Las promesas de campaña de Trump se transfiguran pero son latentes.
Para alguien que se jactaba de que su principal ventaja sobre sus contrincantes es que él no era “político”, Donald Trump supo mentir tan bien como todos, o quizás mejor, como un hombre de negocios. Y es que tal vez lo uno y lo otro no sean tan diferentes. Trump les ofreció “el oro y el moro” (y el muro) a sus seguidores, sueldos espectaculares, trabajos seguros y una inmensa barda de concreto que los protegería de los enemigos en turno: musulmanes y mexicanos. ¿Quién se le iba a resistir? El billonario demostró ganando las pasadas elecciones que es efectivamente el vendedor más grande del mundo.
Pero aparte de darles la tranquilidad de que acabaría con el terrorismo musulmán y regresaría los trabajos que el Tratado de Libre Comercio se había llevado a México, la ruta para lograr su magnifica gesta sigue en el aire. Las cifras no cuadran, simplemente. De diferentes sectores se ha señalado que de abolirse el TLC, alrededor de cinco millones de empleos se perderían en Estados Unidos. Además, Trump se ganó a las clases trabajadoras señalando que limitaría a esos ¨malvados de Wall Street” que los habían engañado. Sin embargo, una de sus primeras propuestas de gobierno ha sido justo la contraria: rescindir la ley Dodd–Frank.
Firmada por el presidente Barack Obama en 2010, la Dodd-Frank fue diseñada para restringir los peores abusos que llevaron a la recesión del 2008. Trump quiere quitar los limites que ese “estado corrupto” al que acusaba de todos los males del pueblo, trató —a regañadientes, si se quiere— de imponer al capitalismo salvaje representado por los especuladores financieros. En Estados Unidos, donde de por sí prevalece la mentalidad de que lo que es bueno para el negocio, es bueno para el país, sólo faltaba un presidente con mentalidad empresarial para quitar las pocas trabas que el Estado, con todo y sus grandes fallas, impone a los criminales de cuello blanco.
De otras promesas, por suerte, también se ha retractado. Para empezar, aseguró que revisaría su postura sobre cambio climático. De hecho, negó incluso que hubiera dicho que eso era sólo un complot de los chinos; solo lo tuiteó, que no es lo mismo, según él. Además ya descartó la idea de perseguir a Hillary Clinton (a sabiendas de que eso no depende del presidente en una republica donde se respeta la rama judicial). Negar que buscaría castigar a Clinton, por cierto, ha sido muy mal recibido por sus seguidores quienes siempre coreaban en los eventos de campaña: “¡Enciérrala!” Pero, mientras que el Trump populista que les daba pan y circo a sus ignorantes seguidores sedientos de venganza parece estar dando paso poco a poco al hombre de negocios, otros de sus peores aspectos persisten.
Su pleito con la prensa, por ejemplo. Fuera de aquellos —pocos— medios que lo aplaudían dijera lo que dijera (como Fox News), el resto de los que osaron criticarlo durante su campaña siguen en la “lista negra”. Desde CNN hasta el New York Times, pasando por el Washington Post, todos, según Trump, tenían la consigna de destruirlo. Y si bien es cierto que la prensa en Estados Unidos dista mucho de ser lo “neutral” que asegura ser, descalificar por completo a quienes por diferentes razones lo criticaban, es un presagio claro de liderazgo autoritario. Por más señales de que su pragmatismo podría estar contrarrestando algunas de sus posiciones más extremas, las críticas de Trump a lo que finalmente no es más que la libertad de expresión, preocupan mucho. Ese es sólo uno de los aspectos en los que el candidato populista y el presidente electo, siguen yendo, lamentablemente, de la mano.