«VÍA LIBRE»: Delfina - Mujer es Más -

«VÍA LIBRE»: Delfina

Los sueños de una mujer no dejan de existir a pesar de un estilo de vida costumbrista. 

Apenas comienza a ‘clarear’ la mañana, cuando Delfina ya viene de regreso del molino con la masa fresca del día. 

 

Su despertador son los muchos gallos del pueblo que desde tempranito comienzan a cantar. Cuando sus hermanos se acercan a la mesa, ya está hecho el huevo con chile, los frijoles bien calientes mientras ella no para de echar tortillas al canasto.  

 

El aroma del café la mantiene despierta, mientras no deja de atizarle a la leña.

 

Una vez que los hombres de la casa se han ido a “la labor”, continúa sus tareas que parecen no terminar nunca: Darle de comer a los pollos, a los marranos, barrer el patio que está lleno de hojas, lavar los trastes y de vez en vez ir a echarle un ojo a su mamá, quien desde la cama le da instrucciones. Sus dos fieles perros la siguen a donde ella camina.

 

La madre, viuda y enferma, es para Delfina la más grande de las preocupaciones y responsabilidades. Los hermanos, los animales, la comida, la venta de sus mangos en Taxco, el ir y venir, el correr, el estar pendiente de todo y de todos, no ha sido fácil a sus ahora 60 años.

 

Nunca se casó. A pesar de ser una muchacha agraciada y de buena familia, nunca hubo tiempo para hablar del tema con sus padres. Ella, como en la novela de Laura Esquivel “Como agua para chocolate”, su destino y obligación era cuidar de sus padres y atender a los hermanos en la casa y ser la proveedora de todo servicio que éstos necesitasen.

 

A ratos, cuando le da tiempo, corre con sus viejos huaraches que le tienen los pies agrietados, a cerciorarse que la ropa que lavó ayer ya esté seca y la separa para saber cuál se plancha hoy, y cuál mañana.

 

Al tiro de las 11 de la mañana, se sube a la “corrida” que la lleva a Iguala, y de ahí en combi a Taxco. Bajo el intenso calor y por no ser locataria, tiene que vender sentada en las escaleras del mercado sus mangos apilados en pirámide.

 

La boca seca y el estómago vacío, hacen el día más largo y tedioso. De cuando en cuando cabecea y la despiertan las vendedoras de al lado para que no se quede dormida.

 

No le preocupa la hora de la comida en casa, porque mandó a sus hermanos con almuerzo en varias portaviandas, de tal modo que sólo le apura regresar antes que se haga noche, para dar de cenar.

 

Cuando va al río a mojarse los pies, mira a lo lejos y sueña que allá hay ciudades de colores y montañas blancas. Hay océanos que nunca va a conocer, pero que le han contado, son hermosos y con lunas maravillosas. Se moja el cabello y mientras lo trenza, siente lo frío del agua en sus hombros y vuelve a sentirse mujer. Mira de nuevo al cielo y suspira profundo. 

 

Cuando viene de regreso a casa, ignora el ruido a su alrededor y recarga su cabeza en la ventana. Delfina tiene sueños todavía. 

 

Sube cansada la empinada y empedrada calle mientras sus perros ladran de gusto al verla llegar. Parece que sólo a sus animales les causa felicidad su presencia, que para los otros ya es inadvertida o quizás indiferente.

 

Pone pan y leche, café y frijoles recalentados. La madre le pide sólo un té de canela y a ella nadie le pregunta si ya comió, si está bien o si necesita algo.

 

Delfina ya no pide nada. Sólo quiere dormir. Con un pan dulce y un refresco embotellado se va a la cama.

 

Todo cerca de ella es silencio. Todos duermen. Por la ventana se ven las estrellas y la Luna. Los árboles hacen ruido con el viento y refrescan la madrugada. Delfina sigue sin dormir, pero no deja de soñar.

 

Raúl Piña es egresado de Ciencias de la Comunicación (UNAM). Extrovertido, el mejor contador de chistes y amante de las conversaciones largas.  Fiel a su familia, de la que adopta honor, valor y mucho corazón. Vive en Toronto, Canadá, desde hace 20 años, pero sus raíces sin duda son 100% mexicanas. Escribe como le nace y como dijo Ana Karenina: “Ha tratado de vivir su vida sin herir a  nadie”. 

 

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