con la razón. 

Hace algunos días revisaba la sección cultural de un medio de origen europeo y me encontré con esta nota: ‘Posverdad’, palabra del año. Descubrí que Oxford Dictionaries, la sociedad que edita el Diccionario de Oxford, dio a ese término la connotación de “palabra internacional del año”. 

 

¿Y qué rayos significa? “Postverdad: denota circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a emociones y a las creencias personales”. En términos llanos, define una circunstancia en la que algo que aparenta ser verdad es más importante que la propia verdad.

 

El concepto comenzó a ser utilizado en la última década. Sin embargo, su presencia se hizo más notoria en el último año por varios hechos internacionales: el Brexit, el triunfo de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos o el fracaso del referéndum sobre el Acuerdo de Paz firmado entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). 

 

A partir de esos acontecimientos, el uso de esta palabra aumentó 2 mil por ciento respecto a 2015. ¿Cuál es el denominador común entre estos hechos? Se trata de decisiones que salen de toda lógica y que están más impulsadas por cuestiones emocionales. Se votó más con las vísceras y el instinto que con la razón

 

Analicemos caso por caso. En el de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el Brexit, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) advirtieron que esto provocaría un colapso financiero.

 

Sin embargo, para los británicos pesó más el descrédito de esas instituciones. No les creyeron en sus amenazas de un aumento descomunal del desempleo y del desplome de la libra esterlina. Tampoco dieron crédito al Banco de Inglaterra que habló de una posible recesión, ni al Tesoro británico que advirtió que se vería obligado a recortar gastos y a subir impuestos.

 

De esta forma, en lo que parecía un salto al vacío, votaron por el “sí”. Ahora, arrepentidos, algunos sectores de Gran Bretaña hablan de un nuevo referéndum. Un claro ejemplo de post-verdad.

 

En el segundo caso, la llegada a la Casa Blanca de Trump, un editorial The Economist ya anticipaba que las elecciones del pasado 8 de noviembre tendrían un desenlace movido por la emoción. “Donald Trump es el máximo exponente de la política ‘posverdad’ (…) una confianza en afirmaciones que se ‘sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad”. 

 

Hillary Clinton se vendió como una política con experiencia, que tuvo su propia oficina como Primera Dama durante la presidencia de Bill Clinton, que fue secretaria de Estado y senadora por Nueva York. Esto frente a un abanderado republicano que nunca ha ejercido algún cargo público como representante, senador o gobernador, y que, para acabarla, impulsó un discurso de odio, sexista, xenófobo, antisemita, homofóbico y antiinmigrante. 

 

Sin embargo, el magnate supo canalizar el enojo del estadounidense promedio contra Washington y Wall Street; explotó su ansiedad sobre el presente y les presentó un futuro negro luego de las fuentes de trabajo perdidas por los indocumentados y por acuerdos comerciales “desventajosos” para sus intereses. Los votantes se tragaron el discurso y le dieron el triunfo. Ya tendrán cuatro años para arrepentirse. Mientras tanto, condenaron al mundo a vivir 48 meses de postverdad. 

 

Finalmente, por el lado de Colombia nadie entendería por qué la población rechazó un acuerdo que ponía fin a una guerra de 62 años. El gobierno de Juan Manuel Santos olvidó que la población no estaba dispuesto a un “borrón y cuenta nueva”, que quería la paz, sí, pero no en los términos acordados. 

 

Los colombianos exigían que los recursos que obtuvieron las FARC producto de sus actividades de secuestro, extorsión y narcotráfico se recuperaran y fueran destinados a reparar el daño a las víctimas; y también demandaban suspender derechos políticos a quienes cometieron delitos atroces y de lesa humanidad para que no pudieran postularse a cargos de elección popular. Postverdad pura y absoluta. 

 

La mentira organizada e institucional

 

Aunque el término postverdad comenzó a utilizarse hace una década, lo cierto es que esta práctica tiene expresiones que se pueden ubicar desde principios de siglo.

 

George W. Bush es quizás el exponente más claro. A partir de los ataques terroristas al World Trade Center de Nueva York del 11 de septiembre de 2001, el presidente estadounidense supo explotar el trauma y la psicosis en la población para emprender iniciativas militares contra países como Irak; inventar que tenían armas de destrucción masiva para derrocar regímenes a fin de apoderarse de su riqueza, y restringir libertades no sólo en su territorio, sino en todo el planeta.

 

Dio a la mentira organización y le dio institucionalidad

 

Por ello, la era “post-truth” o “postverdad” me da mucho miedo (debería darnos a todos). Se trata de épocas propicias para el surgimiento de caudillos, de improvisados que prometen lo imposible, que se lanzan contra las instituciones (que tienen el descrédito bien ganado), y que apuestan a su destrucción, no a su transformación. 

 

Son sujetos que saben dirigirse a una población que está harta y cansada. Les susurran a los oídos y  se asumen como la personificación del cambio, de un mejor futuro, de empleos, salarios y bienestar. La gente compra sus pronunciamientos y se mete de lleno a la postverdad.

 

Ojalá que la humanidad tenga la capacidad de no cegarse y de reflexionar sus decisiones. Tomarlas con base en el hígado y por corazonadas, puede hacernos retroceder siglos y comprometer nuestra propia existencia. 

 

Hannia Novell. Licenciada en Ciencias de la Comunicación, realizó estudios en Periodismo, Literatura y Seguridad Nacional en diversas instituciones como la Universidad Iberoamericana, el Centro de Comunicación, Radio Educación y el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM). Especialidad en corresponsalía de guerra en La Universidad de Jerusalem (Israel) y una especialidad en comunicación política en George Washington University. Titular del noticiario estelar de Proyecto 40 en su edición nocturna. 

 

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