«EL RELATO»: La ventana - Mujer es Más -

«EL RELATO»: La ventana

La ventana de su cuarto estaba justo frente a la mía: lo espiaba.

Ayer creí verte por la ventana. Tus ojos oscuros, siempre seductores, apenas mirando hacia la calle que dejaste hace tanto tiempo. 

 

Éramos adolescentes inquietas, ávidas de otras aventuras, aburridas de montarnos a la bici, andar en patines, comer chocolates como locas. Nuestras mamás cantaban y reían recordando viejos cariños y nosotras soñábamos que, como ellas, algún día probaríamos las delicias y amarguras del amor.

 

No sé cómo me percibirías, quizá como la niña aplicada y obediente que mi madre presumía. Ingenua, me llamaste también y sí, creo que lo era. Noté varias veces tu temor, o más bien precaución al contarme tus aventuras de novios de secundaria porque yo no tenía nada que compartir sobre el tema. Mi mundo era el estudio, el ballet, los aeróbics, la búsqueda de risas. No tenía compañeros de clase porque fui a escuelas que eran sólo para mujeres.

 

A las dos nos gustaba el vecino, Santiago. Lo espiábamos por la ventana de mi recámara que daba al edificio en el que vivías. Nos reíamos traviesas cuando salía a la escuela o cuando salía a jugar futbol en la calle. Tú, siempre más atrevida, a veces gritabas un coqueto “adiós” y él volteaba para ver de dónde había salido el sonido porque nosotras ya estábamos en las risas sobre la alfombra.

 

El juego se nos acabó cuando dejamos de verlo y nos enteramos de que Santiago, de 16 años, murió repentinamente de un derrame cerebral.

 

Durante una temporada, continuamos viendo por la ventana con un dejo de nostalgia. Fue en esas épocas que llegó Gustavo. “Naco”, fue lo primero que dijiste al ver su peinado estilo futbolista de los 70, el sonsonete de barrio con el que nos saludó y, para completar el cuadro, la familia, que a gritos y risotadas vulgares se llamaban de una a otra recámara.

 

A mí me causó gracia. Coincidí contigo pero no por eso lo descalifiqué. La ventana de su cuarto estaba justo frente a la mía. Tú vivías un piso arriba de él. Mi ventana se hizo más interesante. Desde ahí lo espiamos, veíamos sus fiestas, su torso desnudo “casualmente” saliendo del baño. Nos emocionamos, no pudimos ocultarlo cuando nos dijo su edad: 19 años, es decir. Ya no era un mocoso más, era el “joven Gustavo”, el de la risa fácil, la broma, los grandes ojos oscuros, la piel bronceada, los músculos firmes.

 

Hicimos todos los ridículos posibles y esperados de mis 15 y tus 14 años: Desfile de modas, carcajadas sin sentido, canciones a todo lo alto y hasta preparamos dulcemente un pan de manzana con consistencia de chancla que él, “naco” pero caballero, comió sin expresión.

 

Se fijó en mí. Me buscaba al salir de la clase de aeróbics, me escondía las zapatillas, me regaló alguna flor. En perfecto desconcierto y emoción, te conté una a una las anécdotas de la conquista. Me mirabas con tus ojos negros, enormes.

 

Gustavo me trató con dulzura, pero yo no podía tener novio. Los nervios de ser descubierta me hicieron desistir y…

 

Yo también te vi por la ventana, no estabas en tu casa, pero caminabas por el espacio como si lo fuera. No te lo dije, no tenía sentido, ya no era importante. Tú siempre serías mi hermana menor, aunque no fuésemos familia.

 

Desde entonces no me asomé a la ventana. Cerré la cortina y tú, por supuesto, tampoco la querías abierta. Volvimos al aburrimiento, a las pocas palabras. Quizá fue el momento en que conocimos la desconfianza, el temor, el resentimiento y los celos.

 

Tu romance con Gustavo continuó en otros espacios; lo supe, no por ti; lo vi en él.

 

A veces me asomaba detrás de la cortina traslúcida con la luz apagada y lo descubrí también sumergido en la oscuridad, mirando hacia mí y sonreí por primera vez con amargura, saboreando su nostalgia como un triunfo entre la derrota. Ese triunfo estúpido de quien se sabe querida pero nunca acompañada.

 

Volví a mis tareas de adolescente disciplinada y obediente. No supe cuándo se fue. Otros inquilinos llegaron, los vi de paso, cuando cerraba la ventana y prefería mantenerme de este lado, en este cuarto en el que todavía me tumbo sobre la alfombra impregnada de nuestras risas y que he lavado poco a poco, con lágrimas de soledad. 

 

Diana Teresa Pérez. Impulsiva, incoherente, terca, insomne. Recuerda que nació en el antes DF, hoy Ciudad de México (aunque siempre está perdida). Cree que la comunicación es fundamental para crear, recrear y dejar testimonio del paso del ser humano en este mundo. Ha trabajado para los periódicos Crónica y Excélsior y para la revista Expansión. Ha publicado varios cuentos en revistas y antologías literarias. Actualmente imparte talleres de escritura autobiográfica. *Ilustración: Chepe. 

 

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