Los migrantes tecnológicos además tienen que actualizarse constantemente.
Después de platicar con un headhunter, estoy cada vez más segura de que nuestra vida se ha acelerado inmensamente y los reclutamientos de personal agresivos demuestran la enorme distancia entre la generación de mis padres, la mía y las generaciones digitales.
El joven headhunter trabaja para una de las tres más grandes empresas de reclutamiento de personal de México y antes trabajó en otra muy tradicional. Mientras la primera centra su estrategia en las Relacione Públicas, en la trasnacional las estrategias de reclutamiento se centran en las herramientas digitales.
En la época de mis padres, la movilidad social estaba basada en que estudiaras una carrera. Mi abuelo tuvo una modesta participación en la fundación Politécnico Nacional, y sin saberlo construyó el camino para que sus hijas se hicieran profesionistas, además de maestras, una profesión tradicional de mujeres.
En los años 40 y 50, las familias se esforzaban por mandar a sus hijos e hijas al IPN y después del esfuerzo descansaban porque eso aseguraba que podrían tener una familia, casa y auto, y con el tiempo retirarse. Pero eso cambió para nuestra generación.
Lo mejor en los años 80 era estudiar en la UNAM o en el IPN. Comenzaban a despuntar las universidades privadas, como lo había anticipado Peter Smith, el pionero de los estudios de élites políticas en México. Pero el efecto de la masificación de las universidades públicas en los 70 comenzaba a sentirse en el mercado de trabajo; así que ser universitario nos alcanzó para entrar, pero para ir hacia delante necesitamos irnos preparando cada día más, con diplomados primero y luego con maestrías.
El universo actual es todavía más retador: hace tres años, el ámbito de los hidrocarburos y el gas natural era el sector donde más se necesitaban profesionales de altos sueldos. Ahora los mismos profesionales están ganando la mitad de lo que pedían.
Una de las claves de estos nuevos entornos es el agotamiento y saturación de mercados de alta especialidad, así que la competencia es cambiante y compleja porque en ella participan actores internacionales, y las seguridades que daba la localía en los 50 y 60 se desprendía del hecho de que la economía de entonces era cerrada y el mundo no estaba interconectado como lo está ahora.
Ahora la competencia por los buenos puestos está entre quienes tienen de maestrías en adelante, y es importante que éstas sean en el extranjero porque, en medio de la vorágine de cambios, la preferencia por éstas (algunos dirían malinchismo) sigue siendo la norma de los reclutadores.
El mejor entrenamiento para estos cambios tal vez lo tengamos los migrantes tecnológicos. Nuestro mundo era análogo. Al entrar a secundaria te regalaban una pequeña máquina de escribir portátil, las operaciones las hacías a fuerza de garabatos con lápiz. Y de un día para otro teníamos que escribir y producir con una computadora.
Para imaginar este mundo pueden ver la película Apolo 13, en la que hay una escena donde los técnicos de la Nasa verifican los cálculos de los astronautas. Una veintena de ingenieros sacan reglas de cálculo, no calculadoras, no un teléfono móvil, no una tableta. Una regleta de plástico movible que se compraba en las papelerías.
Hoy todo es más rápido. Si las mujeres queremos remontar en un mundo como el de hoy, tenemos que estar actualizándonos siempre y entrar a la ola tecnológica lo más rápido posible. Es más, si hoy ponemos “al tiro” nuestro perfil de LinkedIn, ya vamos tarde.
Genoveva Flores. Periodista y catedrática del Tec de Monterrey.