El discurso de “aquí no pasa nada” es sinónimo de parálisis y miedo.
El jueves 8 de noviembre de 2016 estará marcado en la historia como el día en que el odio pudo más que la razón. El triunfo de la candidatura presidencial de Donald Trump en los Estados Unidos es el inicio de una de las etapas más complicadas y conflictivas entre México y el poderoso vecino.
El sentimiento del Poder Blanco que resurgió con el empresario de la construcción, paradójicamente destruyó los cimientos de la tolerancia que parecía tener asiento en la Unión Americana. Y eso nos afecta directamente.
No sólo por la campaña de injurias en contra de la comunidad mexicana que vive y trabaja en Estados Unidos, sino por la repercusión que tuvo en el resultado electoral.
Cierto que hay que estar atentos a las decisiones que tome el presidente electo de esa Nación, pero lo más importante es lo que pasa aquí, en México desde la frontera compartida con los Estados Unidos hasta los límites con Belice y Guatemala.
Me preocupan las determinaciones en materia económica y comercial que tome el nuevo gobierno. También lo que el gobierno mexicano está dejando de hacer y eso es más peligroso que lo que haga Trump.
Hay temas en el país que nos hacen débiles en el contexto mundial y que serán buen pretexto para el vecino al momento de atacar.
En materia de Derechos Humanos, México tiene pendientes graves que van desde los casos de Iguala y los #43, pasando por Tlatlaya, Tanhuato y los miles de desaparecidos del presente y el sexenio anterior.
Otro pendiente es el de la corrupción. Los casos de los gobernadores del partido del presidente, y algunos del PAN y del PRD son la marca de la transición política en nuestro país. No hay quién se salve, o más bien, quien nos salve de la transa a la que se dedica la llamada clase política. Ningún partido está libre de sospecha y cada vez son más escandalosos los casos de corrupción de funcionarios públicos, sin importar el nivel que tengan.
La inseguridad es otra de las deudas pendientes de la clase gobernante con la ciudadanía. Ya no se sabe dónde empieza el territorio criminal, cada día más amplio, y dónde está la autoridad que debe proteger a los mexicanos. Los secuestros, las extorsiones, la trata de personas, los fraudes, las violaciones y los homicidios son cada vez más frecuentes y mucho más violentos.
La falta de empleos bien remunerados indica una carencia de políticas públicas en materia de industria y desarrollo económico. Los gobiernos que llegaron en 1982 se dedicaron a desmantelar la planta productiva del país, dejando todo al mercado que, combinada con la corrupción, reventó la competitividad del México emergente.
El neoliberalismo acabó con el crecimiento de México y lo puso en la lista de los países que intentan emerger pero que no pueden cuando el vecino ve desaceleración económica.
Todo lo anterior, junto, hace de nuestro país un lugar de frustración, de bajo desarrollo, lleno de pobreza, marginación y desigualdad cada día más pronunciada.
El actual gobierno, que propició uno de los elementos para el triunfo de Trump, no tiene la intención, ni tampoco la menor idea de cómo enfrentar los tiempos que se vienen.
No hay visos de que en el gobierno reaccionen a las advertencias de quien asumirá el próximo 20 de enero la presidencia del país más poderoso del mundo.
El discurso de “aquí no pasa nada” es sinónimo de parálisis y miedo.
Sí hay algo peor que Trump en la presidencia de los estados Unidos: un gobierno débil y entregado al enemigo, sin herramientas para enfrentar un monstruo que ayudaron a crecer y que hoy es la peor pesadilla para los que viven en el territorio ajeno y que en la Patria no tienen oportunidades.
Eso es peor y no se ve cómo hacerlos reaccionar.